Es un precioso jardín en forma de lágrima, hecho en recuerdo del músico John Lennon, situado frente a los apartamentos Dakota, donde vivía y fue asesinado hace 32 años. Dicen que es el lugar más concurrido de Central Park. Su nombre recuerda una de las canciones más famosas de los Beatles. En el centro un sencillo mosaico con la palabra de su canción “Imagine”, que se convirtió en un himno contra la guerra. Nosotros, por razones laborales, hemos pasado por allí con frecuencia. Y a veces nos hemos sentado a contemplar la enorme variedad de visitantes que tiene. Raro ha sido el día que sobre esta cerámica no hayan aparecido pétalos de rosa o alguna vela encendida.
La semana que ha pasado ha sido la última de nuestra actual estancia en Nueva York. Para la misma hemos dejado aquellas actividades que considerábamos imprescindibles. Una ha sido contemplar el atardecer de Manhattan desde el parque del puente de Brooklyn, “Brooklyn Bridge Park”, comiéndonos un delicioso helado hecho allí mismo, en una antigua fábrica. Para ello solo hemos tenido que bajarnos del metro de una de las líneas que hacíamos a diario, justo en la última estación antes de cruzar el río. Conforme se desvanecía la luz solar, iba apareciendo en el cielo de la noche una línea iluminada, la “Skyline”, que reflejaba, en un primer plano, el majestuoso puente de Brooklyn, y justo detrás, los gigantescos rascacielos de Manhattan. Una experiencia única, que nadie que viaje a Nueva York debería perderse. Y es gratis.
Asimismo hemos visitado la Frick Collection, que pasa por ser una de las colecciones privadas de arte más importantes de Nueva York, según los expertos. Al igual que el lugar anterior, también estaba cerca de otra de las líneas de metro habituales de nuestro trabajo. A veces pienso en la cantidad de cosas bonitas e importantes que hay en todas las ciudades del mundo, a un paso de nuestra rutina habitual, para las que nunca hacemos un hueco en nuestras estresadas vidas. Ceuta, por ejemplo, tiene lugares encantadores. Quizás está fallando nuestro modelo de convivencia. En esta magnífica colección de arte, reunida en su día por el magnate del acero Henry Clay Frick, además de los famosos retablos de Jean Honoré Fragonard, que representan El camino del Amor (tan necesario hoy día), y de obras de los más destacados pintores, desde el Renacimiento hasta el siglo XIX, no podía faltar La Fragua, de nuestro querido Goya, muy en consonancia con los orígenes y la evolución personal de este industrial.
En el trabajo, además de dejar unos cuantos amigos, que nos han despedido con algunos sencillos y bonitos regalos, para recordar nuestra estancia en el Downstate Medical Center de la Universidad del Estado de Nueva York, hemos concluido nuestros compromisos con algunas aportaciones que esperamos sean de utilidad. Rosa ha catalogado esta semana dos interesantes artículos en los que se da cuenta de intensas experiencias humanas. En un caso se trataba de una antigua inmigrante europea, ya mayor, que vino a América en compañía de su marido, el cual murió joven al poco tiempo, dejando dos hijos pequeños. Para sobrevivir montó un pequeño comercio en Brooklyn. Nunca había tenido vacaciones. Pero parte de sus ahorros quiso donarlos al centro médico, pues, según dijo, “el dinero desaparece, pero las enseñanzas que reciben los niños, siempre permanecen”. Un hijo suyo había estudiado en ese centro público. También su nieto. Importante filosofía de vida e interesante reflexión sobre el valor de la enseñanza, que no deberíamos olvidar. En otro caso se trataba del acto de apoyo a la construcción del nuevo centro, que preparó el entonces director del viejo hospital, doctor J.A. Curran. Era un hombre ocurrente. En esta ocasión quiso invitar a descendientes de los primeros propietarios de las tierras sobre las que se pretendía construir. Uno de ellos era un indio Mohaws, pertenecientes a la importante confederación de los indios irokeses (una de las tribus más interesantes, desde el punto de vista antropológico). Otro, un familiar del dueño de la antigua barcaza que cruzaba el río hasta Manhattan. Ambos se congratulaban a consecuencia de que esos terrenos, que antes habían pertenecido a sus antepasados, pudieran servir hoy para construir un hospital público, para atender a las personas más desfavorecidas.
Por mi parte, he podido concluir las primeras estimaciones de las causas de la siniestralidad laboral en los Estados Unidos de América, contrastar su coherencia con las teorías y estudios realizados al respecto y llegar a unas cifras aproximadas. En el periodo estudiado, por cada 10.000 jóvenes sin experiencia, entre 16 y 19 años, que se incorporaron al mercado laboral en el país, las probabilidades ponderadas a favor de que ocurriera un accidente laboral se incrementaron en un 1%. De la misma forma, por cada 10.000 personas pluriempleadas, estas probabilidades se incrementaron en un 0,1%. Sin embargo, el tamaño de las empresas, o la pertenencia a una raza o minoría étnica determinada, no influyeron en ello. También, como en España, el número de accidentes laborales descendió de forma sostenida en los últimos 15 años, a pesar de que el producto interior bruto y el número de personas ocupadas han continuado creciendo.
Es difícil despedirse de una ciudad en la que hemos vivido, y trabajado, intensamente durante un mes. Quizás lo que más les gustará a los neoyorkinos que hemos conocido, será leer que volveremos en cuanto nos sea posible. Es la prueba de que no lo hemos pasado mal. Pero también, que nos despedimos con el corazón en la mano y recordando las palabras de Lennon: “Imagina que no hay paraíso…ni infierno debajo de nosotros….Imagina a toda la gente viviendo al día….Imagina que no hay países…que no hay posesiones….ni religiones…nada por lo que matar o morir…Imagina a toda la gente viviendo en paz…”.