Llevo varias semanas sin salir a pasear por la naturaleza de Ceuta. Por un lado, estuve resfriado; y por otro, la semana pasada fui con un grupo de alumnos de mi instituto a Cantabria. Ahora estoy disfrutando de la aurora acompañado por un grupo de aves que trinan de alegría al ver el rostro luminoso del sol. Hasta el viento de poniente se pesenta para recibir al astro rey.
Mi alargadísima sombra me antecede en mi recorrido por la pista de la Lastra. El fresco aliento de Céfiro mantiene limpio el horizonte y permite contemplar con nitidez la orilla europea del Estrecho de Gibraltar. Yo avanzo con lentitud, cuaderno y bolígrafo en mano, disfrutando de un paisaje muchas veces visto, pero que no me deja de conmover. Un agradable cosquilleo recorre mi cuerpo sintiendo que penetro en el sagrado templo de la naturaleza.
El camino está seco y polvoriento. El otoño no ha dejado la suficiente agua en Ceuta y, por desgracia, tampoco en el resto de España.
Al caminar por la senda abandono la zona de umbria, pero mi sombra no me abandona, aunque algo más disminuida. La creciente luz de la mi conciencia reduce su tamaño. Escribir contribuye a ello. Como dijo C.G.Jung, hacer visible nuestra sombra e integrarla es lo que nos permite avanzar en nuestro proceso de individuación. Este proceso es una actualización de la fase de nigredo en la obra alquímica. Reconocer nuestros defectos y asumir nuestra personalidad es un paso fundamental para lograr una vida plena y significativa. Como estoy haciendo esta mañana, en nuestro camino por la vida pasamos por etapas de sombra y por fases soleadas en las que, de manera paradójica, proyectamos con más nitidez nuestra sombra. Nosotros no la vemos, pues estamos en un momento de esplendor, pero para los demás resulta más reconocible.
Puede que el secreto para una buena vida sea lo que estoy haciendo en este momento: caminar con lentitud, con los sentidos despiertos, así como con el pensamiento activo, haciendo paradas para reflexionar y plamar por escrito las ideas que brotan desde el manantial situado en nuestro templo interior. Una gran piedra es una irresistible invitación para sentarse a escribir.
El viento de cara dificulta mi avance, pero al mismo tiempo me mantiene despierto y obliga a mis piernas a esforzarse. Resulta más fácil andar con el viento a favor, sin embargo, nos aletarga y acomoda demasiado. Según me acerco a la tumba de Sidi Boudras noto un cambio en la naturaleza circundante. El monotono, aunque bello pinar, da paso a un alcornocal centenario. Dos sauces custodían la tumba del santo al que acompañan lentiscos, erguenes, lavandas y un frondoso brezal.
"Al caminar por la senda abandono la zona de umbria, pero mi sombra no me abandona, aunque algo más disminuida"
Restiego entre mis dedos flores secas de lavanda y absorbo su perfumada fragancia. Los majuelos muestran sus rojizos frutos otoñales. También me llevo a la nariz una rama florida de poleo que introduzco entre las páginas de mi cuaderno para perfumarlo.
Me acerco a ver y fotografiar una planta trepadora con unas flores aún cerradas que parecen pendientes de perlas.
Me deleito observando las ramas de los majuelos cargadas de bayas rojizas. Un sendero desconocido para mí atrae mi atención y accedo a él encontrándome una higuera seca.
Después de un paseo de dos horas llego a una curva en la que se entremezclan las luces y las sombras de los árboles. De esta combinación surge una extraordinaria belleza. Yo añado a la composición mi sombra, aún alargada, pero consciente.
En mi camino de vuelta no podía dejar de visitar el santuario de San José. Me encuentro con mi amigo Pedro, quien me comenta que las brigadas de OBIMACE han arreglado los caminos interiores del santuario, algo que he podido comprobar con alegría. Este lugar merece valorado y cuidado.
Ceuta, sábado 25 de noviembre de 2023