La investigadora y socióloga Olivia Muñoz-Rojas, se hacía eco días atrás en las páginas de opinión de El País, del artículo de Richard Horton, director de la revista médica The Lancet, en el que exponía la idea de que era posible que no estuviésemos ante una pandemia, sino ante una sindemia. Me llamó la atención este término, completamente desconocido para mi hasta ese momento. Según explicaba, el término lo acuñó el antropólogo médico Merrill Singer en los años noventa para describir la interacción entre elementos biológicos y sociales en la expansión de determinadas enfermedades.
Lo que en su día estudió y observó Singer, que publicó en su libro “Introduction to syndemics” en 2009, es que la inequidad sanitaria, causada por la pobreza, el estrés o la violencia estructural, es lo que provoca las sindemias. Y en un sentido similar, en el año 2019, una publicación también en The Lancet de 40 expertos, hablaba del concepto de “sindemia global”, para referirse a tres pandemias que afectan a la mayoría de las personas en todos los continentes: la obesidad, malnutrición y cambio climático, este último, con un importante efecto sobre la seguridad alimentaria, que haría potenciar las otras dos pandemias.
A lo largo del interesante artículo nos muestra los resultados de distintas investigaciones en las que se evidencia la correlación entre factores biológicos y sociales en los casos graves de covid. Así, una vez desglosados los datos, se empezó a ver que en los Estados Unidos la covid-19 afectaba mas a personas y comunidades afroamericanas (C.C. Gravlee), o que esta población tenía más probabilidad de fallecer (J. Feedman), no porque los afroamericanos fuesen genéticamente más vulnerables, sino por factores como la peor vivienda, la mala alimentación o la inadecuada educación. Esto mismo se ha observados en barrios densamente poblados, de menores ingresos y de mayor presencia de inmigrantes, en distintas ciudades europeas.
Relacionado, en parte, con estos conceptos científicos, el epidemiólogo brasileño Jaime Breilh publicaba un libro en 2003 titulado “Epidemiología crítica”, y más adelante, en 2010, hacía un artículo para la revista Salud Colectiva que llevaba por título “La epidemiología crítica: una nueva forma de mirar la salud en el espacio urbano”. Lo que nos venía a decir era que la epidemiología crítica superaba la noción teórica desde una perspectiva de la determinación social de la salud. Desde esta óptica y dada la profunda inequidad urbanas, “se busca superar el mito de la dualidad urbano rural, se cuestiona el paradigma dominante de la modernidad que impuso la comprensión de dos mundos prácticamente contrapuestos: la ciudad como rectora, cosmopolita, avanzada y pujante, y lo rural como un mundo atrasado, local, más simple, y secundario, pues la distinción clásica entre lo urbano y lo rural se hace cada vez más difícil, lamentablemente con una perversa dialéctica de deterioro e influjos malsanos de uno a otro espacio”.
Esta visión, publicada hace más de 10 años, recobra ahora un especial valor cuando observamos cómo el mundo rural se está convirtiendo en el refugio de muchos ciudadanos, ante el avance de la pandemia del covid en las grandes ciudades, a consecuencia de las malas condiciones de vida en las mismas y ante las posibilidades que nos brinda la nueva era digital y el teletrabajo. Más naturaleza, espacios más amplios en las viviendas y precios más razonables, es lo que se está convirtiendo en una verdadera alternativa a la situación actual.
Olivia Muñoz nos decía en su artículo, que abordar la covid desde una perspectiva sindémica implicaba “reconsiderar el tipo de políticas públicas que se diseñaban desde las Administraciones para controlar la expansión y el tratamiento de la enfermedad a la par que mitigar el impacto de futuras pandemias similares”. Lo que los expertos recomiendan en este sentido es ampliar y mejorar la calidad del parque de viviendas en los barrios más densamente poblados y de menores ingresos, controlar los alimentos procesados, ricos en grasas saturadas, azúcares y aditivos nocivos para la salud, impulsar una alimentación saludable y actividad física, facilitar el acceso a los alimentos frescos y de cercanía, incentivar la creación de huertos colectivos, reforzar la atención primaria….
A juicio de los expertos, todo lo anterior sería urgente si se pretende, de verdad, controlar la epidemia de coronavirus y salir del círculo vicioso de sucesivas restricciones sanitarias, de consecuencias económicas y sociales graves, especialmente para los ciudadanos más vulnerables. Y muchas de estas cuestiones serían más fáciles de llevar a cabo en el mundo rural, lo que nos llevaría a ver con buenos ojos todas las medidas que fuesen necesarias para frenar el fenómeno de la “España vaciada”.
Estamos en plena segunda oleada de la pandemia. También en un momento crucial en la evolución del cambio climático. Son alarmantes las noticias aparecidas sobre la extensión de una gigantesca marea roja en el este de Rusia. O lo que denunciaba días atrás el grupo ecologista Greenpeace a nivel más local, respecto a que la empresa española de reciclaje Ecoembes, pese a que recibe un porcentaje por cada envase de plástico que se fabrica para reciclarlo, no lo hacía nada más que en un 25% de lo que se tiraba.
En esta peligrosa situación, hay distintas visiones y variadas alternativas. Unos, creen que, haciendo el cierre perimetral a los barrios pobres, el virus no se propagará. También, consideran que, ampliando el horario de los restaurantes, “el virus no se irá a las casas”. Es el caso de algunas Comunidades Autónomas. En otros casos, se considera que, impidiendo la entrada de inmigrantes, insultando y amenazando a todos los que no piensan como ellos, o mostrándose partidarios de las ideologías que buscan la “pureza de la raza” y lanzando mentiras y bulos contra el legítimo gobierno de España, frenarán el virus. La extrema derecha española ha hecho de este comportamiento su bandera. Otros consideran que, con simples medidas de seguridad sanitaria, doblegarán la pandemia. Creo que se equivocan. Los primeros, porque el “clasismo” no cura las enfermedades. Los segundos, porque la limpieza étnica nunca consiguió mejorar la humanidad. Al contrario, el futuro está en el mestizaje. Los terceros, porque con escudos sanitarios paramos el virus, pero sólo momentáneamente. Olvidan que la prevención es la verdadera alternativa.
Son tiempos duros, pero también tiempos de resistencia y esperanza. De buscar alternativas para cambiar nuestro modelo. De ayudar a que nadie se quede atrás. De procurar que todos puedan contar con las mismas posibilidades de desarrollo económico. De recuperar nuestros pueblos olvidados. De fomentar la igualdad y el equitativo reparto de la renta y la riqueza. Y esto no son frases vacías, ni elocuentes discursos de salón. Es nuestra cruda realidad y son nuestras necesidades actuales. No consintamos que nadie nos quite la ilusión de contribuir a construir un mundo mejor. Entre todos y con apoyo mutuo, saldremos adelante. ¡Mucha salud y libertad a todos y todas!.