La reciente cascada de operaciones que se han producido en la ciudad ha provocado, en general, una aprobación por parte de la ciudadanía. No obstante, sigue existiendo -y no es para nada algo casual- ese sector social que transforma los resultados policiales en ataques.
Se persigue el tráfico de drogas. Algo que a todos nos debería preocupar y mucho. No son pobres angelitos los que terminan con las esposas puestas por traficar o servir a las organizaciones que alimentan ese negocio. Son cooperadores de un tipo de delito que ha hundido a muchísimas familias.
La única respuesta posible ante las investigaciones que pueda realizar la Policía o la Guardia Civil es la de respaldar la contundencia con la que se castiga a las organizaciones y exigir mayores recursos en las necesarias investigaciones patrimoniales. Ahí es donde se hace daño, en los embargos a los negocios y en la persecución a las fortunas que se construyen a base de moverse al margen de la ley.
Uno tiene que ajustarse a la vida que puede vivir. Pero en el círculo de las ambiciones se pescan los mejores peces para colaborar con los que generan inseguridad, destrucción social y levantan cualquier negocio fantasma sin trabajar.
Las redes suciales son el ejemplo de lo que una parte de la sociedad no acepta. Arden cada vez que se ofrecen resultados de las fuerzas de seguridad para frenar el auge de organizaciones sustentadas en la comisión de delitos, deteniendo a los que trafican y a sus colaboradores.
La claridad no permite dobles tintas, mucho menos cuando se trata de la droga. Normalizar la delincuencia es, en el fondo, una cooperación cobarde con quienes viven de ella.