Alas 17:12 h de este día, junto al fuerte del Sarchal, comienzo a escribir esta nueva libreta. Desconozco el futuro contenido de este cuaderno de tapas rojas. Es toda una aventura la que doy comienzo en este instante. El fin del invierno está próximo. Pronto llegará una nueva primavera. Este verano seguramente me volveré a bañar en las aguas que tengo delante. Ni ellas ni yo seremos los mismos que anteriores veranos. Todo está en continua evolución y cambio. El paisaje de fondo tarda más en modificarse. Los acantilados mantienen una imagen reconocible, al igual que el derruido fuerte del Sarchal. Todo lo demás está sujeto a variación. Ahora las paredes de la Rocha lucen un llamativo manto verde, salpicado en los últimos días con los amarillos y morados de las flores que se abren. Las gaviotas siempre están, así como los grajos que viven en los huecos de las vetustas paredes del fuerte.
El mar y el cielo son los más variables de todos los componentes del paisaje. Hoy, el primero, sufre la resaca del levante. Según las previsiones meteorológicas, mañana el viento le dará una pequeña tregua, aunque pronto empeorará. En cuanto al cielo, ahora está completamente nublado. Su color gris, junto al verde del mar, crea un ambiente misterioso que incita a la participación de la imaginación. Un par de niños juegan en la orilla, como hacía yo a su edad con mis amigos. Nos divertíamos cogiendo cangrejos y corriendo delante de las olas. Unas olas que no dejan de redondear las piedras de la orilla hasta convertirlas en arena fina.
Un pescador ha probado suerte en esta playa Hermosa, pero el tiempo no es propicio para este arte milenario y desiste de su empeño. Yo y él, además de los aludidos niños, somos los componentes más inconstantes del paisaje. Sin embargo, somos los únicos que podemos dejar constancia de este momento y darle vida. Este instante ha pasado a ser un hecho con mi presencia y la escritura de este relato sobre lo que percibo y siento al contemplar este lugar.
Al mirar al suelo veo una pequeña piedra que me llama la atención. Esta sola. Sobre la hierba. Parece que alguien la ha puesto aquí para mí. Se trata de un fragmento de peridotita con presencia de cuarcita. Su color, curiosamente, es el mismo que en este momento presenta el mar. Podría decirse que es una gran gota de agua marina petrificada con incrustaciones de olas blancas.
Esta piedra, antes de que yo la viera y cogiese, era una de tantas que podemos encontrar en esta playa. Por el simple hecho de mi observación y mi relato sobre ella ha empezado realmente a formar parte de la realidad. Ahora pertenece a mi pequeña colección de minerales y luce entre los libros de mi biblioteca. Cada vez que la contemple me vendrá a la memoria el recuerdo de mi visita de esta tarde a la playa Hermosa.
El ejemplo de la piedra que he encontrado me permite ilustrar la capacidad de tenemos los seres humanos de hacer visible lo invisible. Es nuestra mirada la que otorga realidad a las cosas y los acontecimientos. La piedra existía antes de que yo me fijase en ella, pero quien la ha hecho real es mi mente. De algún modo todos somos el resultado del sueño o la imaginación de los dioses, tal y como defiende la tradición espiritual oriental. De vez en cuando los dioses y diosas se pasean por la tierra y eligen por azar a uno de nosotros para despertarnos y hacernos reales. Algo parecido a lo que yo he hecho esta tarde con la piedra de la que les he hablado. No convertimos en lapis philosophorum, en seres conscientes que con su luz despiertan con amor y suavidad a los demás.
Para mí la piedra que he encontrado esta tarde ha pasado a ser mágica y sagrada. Se ha convertido en el símbolo de un pensamiento elevado y trascendente. Así sucede con todo lo que miramos con los ojos del alma. Somos nosotros lo que hacemos a los objetos y a los lugares sagrados. Una simple piedra puede evocar pensamientos profundos y emociones muy intensas. Si esto es capaz de provocarlo una simple piedra, ¡Qué no logrará un bello paisaje ante los ojos de un hombre o una mujer despiertos! Piensa en la tierra con una gota de agua y barro petrificada encontrada por los dioses en uno de sus paseos por el infinito cosmos. Ellos le han dado vida con su mirada y nos ha dotado a nosotros, los seres humanos, de una visión semejante para otorgar vida a lo que nuestros sentidos perciben.