El escritor y diplomático mexicano Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz −que vivió entre finales del siglo XIX y principios del XX− es más conocido en la literatura como Amado Nervo. Aunque podía estar encuadrado en el movimiento modernista, trasladó a su obra el misticismo y el espíritu religioso. Muchos de sus poemas han sido musicalizados y han tenido gran difusión. Precisamente uno de ellos comienza: Si tú me dices ¡ven! lo dejo todo. Al compositor y cantante, también mexicano, Alfredo Gil conocido como “El Güero Gil” −que en 1944 inició en Nueva York, junto al Chucho Navarro y el puertorriqueño Hernando Avilés, el Trío Los Panchos− se le ocurrió musicalizar en un bolero el inicio del poema de Nervo. Ciertamente, la diferencia entre ambas composiciones es notoria en el fondo ya que mientras Nervo manifiesto su amor a Dios y le reclama su llamada, el bolero se imbrica en el amor profano por una mujer. Sin embargo, ambos están íntimamente relacionados porque el poeta espera que su alma sea salvada del lodo que lo rodea y el bolero se ofrece a liberar a su amada del propio lodo en el que está inmersa. Precisamente, la composición musical fue titulada inicialmente como Lodo, aunque actualmente es más conocida por Si tú me dices ven.
Intento tratar en el presente trabajo un tema por el que siento una íntima devoción como es el bolero. Sin embargo, bajo esa denominación se encuentran diversas acepciones que es preciso describir. En el ámbito musical también hay dos modelos conceptuales y rítmicos diferentes, por lo que es necesario establecer una diferenciación cronológica y argumental de los mismos.
Cuando viajé a México, para impartir unos cursos en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), tuve la ocasión de pasear en los ratos libres por la capital que aún se denominaba Distrito Federal y no, como en la actualidad, Ciudad de México. Me llamaron la atención en las zonas del Zócalo, en Insurgentes o en Polanco –zonas de alto standing, con profusión de entidades bancarias e importantes empresas– los numerosos trabajadores dedicados a la limpieza callejera de los zapatos de los clientes. Recibían el nombre y eran conocidos popularmente como “boleros”. Sus clientes eran fundamentalmente varones entre 30 y 50 años ejecutivos o empleados en empresas o entidades financieras donde la indumentaria, la presencia y el aspecto físico son verdaderamente exigidas.
Parece ser que la costumbre de llevar el calzado o las botas limpias era una costumbre en la nobleza de Inglaterra y los sirvientes llevaban a efecto el limpiado. Con la llegada a EEUU de muchos emigrantes la costumbre hizo extensiva esta práctica y consecuentemente también emigró a México. Con la revolución mexicana hubo una gran cantidad de personas, en búsqueda de trabajo, que se dedicaron a esta labor. Quienes la ejercían llevaban la grasa que se untaba al calzado en forma de esferas o bolas. De ahí procede la denominación de bolear el calzado y calificar como boleros a los limpiadores.
“Quienes la ejercían llevaban la grasa que se untaba al calzado en forma de esferas o bolas. De ahí procede la denominación de bolear el calzado y calificar como boleros a los limpiadores”
El oficio de limpiador y lustrador de calzado –los boleros– ha significado un medio de vida de muchas personas y familias, de tal manera que comenzaron a organizarse de una manera profesional. Hace casi cien años, en 1936, durante el mandato de Lázaro Cárdenas constituyeron La Unión de Aseadores de Calzado del Distrito Federal (UACDF) que aún existe y fue reconocida por el gobierno hace más de 70 años. Según últimos datos están asociados al gremio más de 5.000 trabajadores de los cuales alrededor de 300 son mujeres.
Inicialmente el nombre de la asociación era boleros y limpiabotas. Quizá considerándolo peyorativo fue sustituido más tarde por aseadores de calzado. En casi todas las ciudades importantes de México existen asociaciones de este tipo. Su finalidad es loable ya que ayudan a los socios a solicitar o gestionar sus licencias e incluso a recibir alguna ayuda económica. Se preocupan por mejorar las condiciones de trabajo diseñando sillas para poder efectuar la actividad de pie, chalecos de cuellos altos e impermeables para soportar las condiciones atmosféricas al aire libre e incluso generar diseños de los puestos de trabajo con motivos tradicionales y de información turística para darles mayor atractivo.
Sin embargo la profesión está atravesando momentos de crisis, acentuados por la pandemia del covid que eliminó el tránsito ciudadano. Las nuevas costumbres sociales y el propio mercado han variado los comportamientos y el calzado deportivo ha sustituido, en parte, al calzado tradicional. También, se ha experimentado una pérdida de calidad en el material –fundamentalmente por las imitaciones de piel – especialmente de las importaciones. A ello hay que adicionarle que incluso la administración ha limitado drásticamente el número de licencias con el pretexto de modernizar la ciudad y calificando la actividad como contaminación visual.
El puesto de trabajo del bolero consiste, generalmente, en una estructura metálica vertical, donde va colocada una silla tapizada, con una escalinata de acceso donde se aposenta el cliente y un techo de lona que lo cubre. En el suelo, al lado de la banqueta del operador, debajo de los reposapiés, está colocado el cajón de herramientas con cepillos, grasa, ceras, gasolina blanca, jabón de calabaza, tintas, pinturas y trapos. El acto litúrgico del trabajo suele consistir –aunque no siempre– en extraer los cordones de los zapatos, si los tienen, colocación de unos cartones protectores de los calcetines y limpieza de la suciedad superficial con un cepillo llamado crin. Aplican a continuación, con una brocha, jabón de calabaza y los secan. Hacen un repasado con gasolina blanca y los embadurnan con grasa o betún para darles brillo. La operación la terminan con un enérgico lustrado utilizando, briosamente, un paño. El proceso suele durar unos diez minutos, el coste era –creo recordar– unos diez pesos mexicanos, aunque en la actualidad me parece que ha subido a 20. Los profesionales suelen decir que el limpiado permanece unos quince días por término medio. En algunos puestos hacen el limpiado no presencial, sino que los empleados y asistentes de los clientes, especialmente políticos, les llevan los zapatos a primera hora y más tarde pasan a recogerlos. También algunos boleros suelen ofrecer reparación de suelas o desperfectos y pintado de los zapatos.
Elemento importante del bolero es el cajón de herramientas que en algunos casos, sobre todo los antiguos, son verdaderamente muebles de artesanía. Aunque hay una amplia variedad suelen ser de madera, a veces de color negro, policromados y con varios compartimentos internos. Poseen dos puertas abatibles laterales con bisagras de latón y las esquinas suelen estar reforzadas con protecciones metálicas. Al asa de transporte, en sincronía con la función, acostumbra a tener la forma de la huella de zapato.
Los limpiabotas son sin duda un interesante elemento sociológico ya que muchos de ellos se convierten en confidentes de sus clientes con los que intercambian conversaciones y a los que comentan sucesos de la zona o barrio. A este respecto es ilustrativo recordar la figura de Patrick Bologna un limpiabotas que operaba en la calle de Wall Street de Nueva York. Los clientes – en su mayoría operadores financieros en la bolsa– le comentaban durante el proceso de lustrado de su calzado detalles los movimientos y las tendencias bursátiles. Bologna transmitía estos soplos a otros clientes de tal manera que, de alguna forma, muchos de ellos lo consideraban un intermediario asesor financiero y recurrían a las informaciones que les proporcionaba. Precisamente, se cuenta que el financiero y asesor político Bernard Baruch, conocido como “El lobo de Wall Street”, y el inversor y diplomático Joseph Kennedy, padre del que fue presidente de EEUU John Kennedy, eran algunos de sus clientes. Baruch tiene acuñadas algunas frases al respecto como “Cuando hasta el limpiabotas habla de bolsa, es tiempo de vender”. El patriarca de los Kennedy – fuese o no por influencia de Bologna– lo cierto es que vendió sus acciones poco antes del jueves negro de Wall Street y su fortuna no sufrió los efectos del crac del 29.
A la actividad de limpiar los zapatos en las calles tuvieron que acogerse, para subsistencia, los componentes de muchas familias e incluso ejercieron esa actividad en su niñez, por algún tiempo, quienes después fueron importantes personalidades. Puede citarse en Brasil al genio futbolístico Edson Arantes do Nascimento “Pelé” y el presidente del país Luiz Inacio Lula da Silva. En México el cantante Vicente Fernández, Mario Moreno “Cantinflas” y alguien al que además le gusta presumir de ello como el ex gobernador de Nuevo León y candidato a presidente de la nación Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco”. Por citar algunos más, Alejandro Toledo que fue presidente de Perú, el orador y activista estadounidense, asesinado en 1965, Malcom X y el afamado cantante de soul James Brown.
La figura del limpiabotas ha sido un referente en algunas obras literarias, musicales y cinematográficas. El compositor costarricense Julio Fonseca compuso en 1928 la canción El limpiabotas, dedicada a esta profesión en su país. El cantante cubano Miguel Angel Eugenio Lázaro Zacarías Izquierdo Valdés Hernández –también conocido como Miguelito Valdés o “MisterBabalú”– compuso e interpretó el bolero El limpiabotas que después incluyó la cubana Orquesta Aragón en uno de sus álbumes en 1958. El lustrador de zapatos, Shoe Shine Boy, ha sido interpretada por Frank Sinatra, Bing Crosby, Red Folie y Eddie Kendricks. Recientemente el dominicano Jandy Ventura editó en 2021 su rítmica canción El limpiabotas. En nuestro país, Federico Moreno Torroba en su zarzuela El chaleco blanco, estrenada en 1890, incluyó la polca del limpiabotas.
Entre los personajes insólitos de la profesión de limpiabotas debe incluirse en nuestro país al gallego Alfonso González Puentes, fallecido en 2020 a los 84 años, que ejerció la profesión más de una treintena de años especialmente en el aeropuerto de Santiago de Compostela. Era un apasionado lector tanto de Platón como Shakespeare, pero sobre todo devoto de Camilo José Cela a quien entusiasmó cuando le recitó gran parte de su obra La colmena mientras le limpiaba los zapatos en el aeropuerto. El Nobel lo incluyó como personaje en su novela Madera de boj. Al erudito limpiador le gustaba conversar de literatura con sus clientes y recibió el homenaje de su ciudad cuando fue nombrado pregonero de las fiestas del Apóstol Santiago en 2011 y brindó un rico e interesante pregón.
El asturiano Javier Castaño ha ejercido de limpiabotas en el café Central de Málaga. De profesión original como delineante industrial y diseñador gráfico se quedó sin trabajo y para subsistir se le ocurrió dedicarse a su vocación infantil de limpiabotas. Ha sido un personaje emblemático en el centro de la ciudad malagueña ya que, aparte del ejercicio profesional, se dedicó a regalar cuentas de Twitter a numerosos países y ciudades del mundo.
En la cinematografía, Vittorio De Sica dirigió en 1946 la película Sciuscià, en español El limpiabotas, encuadrada dentro del neorrealismo y que recibió en 1948 el Oscar a la mejor película extranjera. En 1957 Mario Moreno “Cantinflas” interpretó la película El Bolero de Raquel en la que sin duda rememoró parte de su infancia cuando tuvo que ejercer de limpiabotas en las calles de México. El chileno Javier Gallegos dirigió un corto dramático en 2018 titulado El limpia botas.
En España la actividad de limpiabotas tuvo su origen en Barcelona. La guerra civil ocasionó una parálisis, pero en la posguerra y fundamentalmente en los años cincuenta renació e incluso se crearon salones de limpieza con sillones para los clientes. En la actualidad, por varias razones está desapareciendo la profesión. Sin embargo, se resaltó en prensa la noticia que en Palermo, la capital siciliana, donde el paro alcanza muy altos niveles, la Confederación de Artesanos convocó en 2017 un concurso para que quince limpiabotas se distribuyeran por zonas de la ciudad. Lo sorprendente del caso –confirmación del alto desempleo– es que acudieron tanto hombres como mujeres y algunos de ellos con titulaciones universitarias de licenciatura y doctorado.
La denominación bolero tiene variadas acepciones según el DRAE y además ha sido frecuentemente incluida como caracterización o marca de artículos y aspectos comerciales diversos. Aunque solo sea por carácter testimonial y como datos curiosos incluiré en este trabajo algunas de ellas.
La calificación de bolero se atribuye a quienes dicen muchas mentiras, cuentos, bulos y trolas. Se designan bolero también a algunas prendas como rebecas, y chaquetillas toreras. En Costa Rica es un juego al que llaman boliche, que consiste en derribar bolos lanzando una bola de madera. En Honduras se denomina así a un sombrero de copa y curiosamente he encontrado con ese nombre de bolero, aquí en España, un sombrero –que algunos llaman cordobés y otros sevillano– de fieltro de lana, ala ancha, artesanal e impermeable.
Se califica asimismo como boleros a aquellos que hacen novillos, es decir a quienes evaden la asistencia a algo que es debido. Se aplica con frecuencia a los escolares que no van a clase. En zoología se cita al escarabajo bolero, insecto coleóptero de antenas que se mueve en el estiércol buscando comida y fabricando unas bolas en las cuales deposita los huevos.
Acabo de ver en internet la difusión de venta on line de unas denominadas Bebidas Bolero en polvo, contenidas en sobres para diluir en agua y preparar una bebida de frutas sin gluten, sin lactosa, sin azúcar, bajas en calorías, sin conservante y con colorantes naturales, ideales para deportistas y control de peso. El frigorífico que compré hace unos meses para mi oficina, también observo que es modelo Bolero. No pararíamos de encontrar el apelativo de bolero en multitud de ocasiones utilizado para diferentes áreas sociales, artísticas, mercadotecnia y localizaciones comerciales o recreativas.
El pueblo y el temperamento de nuestro país ha estado siempre muy vinculado al baile y la danza desarrolladas –con sus particularidades– en todas las regiones. A mediados del XVII ya se ejecutaba un paso que denominaban boleo. Posiblemente, su origen estaba en las seguidillas que empezaron a bailarse más altas y que incluso se denominaban seguidillas boleras. La danza fue evolucionando dando más variedad a los movimientos y ciertamente se concretó, a mediados del XVIII, en el llamado Bolero. La denominación escrita de esta danza la recoge Ramón de la Cruz en 1772 en su sainete Los payos en el ensayo “…Me he de poner a bailar/el bolero y el fandango”. Es la aportación escrita de más antigüedad, con fecha y autor reconocidos, del término bolero.
La RAE lo define como “Aire musical español, cantable y bailable en compás ternario y movimiento majestuoso”. Su compás es 3/4, en tempo moderato −de 80 a 108 negras por minuto− que se danzaba tanto por una pareja, como por varias e incluso por un bailarín individual. El instrumento musical que lo acompañaba era la guitarra, aunque en ocasiones se ampliaba con otras instrumentaciones como tambor o pandero. Los bailarines lucían en su danza, acompañando, el repiqueteo de las castañuelas o palillos.
El bolero se convirtió en un baile social y popular en España en la segunda mitad del siglo XVIII. Aunque su origen se encuentra ya en el XVII con las seguidillas boleras y el boleo, es cierto que en su evolución fueron los primeros intérpretes la gente humilde del pueblo. Fundamentalmente de los barrios populares de Madrid como señala, a principios del XIX, Rodríguez Calderón : “ los mozos de mulas, caleferos, zagales de coches, efparteros y otros personajes de efta especie…”. El éxito de la danza se fue extendiendo a otras capas sociales, primeramente al escalón intermedio de sastres, zapateros, barberos y otros y posteriormente a las clases altas de la sociedad. Las zonas donde tuvo más arraigo el bolero fueron Castilla y las áreas del Sur y Sureste de España de tal manera que la enseñanza del baile generó la aparición de escuelas boleras de formación –especialmente en Andalucía̶– con afamados maestros de renombre que incluso mantenían su nivel de vida por el ejercicio de esta profesión. La explicación se encontraba en que los pasos de ejecución del bolero no eran nada sencillos, se exigía la rima de piernas y brazos, complementados con movimientos de elevación del cuerpo y saltos, por lo que no todo el mundo estaba capacitado para realizarlos y desde luego exigían una formación y ejercicio.
Como dato curioso, estas reuniones y danzas populares solían hacerse una vez acabadas las labores y trabajos de la gente, frecuentemente en los atardeceres. Hay que tener en cuenta que el rey Carlos IV –basándose en cuestiones de respeto al descanso ciudadano– emitió un bando el 11 de agosto de 1789, prohibiendo los bailes, músicas y voces en los paseos y el campo a partir de la 12 de la noche. Como elementos de iluminación se utilizaban los candiles o candilones por lo que – como señala Mesonero Romanos– fueron calificados como “bailes de candil”.
Hay constancia pictórica de la existencia y popularidad de ese baile bolero, tanto plasmadas por artistas nacionales como por extranjeros con estancias en España que reflejaban las costumbres de nuestro país. Sin entrar en una referencia exhaustiva, podemos citar a Francisco de Goya en 1777 con su Baile a orillas del Manzanares ;Bailando el bolero, de José Camarón, en 1790; La acuarela Baile bolero de Antonio Mª Esquivel en 1840; Antoine Dumas, en 1840, en su Baile; el grabado Danza del Bolero y Trajes del Pueblo de Granada, de Giulio Ferrario, en 1826; John Frederick Lewis en su Spanish peasants Dancing The Bolero, en 1836;La bailarina de bolero de Antonio Cabral Bejarano de 1842; Marcelle Lender bailando el bolero en Chilpéric, de Toulouse-Lautrec, en 1895; el óleo Boleras del beso, atribuido a Manuel Rodríguez de Guzmán, hacia 1850 y su Baile en la taberna de 1854; Joaquín Domínguez Bécquer plasmó en 1841 su Baile en el interior de una posada o la aguada en lápiz negro del valenciano Antonio Rodríguez Bailarín de bolero, de 1804.
El aire del bolero español también suscitó interés en importantes compositores que, o bien elaboraron sus propias composiciones con este título o bien lo insertaron en algunas de sus obras. Seria prolijo recoger en este trabajo la cantidad de referencias, pero sí merece la pena referirnos a algunos de los más notables y conocidos. El genial Beethoven introdujo dos de ellos en sus Canciones Populares de diversos países WoO158; Chopin compuso su Bolero en la menor Op19, para piano en 1833 aunque hay diatribas si es un bolero o una polonesa. Tchaikovski lo introdujo, como danzas españolas, en Cascanueces y en El lago de los cisnes; Bizet en Carmen y Delibes en Coppelia.
Mención especial por su enorme difusión es el muy conocido Bolero de Ravel. El compositor francés recibió un encargo de la bailarina rusa Ida Rubinstein en 1928 para que le compusiera una partitura de ballet inspiradas en Isaac Albéniz. Por una serie de razones el músico decidió crear una composición nueva basada en la música tradicional española. Aunque inicialmente pensaba titularla como Fandango, con un solo movimiento, pero con forma rítmica 3/4 similar a la danza española que dominaba en nuestro país en el siglo XVIII que se denominaba Bolero, decidió darle este título a su creación.
El Bolero de Ravel es una estructura musical a la que infundió una sonoridad repetitiva. Su ostinato ̶ repetición de un motivo musical– alcanza la cifra de ciento sesenta y nueve veces. Va creciendo en intensidad y lo dotó de una percepción pegadiza, llevándolo a una espectacular finalización. Se estrenó, con un éxito impresionante, en la Opera de París el 22 de noviembre de 1928 y su duración, dependiendo de la opción interpretativa de los directores, es de unos 17 minutos.