Durante dos días hemos podido compartir dos apasionantes jornadas de trabajo e intercambio de conocimientos en el marco del encuentro “Naturaleza y Espiritualidad: la cosmovisión de las religiones ante el cambio global”.
Esto ha sido posible gracias al apoyo de Carlos Rontomé, Consejero de Educación y Cultura y vicepresidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta, persona que ha mostrado gran sensibilidad a nuestro humilde encuentro. Gracias Carlos, a ti y a tu equipo humano por todo el esfuerzo realizado.
A nuestro amigo y hermano en el camino espiritual Juan Carlos Ramchandani (Krishna Kripa Dasa) le debemos la coordinación del precioso evento y agradecemos profundamente, desde el corazón, todo el esfuerzo y buen hacer, para editar el libro del mismo título que las jornadas. Una obra colectiva compleja, y me atrevo a decir, con toda la humildad, que es una rara avis, en un mundo donde los acercamientos intelectuales a la naturaleza, y los ensayos colectivos con diversos autores, se hacen en clave científica o bien dentro del ámbito de pensamiento propio del movimiento ecologista.
Ambas, son visiones legítimas y necesarias, pero insuficientes en tanto en cuanto la raíz del problema de nuestra desafección hacia el mundo natural está en una falta conexión interior con nuestro ser, provocado por la gran alienación colectiva en la que estamos todos inmersos. La ausencia de sacralidad en la sociedad racionalista, egoísta, narcisista e individualista nos llena de miedo ante la muerte, pues la percibimos como el final de la existencia; cuando se trata del principio a un enorme mundo desconocido, de una transición hacia otro estado del ser e incluso un periodo pasajero por el que deambular hasta volver de nuevo, todo depende de la tradición a la que nos acerquemos.
Nos alejamos del mito maquinal de la naturaleza sustentadora y mercantil para adentrarnos en la función elevada encomendada a la creación: alimentar nuestra alma y acercarla al todo trascendente, el altísimo, tao, etc. Un estado de vibración jungiano un vislumbre del Aleph borgiano. La naturaleza sobre todo ilumina o revela al creador, al poder supremo, por lo que todo fue hecho y que es imposible de explicar ni siquiera imaginar. A Dios se le siente en el interior siempre que le hagamos sitio para que pueda crecer y lo vemos en el exterior, si y solo si observamos atentamente con los ojos del corazón. La naturaleza es una de las expresiones más claras, evidentes y nítidas de la existencia del poder supremo, al que llegamos también con la razón.
Si el conocimiento de las leyes racionales está revelado y se pueden obtener a través de la razón, no es menos cierto que existen otras sobrenaturales que están ocultas al entendimiento racional y, aunque no son incompatibles con la mente, necesitan de otras herramientas que llevan milenios siendo exploradas por las religiones y tradiciones espirituales del mundo con sus diversas y enriquecedoras cosmologías. Es el mismo canto de admiración, arrebato y gozo, la misma locura de amor por todo lo creado pero con distintas y preciosas interpretaciones, todas ellas enfocadas como prácticas meditativas que nos llaman a convertirnos en eternos buscadores de la bondad, la verdad y la belleza y en definitiva del amor que es la energía más poderosa que mueve el universo.
Para entender a la naturaleza debemos entendernos a nosotros mismos y no pensar que todo esto es un juego simplón de números o de física y química y procesos biológicos. Enhorabuena!!!, hemos descubierto muchos y maravillosos ciclos naturales y nuestra ciencia moderna es poderosa y nos lleva a emprender proyectos portentosos, pero esos descubrimientos racionales no eliminan las cuestiones más importantes sobre nuestra existencia y no deben ni pueden suplantar nuestro principal alimento del alma. Esto es, el sentimiento de eternidad y la fusión con aquello que nos llama constantemente a trascender. De nada sirve descubrir sin compartir, y para que queremos existir sin amar a los demás y practicar el reparto de todos los bienes.
Es vano pasear por la naturaleza sino la contemplamos ni la vivimos intensamente pues todo nuestro conocimiento científico no eleva si no sabemos contemplar el mar, un río, la montaña, ni lloramos de emoción al ver sonrisas o conductas amorosas entre seres vivos. Apreciamos poco una montaña si solo vemos un acumulo molesto de piedras o un lugar para explotar minas; como nos vamos a emocionar en un bosque viendo pasar el plancton aéreo en una mañana otoñal si todos estos bichitos nos dan miedo y los percibimos como una molestia en vez de como un milagro ante nuestros ojos. No se puede amar la vida sin amar a los demás y a todo lo creado y todo esto y mucho más lo otorgan los caminos espirituales revelados por el Altísimo de diversas formas y maneras a lo largo del deambular de nuestra especie en este planeta sagrado.
Por todo ello, es importante comprender que las diversas religiones y espiritualidades enseñan a comunicarnos con lo inefable y nos proponen los elevados caminos de la virtud para llegar a la gran meta que no es otra que llenarnos de amor por la vida y por todo lo creado; un camino indispensable de gozo y sufrimiento para vislumbrar más allá de lo evidente. De hecho, el gran reto no es practicar las virtudes sino convertirnos en servidores de las virtudes que en última instancia es ser penetrados por la luz en todo su amplio espectro de colores y matices.
Por eso, “la experiencia de la vida” nos desvela un conocimiento escondido más allá de los cinco sentidos; somos buscadores del misterio insondable que percibimos en nuestro interior. Y decimos que “Quien ama la vida con fe y esperanza sabrá morir en paz con la ilusión de seguir en contacto con el mundo natural que aguarda en los espacios sagrados del alma y nos prepara un reencuentro sublime.
Esto nos hace tocar el misterio sobrenatural”. Por hacer una brevísima semblanza al estilo Haiku que me gustaría que se leyeran sin pausa, a modo de los nombres indígenas de la America del norte: Lázaro Albar mística cristiana; Jaime Tatay lucidez teológica; Mario Stofenmacher profundidad sensible; Vicente Mansur canto del islam; Jose Luís Marques mestizaje de cultos; Armando Lozano abrazo al mundo; Puiya Swami fortaleza clarividente; Denko Mesa susurro de la montaña; Juan Carlos Ramchandani canto Daharma; Jose Manuel Pérez-Rivera fuerza mitológica; Oscar Ocaña Varuna Das y Marcos Soria humildad luminosa. Pido perdón por este artículo precipitado y sus insuficiencias y carencias de ante mano a todos vosotros, pero bien sabéis que lo importante son las buenas intenciones.
Dios mío y Señor mío, Creo, Espero, te Adoro y te Amo; te pido perdón por todos los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman. Om Shanti, Om Durgaya Namaha,……….hasta el infinito y mucho más allá. Os llevaremos siempre en nuestro corazón hermanos del alma.