Ayer, el colectivo sirio que desde hacía seis meses había permanecido en la plaza de los Reyes, decidió levantar el campamento y marcharse. Sin más.
Como se establecieron, se marcharon, borrando aquellas imágenes desafortunadas y que podían haber causado más de un disgusto, de policías rodeando la plaza, personal de Menores quitando hijos a sus padres y refugiados sin protección viéndose en el extremo de llevar a cabo cualquier barbaridad. Si a todo eso le añadimos la difusión, falsa, que algunos medios hicieron del sirio malo que quería arrojar a su propio hijo por las escaleras y del policía salvador que lo llegó a coger en el aire (peliculón aún creído por algunos que nunca quedó plasmado siquiera en las diligencias que posteriormente hizo la Policía y se llevaron al juzgado) teníamos el ejemplo más claro de nefasta gestión del problema.
Tras el ‘patinazo’ del momento, el segundo asentamiento sirio en plena plaza se abordó de otra manera. De haber hecho caso a quienes hubieran apostado por sacar las barricadas a la calle y poner en Marruecos a padres, niños y ancianos acusados de robar la plaza a todos los ceutíes... hubiéramos sido, de nuevo, portada en todos los medios. Y miren que ha habido, en estos seis meses, historias para dar y regalar. Desde la supuesta plaga de pulgas del verano, hasta los que iban recogiendo firmas para que las autoridades sacaran como fuera a los sirios y así los niños que no llevan etiqueta de refugiados volvieran a jugar a la pelota felices y contentos... Hemos pasado por demasiados episodios que deben quedar en el poso de cada uno con la esperanza de que, en algunos casos, no vuelvan siquiera a repetirse.
Los sirios se han ido como vinieron, les han cortado el rollo a los que habían convertido su causa en un motivo de acción política. Ya saben, un ‘selfie’ con los huidos de la guerra queda bien en facebook y da juego a hacer crítica fácil, que genere reacción ciudadana y dé cuerda para un tiempo más. En el fondo, muy pocos han estado a la altura de saber abordar un problema del que nadie tenía culpa, porque somos frontera para pedir millones pero también para saber abordar con los mecanismos y profesionalidad necesarios una inmigración como la que protagonizaron estas familias.
Ya no hay sirios, ya se puede jugar a la pelota, ya hay que buscar nuevas críticas políticas. A ver ahora de qué viven algunos.