La más alta jerarquía en la santería o religión yoruba es el babalawo ‒ de baba (padre) y awo (sabio)‒ y son los depositarios de los conocimientos transmitidos oralmente por sus antecesores. Su preparación, durante un largo periodo de tiempo, les hace conocer los misterios de Orunmila, deidad de la adivinación. Son los sacerdotes de Ifa‒ cuerpo del conocimiento ritual y filosófico‒ y a ellos se acude para consultas y adivinación, en problemas o toma de decisiones en la vida, por su carácter de intermediarios entre los orishas y los hombres.
Continúa la jerarquía, en la Regla de Ocha, en los santeros u oloshas, consagrados tras un año y siete días, en un pacto sagrado con los orishas y los cuales acuden los creyentes para abrirse caminos, limpiarse espiritualmente o para que los libren de daños que alguien les ha enviado o ellos mismos han recogido en su comportamiento.
Los santeros que han sido documentados profunda y ampliamente en los rituales y ceremonias de la religión, son los Oba Eni Oriaté. Dirigen y están presentes en toda consagración, por esos conocimientos.
Los iyawos son aquellos que se encuentran en el primer año de consagración y los aleyos son los creyentes aspirantes a la consagración.
Otra figura, no perteneciente a la santería, pero con cierta afinidad con ella son los “paleros”. Pertenecen, como sacerdotes, a la denominada Palo Mayombe y tienen poder para la adivinación y la magia. Dicen que pueden canalizar las fuerzas y los espíritus de la naturaleza, a través de ofrendas y sacrificios.
Cuando un creyente de la santería se dirige a un miembro de la jerarquía religiosa, para ser objeto de consulta o adivinación, puede hacerlo a través de los tres oráculos: el oráculo de Ifá es el que realizan exclusivamente los babalawos; el oráculo de Diloggún también llamado de los caracoles que utilizan los santeros y el oráculo Biagué, utilizando coco, que llevan a cabo indistintamente, los babalawos y los santeros.
Mediante la adivinación, se interpreta la voluntad de los dioses y se realiza con un ceremonial que frecuentemente se complementa con tambores, sacrificio de animales de corral ‒para que “coman” los santos‒ cigarros y ron, que pagarán los solicitantes.
Al no existir en esta religión templos y lugares de culto, la oración y las ceremonias religiosas se realizan, por comunidades de creyentes de no excesivo tamaño, en las casas de los santeros o casas de santo, llamadas Ilé Ocha. Cada santero, dependiendo de sus posibilidades, establecerá la distribución y organización de su casa, pero por lo general disponen de altares con imágenes de vírgenes y santos católicos, adornados con velas, flores y lámparas de aceite. Los orishas están contenidos en forma de piedras, conchas u otros elementos representativos, en una especie de vitrina, en orden jerárquico, en recipientes de barro o cerámica llamados soperas. Permanecen cubiertas o tapadas, adornadas con elementos representativos y atributos de los orishas, así como frutas, flores, dulces, candelas e incluso monedas.
En las ceremonias se respira un ambiente sensual en las que se sacrifican gallos y palomas, suenan los tambores, se bebe y se escupe ron, a la vez que se fuman enormes puros. Unas de las que tienen mayor afluencia son las llamadas “toque de santos”, con distintas modalidades. Las más sacralizadas se realizan con el tambor batá, constituido por dos parches con forma de reloj de arena. En su fabricación se talla y vacía a mano, debe de ser consagrado y es percutido, a dos manos, por hombres conocedores de los toques de cada santo.
Es muy corriente que la fuerza emotiva de la celebración, ocasione en el creyente que se inicia una especie de hipnosis, que lo hace bailar desaforadamente y compulsivamente e incluyo llega a perder el conocimiento y caer al suelo, en lo que llaman “bajar el santo”.
Existen celebraciones multitudinarias en honor los orishas, coincidiendo con las festividades de las vírgenes y santos adoptados por el sincretismo. Las dos más significativas son las dedicadas a la Virgen de la Caridad del Cobre o Oshún y a la Virgen de Regla o Yemayá.
La figura religiosa por la que unánimemente todos los cubanos sienten una especial devoción, es la Virgen de la Caridad del Cobre, entronizada como Patrona de Cuba ‒reiterada petición de los devotos veteranos de las guerras independentistas‒ por el Papa Benedicto XV, en 1916.
Cada 8 de septiembre, el día de su celebración, el Santuario del Cobre, reconocido en 1977 como Basílica Menor, se inunda de fieles peregrinos aclamando a su patrona.
Ciertamente la advocación data de antiguo, ya que la tradición cuenta que, en 1612, a punto de naufragar en la bahía de Nipe ‒al nororiente de Cuba‒ dos aborígenes indios y un niño negro, avistaron sobre las turbulentas aguas una imagen femenina, con un niño y una cruz en sus brazos, junto a una tablilla en la que estaba escrito “Yo soy la Virgen de la Caridad” y sus ropas estaban secas. La trasladaron donde vivían y colocándola en un humilde altar, los cubanos de la zona le empezaron a rendir adoración. Su ubicación en diferentes lugares a lo largo del tiempo, culminó finalmente en la ubicación actual del Santuario, construido en 1927 −por suscripción popular− en el Cerro de Maboa, a unos 27 km de Santiago de Cuba, donde existían unas minas de cobre y de ahí el añadido al nombre, como Virgen de la Caridad del Cobre. Como en Cuba a quienes se llaman Caridad, se les conoce popularmente como “cachitas”, también se la adjudicó este hipocorístico y se conoce a la Virgen, asimismo, con fervor, como Cachita.
El interior de la Iglesia del Cobre −que visité hace unos años− lo preside la imagen de la Patrona adornada con ropaje de color amarillo y con flores de este color como los girasoles. La acompañan numerosas donaciones de joyas, amuletos, exvotos de creyentes e incluso, anecdóticamente, la medalla del Premio Nobel obtenido por Ernest Hemingway y donada por el escritor.
En el proceso de sincretismo de los esclavos yorubas, identificaron a la Virgen de la Caridad con uno de sus orishas más emblemáticos, Oshúm, que representa la feminidad, la espiritualidad y la sensualidad y reina de las aguas dulces. Precisamente, el color amarillo es que asignan los creyentes de la santería a esta deidad.
Otra de las advocaciones marianas que concita más fervorosa coincidencia entre los creyentes católicos y los de la santería, es la Virgen de Regla. Su adoración, como figura milagrosa, data de la época de San Agustín, en el siglo IV a.C., impulsándose más tarde hacia España y Europa. Precisamente, llegó a Cuba a través de los recién llegados europeos, investida de sus facultades milagrosas, sobre todo en las travesías por mar.
"Como en casi todos los aspectos de la vida, la santería no podía dejar de convertirse en una actividad comercial que, además, constituye un lucrativo negocio"
Posiblemente, la imagen inicial de culto fue una figura de la virgen en una pintura o cuadro hacia 1687, alojándola en una humilde ermita que se construyó en la localidad de Guaicanamar, en la bahía de la Habana. Posteriormente, en 1696, don Pedro de Aranda aportó una imagen tallada ‒con la faz de color negro‒ que se trasladó también a la ermita.
El sincretismo religioso yoruba, la adoptó como la orisha Yemayá y su culto fue creciendo hasta que en 1708 se la nombró Patrona de la Bahía, confiándole las llaves de la ciudad de San Cristóbal de la Habana. La construcción de un templo en su honor –que también he visitado− y la afluencia de creyentes, hizo crecer la población a su alrededor, constituyendo lo que en la actualidad es el municipio de Regla.
El nombre de Regla, posiblemente, se refiere a que rige la regla de los agustinos y en el sincretismo la deidad homóloga, Yemayá, es la diosa de la maternidad y de las aguas del mar, siendo su color representativo el azul. El día de su celebración, el 7 de septiembre, multitud de creyentes abordan la población de Regla para rendir pleitesía a la Virgen.
El sincretismo es la tendencia a conjuntar y armonizar corrientes de pensamiento o ideas opuestas. Erasmo de Róterdam introdujo el término syncretismus, refiriéndose a un fenómeno mediante el cual dos o más sistemas filosóficos, creencias o pensamientos, concilian y se funden en uno solo. El sincretismo se da en muchas áreas, como la cultura, la política, el arte o la religión. En el caso de la santería se da un sincretismo religioso, cuyos orígenes están en la conducta de los esclavos africanos, para continuar sus creencias religiosas ancestrales y al mismo tiempo integrarlas con el catolicismo, como salvaguarda frente a la obligatoriedad de seguir, en exclusiva, la doctrina impuesta por los conquistadores. La realidad es que en Cuba son creencias paralelas seguidas una y otra con devoción, sin contradicción entre ellas. No obstante, últimamente, han aparecido algunas opiniones ortodoxas, creo minoritarias, de la religión yoruba, manifestando que debe eliminarse el sincretismo y volver a las creencias originales auténticas de la religión africana.
Como en casi todos los aspectos de la vida, la santería no podía dejar de convertirse en una actividad comercial que, además, constituye un lucrativo negocio. El origen, posiblemente, se encuentra en la década de los noventa, cuando Cuba dejó de recibir las ingentes donaciones que le proporcionaba la Unión Soviética. El turismo fue una de las opciones para conseguir recursos económicos. Es posible que se implantase entonces la actividad de la santería, con sus ritos y celebraciones, como un atractivo más para los turistas. Aparte de las asistencias a celebraciones, −acordadas con donativos para presenciarlas− hay también muchos extranjeros que incluso se hacen santos, consagrándose. Ha nacido un importante negocio por la venta de los objetos y del vestuario blanco que requiere la consagración, con ingresos calculados de miles de dólares. Incluso han instalado sus tiendas de venta, en locales de la Habana Vieja, santeros venezolanos, mexicanos y cubanos-norteamericanos.
No solamente existe en Cuba, sino que con la diáspora cubana se ha multiplicado la actividad de la santería en muchos países de Iberoamérica, EEUU e incluso Europa. Precisamente en España auténticos o falsos santeros, ejercen la santería en bastantes capitales, con venta de objetos o atendiendo a clientes que acuden a ellos porque creen en sus dotes curativas o adivinatorias y pagando unos precios por consulta.
Adentrándonos en las tradiciones que ilustran la religión yoruba, como las dedicadas a las figuras de los orishas, no deja de sorprender la imaginación e inventiva de los generadores de sus mitologías, comparables sin duda a las grecolatinas.
No obstante, a título ilustrativo, a pesar de la dificultad para encontrar una versión uniforme, recojo algunas de las conductas o situaciones que protagonizan representativas figuras orishas, procedentes de alguna documentación consultada.
Oggún (San Pedro) dueño del hierro y los metales, era hijo de Obatalá (Virgen de las Mercedes) y Yemá o Yembó‒ considerada la primera Yemayá, reina de los mares‒ padres también de Ochosi (San Norberto) y Elegguá (San Antonio de Padua). Estaba enamorado de su madre ‒en otras versiones he leído que Yemayá (Virgen de Regla) era esposa de Oggún‒ y Elegguá evitó varias veces la violación. Sin embargo, se cometió el incesto y conocido por Obbatalá, sumamente enojado, mandó matar a todos sus hijos varones.
Oggún se casó con Oyá (Virgen de la Candelaria), dueña de las centellas y los vientos. Sin embargo, el carácter tempestuoso e impetuoso de Oyá, la llevó a convertirse en amante de Shangó (Santa Bárbara), con lo que se produjo un enfrentamiento violento entre Oggún y Shangó.
Shangó, es el símbolo de virilidad y aunque se casó con Obbá (Santa Catalina) tuvo multitud de amoríos, uno de ellos con Oshún (Virgen de la Caridad).
Yemayá se enamoró del bello andrógino Inlé (San Rafael) y se lo llevó al fondo de los mares para vivir con él, aunque cuando se cansó lo devolvió a la tierra, eso sí con la lengua cortada para que no revelase los secretos del mar.
Esta introducción en el conocimiento de la santería, me confirma que las religiones son creaciones humanas basadas en la necesidad de encontrar un ser superior. Todas ellas, con una innegable imaginación, han creado fantasías mitológicas de su Dios o sus dioses. Ciertamente, tienen aspectos positivos como son la integración social o ciertas normas de conducta, pero también aspectos negativos como son el dogmatismo y en ocasiones el origen de confrontaciones y guerras. Para los fieles, indudablemente, la religión supone un refugio espiritual en la incertidumbre de la existencia. De todas formas, no cabe duda que la santería es posiblemente una de las religiones más divertidas, ya que introduce grandes notas de sensualidad en las celebraciones, con flores, alimentos, miel, música y baile, tambores y buenas dosis de tabaco y ron.
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