“No me pude despedir de Samra… A mí me dieron que era negativo de COVID-19 a las 16:00 horas de la tarde. A Samra la enterraron a las 15:30. No podía salir de casa, estaba confinado. No pude salir a despedir a mi mujer”. Un momento que le dejó vacío por dentro.
Morad Ahmed Mohamed tiene lleno solo su teléfono. Y es de imágenes de su esposa, Samra Amar Ahmed: juntos en la Feria, en alguna tarde sin más dando una vuelta o, cómo no, con su hija de tres años. Todos recuerdos. Va de uno a otro deslizando el dedo por la pantalla del teléfono. Está solo en este salón de una casa cercana a la iglesia de la barriada del Príncipe.
Cerca, en otros lados del hogar, está su familia. En donde se refugia cuando va a Ceuta, aunque reconoce que pasa la mayor parte del tiempo fuera de nuestra ciudad. En la Península. Aún no puede volver a sus recuerdos.
“Estoy viviendo en una burbuja en este momento. No me creo lo que me está pasando. Es algo que he intentado asimilar pero no puedo. Cuando se me viene todo encima, intento saltar a otra cosa, intentar pensar en otro tema. Me he ido de Ceuta también para poder… he dejado a mi hija aquí en Ceuta y me he ido a trabajar a la Península para poder alejarme de todo esto… Es muy duro. Es una persona joven, que tú piensas que todavía tiene una vida por delante, y solamente pienso en mi hija en estos momentos la verdad…”. El relato de Morad se construye de frases incompletas por el nudo en la garganta, por las lágrimas y por una sensación de culpabilidad que sale a relucir en cada mirada al suelo.
Samra se le viene a la cabeza antes de dormir, cuando habla con la hija de ambos, en la que ve a Samra. “Siempre la tendré en el corazón, siempre...”. Se tapa la cara con las manos porque aún no se explica cómo se fue tan rápido.
A los cuatro días de volver a la Península, justo ese 15 de marzo que dio comienzo al estado de alarma en todo el país, falleció su madre. La semana siguiente, Samra empezó a tener síntomas: “Tos seca, mucha fiebre, cuerpo débil”. Para él, “era evidente que era COVID-19”. Para los sanitarios, en esos momentos, no estaba claro. Solo le diagnosticaron una gastroenteritis el primero de los cinco días que fueron a las Urgencias del Hospital Universitario. El segundo día, alcanzó los 40 de fiebre y sentía pinchazos en la tripa. Volvieron al hospital, donde le recetaron unos antibióticos. Esa misma noche “se sentía muy mal”. Al día siguiente “no podía más”, directamente sigue su relato Morad.
Quizá fue en estos días, o justo después, cuando ella le dijo la frase que se le quedó grabada: “Cuando se puso mala me decía que cuidara a la niña, que ella se sentía muy mal y estaba en sus peores momentos”.
Fue entonces cuando volvieron a Urgencias otra vez y fue cuando la dejaron en Observación le hicieron las pruebas y, alrededor de la una de la madrugada, recibió una llamada a su teléfono en la que el médico le decía que Samra “no era positivo en COVID-19 pero que tenía todos los síntomas”.
Dos horas después de aquello, dieron el alta a Samra. El día siguiente empezó a utilizar aerosoles, fueron al médico con miedo de que ella contrajese coronavirus, ya que supuestamente no lo tenía, y les recomendaron quedarse en casa. Esa misma noche volvió al hospital. Dos horas y media esperando ser atendida. Fue cuando por fin, después de realizarle las pruebas, dio positivo en coronavirus.
Pero ya era tarde. Tenía dañado el riñón. “Me dijo que le mandaban a la UCI y que la iban a intubar. Ese fue el último mensaje que tuve con ella”. Silencio.
Ese mismo teléfono que sujeta entre las manos fue el que recibió una llamada a las 11:00, hora que no correspondía: “Me dijeron que si no me llamaban a las 13:30 como todos los días, es que algo iría mal. Así pasó”. Con 27 años.
Es por eso que Morad pensó que ella se recuperaría. También porque, haciendo acopio de las últimas energías que le quedaban, Samra escribió: “Voy a luchar por vosotros”.
Es a partir de entonces cuando el tiempo parece que se ha distorsionado. No importa el ayer, el hoy ni el mañana. Solo es un día más. La mirada parece indicar que está en otro lado: en aquellos días del ‘Siete Colinas’ en los que se fijó en Samra, intentó hablar con ella y poco después comenzaron a salir.
Aún recuerda cómo, estando en la Península, Samra le advertía que tuviese cuidado con el virus.
Le da vueltas a esos seis días en el hospital. “Del 1 al 6” de abril. “Y en una semana, todo se vino abajo. Pasar lo que pasó. La verdad es que es muy duro, muy duro”, se repite con la cabeza gacha.
Las motos suenan fuera. La vida sigue, aunque también se pueda vivir en los recuerdos de un tiempo que ya no es. Por eso Morad, en una última petición, ruega que se finalice el texto con el mensaje que Samra le dedicó a su madre: “No muere quien siempre permanece en nuestro corazón”.
A pesar de todo, Morad agradece a los sanitarios su esfuerzo. “Es algo en lo que no se sabe cómo actuar en el momento”, defiende, aunque es sincero: “Siempre me quedará eso de que podían haber hecho algo más”. Otro de los pilares a los que se aferra es el Islam: “Si le llegó su hora, aunque los médicos hayan hecho lo que tengan que hacer, quiero pensar que llegó su hora”. La explicación que le alivia es que “todo pasa porque Dios quiere”. Y allí, en el cielo, es donde tanto él como su familia van explicando “poco a poco” a su hija que están su madre y su abuela. Y que “algún día” irán al cielo a estar “con ellas”. Son tres años, “todavía no lo puede asimilar completamente”. Aún, en casa de sus suegros, queda todo lo de ella: ropa, olor... A veces, a Morad se le escapa el presente al hablar de ella: “Samra es una persona muy buena. Que le gustaba que todo el mundo estuviese bien. Ayudaba a la gente y pensaba en los demás antes que en sí misma”.
Después, queda mirar fuera. A un panorama que no es alentador y que genera rechazo a quienes han perdido a alguien. “La gente se lo está tomando a la ligera porque no ha sentido lo que yo he sentido en ese momento. Yo sé lo que es sufrir por el virus”, expresa. Pero no solo por Samra, si no por él mismo: superó el coronavirus. “He estado tres días en la cama con el cuerpo destrozado. Con 39, 40 de fiebre, que no podía ni moverme. Pinchazos en el abdomen”, relata. Lo asemeja a una sensación cercana a la muerte. Todos lo que se pasa por la cabeza es negativo, en la experiencia de Morad. Por eso insiste en el mensaje: “Yo les diría que tuviesen mucho cuidado. Que hiciesen caso a los sanitarios, a la gente que les da consejos, y que hiciesen todo lo posible para mantener el distanciamiento, para no aglomerarse, porque la verdad que yo he sentido lo que es eso y no se lo deseo a nadie”.
Piensa en los que no están, como su mujer, para que sirviera “para dar ejemplo a las personas de lo que es el virus. Que no entiende de mayores ni de gente joven”.
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