Podemos sacar a pasear las banderas que queramos, escupir hacia arriba sin paraguas mientras pensamos que somos los reyes del Mambo, creer en una vida ajena a lo que pasa al otro lado de la frontera. Después de todo esto llegan las puritas realidades que no son otras que la imperiosa necesidad de que entre España y Marruecos existan, se cuiden y perduren unas buenas relaciones que, entre otras consecuencias, suponga la tranquilidad para las dos ciudades a las que se les ha encomendado el papel de Frontera Sur.
La reciente crisis de mayo evidenció el abandono de una Ceuta a la que se puso en jaque en cuestión de días. Aquella actitud de absoluto desprecio fue más allá de la entrada indiscriminada de más de 12.000 personas, porque se tradujo en las consecuencias que seguimos teniendo y que han transformado la ciudad en algo extraño, hasta psicológicamente no somos los mismos.
Marruecos rompió la cuerda y España reaccionó al nivel que debía. Europa, por vergüenza, intentó dar los pasos más rápidos para recuperar ese camino de abandono al que nos desterró hace muchísimo tiempo. Demasiado.
Esa paz burocrática se ha traducido en un control de fronteras que, por ejemplo, evitó que la pasada madrugada se produjera la entrada de cientos de marroquíes llamados por una falsa apertura del paso. Entre ellos había muchísimos menores, alentados por un bulo que ya está siendo investigado por las fuerzas de seguridad. La reacción nada tuvo que ver con la evidenciada en mayo, donde no solo se alimentaron las falsedades sino que se alentó a cruzar a Ceuta abriendo literalmente las puertas. Marruecos obtuvo el plante que quizá no esperaba y se vio obligado a dar un giro radical en esas políticas de afrenta.
La madurez política se demuestra con comportamientos alejados de buscar nuevas tensiones, que es a lo que al parecer aspiran las formaciones que solo están buscando volver a encender fuegos aprovechando cada suceso, cada situación para proponer medidas tan incongruentes como levantar muros, retirar visados o seguir viviendo de espaldas a una necesaria convivencia entre países que no supone ni cesiones, ni pérdida de identidad, ni guerras de banderas. No es difícil de entender.
Ja bota