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Reina y señora del mar, de la orilla, de la ciudad y de julio

Se sabía, estaba anunciado, porque así son las tradiciones, pero siempre el corazón se las ingenia para descubrir nuevos matices dentro de un mismo sentimiento y experimentar emociones de esas  que ponen la piel del corazón de gallina.

Le ocurrió ayer a los fieles con la procesión de la Virgen del Carmen, Patrona de los Marineros. Conocían a la perfección el itinerario, la cronología, los latidos que iban a atronar escondido debajo del pecho. Qué más da, los niños pequeños y las abuelas, los jóvenes y los adultos, los de aquí y algunos de fuera entraron en la Iglesia de África firmes y solemnes y salieron emocionados. Habían escuchado misa, a cargo del vicario de la ciudad, Francisco Correro, admirado el templo, rezado, pero ante todo habían contemplado, palpado, retratado en la memoria del alma a la Virgen del Carmen.
Este julio de 2001 era el segundo año que la Asociación Hijos de Nuestra Señora del Carmen organizaba la procesión y la Virgen lucía hermosa como siempre, radiante como nunca. Inmaculada, cuidada con exquisito esmero, alta y altiva como la divinidad, bella y luminosa, apoltronada en su altar, que es la barca, que es la mar, sobre un oleaje de flores amarillas, rojas y blancas.
La sublime estampa deslumbraba dentro de la iglesia pero, a la luz del atardecer y a los ojos de la multitud fervorosa congregada en la antigua plaza de la Lana, resultó simplemente irresistible. El  reloj marcaba las 20:57 minutos de la tarde cuando la procesión salía por la puerta de su templo, la mar, perdón quise escribir la Iglesia de África. Segundos antes lo habían hecho la comitiva oficial, encabezada por el presidente Vivas.
Precisamente eso, gritos de ¡vivas!, atronaron en la plaza: otro año más la procesión del Carmen estaba en la calle, saludando a los ceutíes que, a su vez, la saludaban a ella. El clamor inicial se apagó después de que los aplausos aminoraran hasta difuminarse en la brisa.
Era el momento de ir cumpliendo etapas del itinerario marcado, la calle Pepe Durán, el Paseo de las Palmeras iban siendo recorridos a paso lento, como si la Virgen quisiera deleitarse al son de la música que marcaba la Orquesta de la Aasociación Cultural Banda de Música de Ceuta, una comitiva integrada por unos cuarenta músicos.
El Paseo iba deslizándose ante la procesión a través de una alfombra de pétalos rojos, lanzados al aire y con esmero, por niñas vestidas para la ocasión y hermanas de la asociación. No eran las únicas con atuendo especial: señoras engalanadas de domingo, jóvenes afeitados, marineros, de riguroso blancos, ellos y ellas, escoltando el dulce caminar de la Virgen, situándose a un lado y a otro, señores de traje negro.
Mención especial, y no por el atuendo, que también, sino por la dedicación, el amor, el esfuerzo, la nobleza exhibida y derramada, para los miembros de la asociación que portaban en sus hombros todo el peso de la emotividad de la Virgen del Carmen: la figura y la barca al hombro, al alma.
Uno de los momentos más emotivos de la procesión se vivió en el puente de la plaza de la Constitución, cuando una señora, con el llanto en la garganta, pidió que la Virgen frenara su caminar. Deseo cumplido y vía libre: la señora irrumpió en una saeta sentida,  honda, descorazonada que arrancó el aplauso de la multitud cngregada sobre el puente, en la calle e incluso en los balcones del Paseo de las Palmeras.
Tocaba ahora descender, adentrarse en las tinieblas del puente, pasar por el Mercado Central y desembocar, al fin, en la arena de la Playa de la Ribera.
Antes hubo tiempo para que el Presidente Vivas atendiera, entre la multitud que le aclamaba, a El Faro: “Es un día especial y entrañable para la ciudad, porque Ceuta es una ciudad con alma marinera”. Asimismo, el presidente no quiso pasar por alto “y acordarme de tantas personas buenas y organismos digno de encomio que trabajan por y para el mar, me refiero a los pescadores, la Marina Mercante, la Cruz Roja del Mar, que tantas y tantas horas y esfuerzos han dedicado por el buen desarrrollo de sus familias pero también de la ciudad”.
Ahora sí, ya no había obstáculo alguno que lo impidiera, la Virgen del carmen hacía aparición por la playa de la Ribera, pisaba arena y olía el sal de la brisa del mar.  Los costaleros avanzaban entre las dunas y los catillos de arena que habían construido los niños durante la tarde de ocio, y se aproximaban a la orilla. Antes el cura bendijo a todos los muertos en la mar, pidió a Dios protección Divina, los altavoces deslizaron himnos de una Virgen que ya se mecía en la orillla, ante el clamor popular y el llanto de los fieles.

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