En estos últimos tiempos todas las noticias referentes a la economía española son cada día peor. De un día para otro nos despertamos con la noticia de una bajada de los sueldos a los funcionarios, la congelación de las pensiones y una drástica reducción de las inversiones públicas. Una serie de medidas exigidas por los mercados financieros, las instituciones internacionales (FMI, UE, etc,,), y algunos de los principales líderes mundiales, entre ellos el presidente de los EE.UU que la noche antes del anuncio oficial de estas medidas llamó a Zapatero para darle el último empujón. Así, y de la noche al día, se desmantelaron los últimos avances en materia de bienestar social y se decidió un hecho inaudito en la economía: la reducción de sueldos en el sector público.
Las consecuencias de las forzadas decisiones del gobierno español son imprevisibles. Algunos reputados economistas internacionales consideran que tales medidas no resolverán la grave situación de la economía española, más bien todo lo contrario. Otros se muestran más optimistas y piensan que son indispensables para recuperar la confianza perdida en la solvencia de nuestro país de cara a los mercados internacionales. El tiempo dará o quitará la razón a unos u otros. Sin embargo, y al margen de este tipo de incertidumbres, somos de la opinión de que el escenario económico actual merece un cambio general de actitud en los españoles en su conjunto, y en los ceutíes en particular.
Siempre hemos rehusado las simplificaciones, aunque no de la simplicidad. Por eso nos quedamos con un sabor agridulce tras escuchar la conferencia que pronunció hace pocos días Don Leopoldo Abadía, autor del famoso libro “La crisis Ninja”, dentro de las actividades organizadas por PROCESA para celebrar el Día del Emprendedor. Sin dejar de valorar el esfuerzo, siempre necesario, de hacer digerible la verborrea de la ciencia económica y convertir a términos comprensibles los mensajes que nos transmiten los medios de comunicación, no obstante, pensamos que resulta un error transmitir la idea de que esta crisis la han provocado un conjunto de personas despreocupadas (los ninjas, aquellos que no tienen trabajo, ni ingresos, ni propiedades) que un día recibieron la visita de un banquero para ofrecerles un préstamo para comprarse una casa. No digo que este tipo de situaciones no se hayan dado en EE.UU, pero no ha sido ni de lejos la normal general. Lo que ha sucedido, sobre todo en nuestro país, es que la inmensa mayoría de los españoles hemos intentado satisfacer una necesidad básica, como una vivienda digna, y para ello no nos ha quedado más remedio que endeudarnos hasta las cejas para poder pagar los desorbitados precios de las casas en España.
Tanto en la magnífica conferencia del Prof. Aranda como en la amena charla de Don Leopoldo Abadía, no se prestó demasiada atención a la innegable relación que existe entre la crisis de la economía española y la especulación urbanística. Como muchos analistas han declarado, entre ellos José Manuel Naredo, cerca del 70 % del crédito privado se ha dirigido a alimentar la burbuja inmobiliaria, provocando un incremento injustificado del suelo urbanizable, así como del número de viviendas de segunda residencia y desocupadas. Todo ello acompañado de una brutal aniquilación de los ecosistemas, asentamientos y paisajes históricos.
En este proceso de especulación urbanística ha habido una minoría de grandes beneficiarios (especuladores, promotores, el sector bancario, los políticos corruptos, etc…) y una inmensa mayoría de ciudadanos a los que ahora nos toca pagar el festín que se han dado a nuestra cuenta unos pocos. Mientras que la fiesta duró, aunque todos eran conscientes que era insostenible, nadie se atrevió a “apagar la música” y advertir a los demás que se había perdido la mínima compostura. Ninguno quería quedar como el “aguafiestas” y al final han tenido que venir de fuera para clausurar el salón de baile y ponernos a dieta. El problema es que la “resaca” está siendo terrible, y como fuimos tan irresponsables que nos gastamos el poco dinero que nos quedaba en prolongar la fiesta unos minutos más, a través de una serie de medidas populistas, ahora no tenemos fondos ni para adquirir una simple aspirina para aliviar el dolor de cabeza que nos produce esta amarga crisis. Lo único bueno es que mientras que nos duela la cabeza, y también el bolsillo, es posible que cambiemos de actitud en cuanto al ejercicio de nuestras responsabilidades ciudadanas. Puede que ahora nos duela más ver cómo nuestro dinero se derrocha impunemente para gastos superfluos u obras innecesarias, hasta el punto de animarnos a practicar una crítica vigilante del uso que los políticos hacen del dinero público.
Los ayuntamientos, y entre ellos el de Ceuta, no van a tener más remedio que reajustar sus presupuestos en función del nuevo escenario de penuria económica. El dinero que los ayuntamientos van a ahorrar con el recorte de los salarios a los funcionarios tienen la obligación de destinarlo a reducir el endeudamiento de las arcas municipales, que en el caso de Ceuta es realmente preocupante. Por eso no llegamos a entender el absurdo debate de si podemos seguir pidiendo créditos en función de si somos considerados o no un ente autonómico, cuando lo importante es determinar si tenemos capacidad de hacer frente con nuestros propios recursos al sostenimiento de esta abultada deuda.
Nos cabe también la posibilidad de utilizar este dinero resultante de la reducción de la nómina del personal de la Ciudad, según permite el real decreto estatal, al capítulo de inversiones. Un término, éste de las inversiones, demasiado ambiguo y en el que desde la mentalidad de un político cabe de todo, desde la construcción de un colegio a la colocación de un escultura. A este respecto nuestra propuesta consiste en aprovechar este dinero en hacer inversiones que “ahorren dinero”, a la vez que mejoren la sostenibilidad en nuestra ciudad. Nos referimos a actuaciones, como las ya iniciadas, que reduzcan las pérdidas en el suministro de agua potable que hoy día pueden superar el 50 %, lo que en dinero se traduce en aproximadamente tres millones de euros. O bien en diseñar e implementar una eficaz estrategia para reducir el consumo energético, especialmente en el alumbrado público, que permitiría alcanzar un importante ahorro económico.
Para nuestra desgracia, la esperanza en un giro en la política de inversiones de la Ciudad es escasa, sobre todo después de enterarnos por la prensa que la primera reunión del comité de inversiones del gobierno autonómico, tras el duro ajuste de las últimas semanas, es proseguir por la senda actual. Y, lo que es peor, anunciar que dirigen sus expectativas de ingresos en el urbanismo, a partir de la revisión del PGOU. De poco ha servido la crisis de nuestro país para cambiar las mentalidades, cuando todavía en esta recóndita tierra africana hay quienes siguen viendo en el territorio una posibilidad de negocio y no el escenario para una vida humana plena y rica. Como manifestó Lewis Mumford “la idea de que la urbanización, tal y como se ha dado en los últimos siglos, está sujeta a una aceleración indefinida es una superstición traída por los que han hecho de la máquina su dios”. No nos resistimos a acabar este artículo sin incluir una reflexión del reciente premio Príncipe de Asturias de las Letras, el libanés Amin Maalouf sobre el cambio de las mentalidades a las que aludíamos anteriormente: “la pregunta pertinente no es si nuestra mentalidad y nuestro comportamiento han progresado en comparación con los de nuestros antepasados; es si han evolucionado lo suficiente para permitir que les plantemos cara a los gigantescos retos del mundo de hoy”.