Leyendo una curiosa edición de “La Colmena”, de Cela, en la que se incluyen comentarios y notas escritos por el profesor Javier Moreira, encontré ciertas palabras que me retrotrajeron a mi adolescencia. Uno de los contertulios habituales de aquel café de postguerra en el cual se desarrolla la acción de tan afamada novela se refiere a otro personaje calificándolo de “niño litri”, y Moreira incluye una nota a pie de página para explicar a los lectores más modernos que lo de “niño litri” se atribuía a un joven “presumido, engreído”, aclarando que “niño litri” tenía un sentido similar al de “pollito”, palabra que aparecía en el libro unas líneas después.
Es cierto que la citada expresión, tan en boga en los años 40 y parte de los 50 del siglo XX, parece haber desaparecido en la actualidad del lenguaje común. “Niño litri”, o “pollito pera”, también “pollo pera”. Tan es así, que el estudioso de la lengua castellana –el español- Amando de Miguel, al tratar sobre el origen de algunas frases hechas en un artículo aparecido en “Libertad Digital”, viene a decirnos que el “pollo pera” era más bien el “jovencito atildado, un poco pretencioso, al que hoy llamaríamos “pijo”. Por su parte, Antonio Burgos, en ABC, allá por 1985, comparaba a “los bertines de ahora con los niños litri de antaño”. Confieso que eso de los “bertines” es algo que ignoraba.
Así es que, entre lo del “niño litri” y lo del “pollo pera”, hemos reunido los siguientes calificativos: “presumido, engreído, atildado y pretencioso”. Por lo que yo recuerdo, los jóvenes sobre los cuales recaía esa expresión iban elegantemente vestidos, de punta en blanco, con la corbata formando curva hacia fuera y los zapatos bien relucientes. Verdaderamente presumían y hacían gala de tener dinero, aunque en ocasiones eso solo fuera fachada. Tiene razón Amando de Miguel: eran “pijos”.
Para ciertas jóvenes había, también allá por los aquellos difíciles años, otro calificativo que se ha perdido, el de “chicas topolino”, palabra que tiene su origen en un modelo de coche italiano, el Fiat Topolino 500, que fue lanzado al mercado en 1936 con gran éxito. En España, a consecuencia de la guerra civil, su presencia se incrementó notablemente a partir de 1940.
Las “chicas topolino” vestían traje de chaqueta entallado, falda hasta las rodillas, medias con costura y zapatos tanque con suela de corcho, que también eran llamados “topolino”. Se peinaban generalmente con el cabello hacia arriba, e iban bien maquilladas. En una época de costumbres severas, estas chicas solían ser más desenvueltas, aunque no hay que confundir en absoluto su actitud con la que impera en la actualidad.
Ya no hay ni “niños litri”, ni “pollitos pera”, ni “chicas topolino”. Bueno, puede haberlos, pero ni los jóvenes ni los menos jóvenes actuales los llaman así. Quienes fueron considerados como tales o son ahora bisabuelos o se marcharon de este mundo. La verdad es que las costumbres evolucionan, y, con ellas, el idioma. Palabras que eran un lugar común en las conversaciones de antaño han ido perdiendo su vigencia. Pero seguiré recordando con nostalgia a quienes fueron. “litris”, “peras” o “topolinos”. Sobre todo, a estas chicas, que daba gusto verlas.