La casa cuartel de la Guardia Civil, en Zaragoza, era una residencia cuartel para guardias civiles e hijos del Cuerpo. Estaba situada a unos 100 metros de una gasolinera, concretamente en la avenida de Cataluña número 78. Allí nuestros padres, cuando terminábamos la reválida de 6º, o el Preuniversitario, nos mandaban para estudiar en las academias de ‘Proa’ o la ‘Figuera’, con la ilusión de que algún día fuéramos sus sucesores en las líneas de mando de la Guardia Civil o del Ejército. Nuestros padres no tenían recursos económicos para pagarnos los estudios de Medicina o Arquitectura, en las pocas existentes facultades de aquellos tiempos.
Para ingresar en la Academia General Militar había que superar dos pruebas, una de cultura general, amén de unas fortísimas pruebas de Educación Física y la otra de Matemáticas Superiores, problemas de Análisis Matemático, oral en pizarras quilométricas, donde al más mínimo fallo te decía el coronel Gascón, ¡puede usted retirarse! La segunda de este grupo era Problemas de Geometría y Trigonometría y si tenías la suerte de pasar te esperaba otra pizarra quilométrica y mejor que en suerte no te tocara la papeleta número 1, que era Homotecia plana y del Espacio. Entonces sí que estabas perdido.
El teniente general de la Guardia Civil se llama Atilano Hinojosa, tuvo la suerte de pasar, creo que fue con el número 8. El otro compañero y amigo en el cuartel de Zaragoza es Francisco Sanz, jefe de Estado Mayor de la defensa, con el número 5.
El que suscribe no tuvo tanta suerte en las papeletas de examen y sacó el penúltimo de su promoción, creo que fue la 22. Por eso no tuvo más remedio que buscarse la vida en otra parte.
Pero aquellos recuerdos inolvidables de la sopa que nos hacía el guardia Laorden, que metía el dedo gordo en el plato, los huevos fritos de Pedro, que siempre le salían rotos, los garbanzos de Faustino que rebotaban en el suelo como piedras de alcanfor, nunca los olvidaremos.
Ni tampoco olvidaremos al asesino y canalla de Josu Ternera, cuando se cumplen 25 años que segó la vida de once personas en aquel recinto maravilloso, donde convivíamos jóvenes y niños, jugando a pistolitas de plata y balones de algodón.
Manuel Jiménez quiere hoy darle mi mayor homenaje a todas las víctimas del terrorismo, porque sé que algún día ellas verán a Dios.