El pasado 4 de agosto, en plenas fiestas patronales, una phantom ocupada por tres vecinos de Ceuta logró desembarcar varios fardos de hachís en las costas peninsulares. Los narcos se dieron a la fuga, la droga desapareció.
Las investigaciones desarrolladas por la Policía Nacional apuntan a que al menos se transportaron 350 kilos de hachís. Los implicados no salieron del puerto deportivo, la carga de la mercancía la tuvieron que hacer en el agua.
Este caso se engarza en la hilera de asuntos bajo investigación que estrechan el cerco sobre el narco. El rastreo de sus movimientos y la forma seguida para mantener el negocio conforman el trabajo diario de los investigadores que han detectado durante este verano los desembarcos de droga en la Península transportada por individuos al frente de motos de agua, embarcaciones de recreo o phantom.
Las narcolanchas, marcadas por las fuerzas de seguridad sin que hayan podido ser retiradas de servicio a pesar de constituir un género prohibido, han protagonizado otros papeles que no les han dado el protagonismo de anteriores veranos.
Cargas fuera, en el agua
Las embarcaciones que están metiendo droga no salen cargadas del puerto deportivo. “Cargan fuera, en el agua, van a un punto concreto en donde espera otra embarcación con la droga y hacen allí el trasbordo”, explican fuentes policiales.
Eso es lo que, sospechan, ocurrió con la phantom marcada en este pase de drogas: que partió del deportivo, cargó en otro punto y, con rapidez, ejecutó el negocio salvando mercancía y pilotos.
Los trasbordos de droga “son pequeños”, pero “constantes”, y se efectúan en puntos que permanecen bajo seguimiento de las fuerzas de seguridad como es el entorno del Sarchal o zonas próximas a la frontera.
Las narcolanchas, cargadas, sirven para abastecer ese mercado de envíos constantes y de menor cantidad en cada viaje que aumenta durante los fines de semana. Ese 4 de agosto era domingo. Intentan seguir rutas con el ánimo de burlar a las fuerzas de seguridad.
Tráfico de drogas e inmigración
El pasado mes de junio el Servicio Marítimo de la Guardia Civil consiguió abortar la huida de los ocupantes de una goma que llevaba rotativos policiales. Uno de ellos terminó ingresado en prisión, acababa de abandonar una de esas celdas hacía pocas semanas. Quedó, de nuevo, privado de libertad por tener antecedentes.
Las unidades del Marítimo no pararon hasta interceptar tanto la goma como sus ocupantes, sumando ese servicio a los arrestos de petaqueros encargados de abastecer de combustible a las narcolanchas que ejercen de almacenes de la droga.
La presión migratoria en los espigones, que ha terminado por llegar a su punto álgido este agosto, ha centrado en exclusiva la actuación de la unidad en salvar vidas. Los agentes no pueden separarse ni tres millas de Ceuta, la prioridad es intervenir para rescatar a quienes permanecen en el agua en noches infernales marcadas por la niebla. No hay otra.
Esta semana se ha tenido incluso que reforzar la plantilla con agentes de los GEAS dada la presión que se está sufriendo.
Las fugas desde Ceuta
La misión es interceptar a quienes llegan, pero en el otro lado de la balanza están los protagonistas de las huidas. Es precisamente ahora cuando se repiten los modus operandi de todos estos periodos: robo de embarcaciones y escapada desde Ceuta hacia las costas peninsulares.
El tráfico de inmigrantes es explotado incluso más que el de drogas. Es la recuperación actualizada de aquel mercado de esclavos en el que los pasadores aminoran riesgos colocando a los propios inmigrantes de pilotos.