Que un niño de 11 años se marche de su tierra para cruzar a Ceuta arriesgando su vida merece al menos una reflexión. Que otro de 14 años se deje la mochila del colegio en casa porque su pensamiento no es acudir a clase sino echarse al mar debe forzar la apertura de un debate que a todos nos tendría que preocupar.
¿Por qué escapan los niños de Marruecos? Quizá el problema es que la sociedad española no se lo pregunta y solo se centra en las interpretaciones tremendistas del ‘nos invaden’ o en esa visión que termina criminalizando al colectivo.
Si se actúa en origen las consecuencias no serán al menos las que se llevan repitiendo año tras año. El problema es que ese origen sigue mancillado y hay hogares en Marruecos con familias numerosas en las que ni siquiera se puede alimentar a toda la prole.
La calle es la única alternativa para muchos menores que buscan en el mar una salida sin pensar que puede ser su trampa. Lo ha sido ya para tantos y tantos menores muertos cuyos cadáveres han quedado en Marruecos o en Ceuta. Ocurrió con Baker, 17 años, enterrado este lunes en Martil. O tantos y tantos adolescentes cuyos cuerpos descansan por siempre en las tumbas de Sidi Embarek.
Los niños se marchan de su país porque no ven futuro. Arriesgan sus vidas en el mar porque creen que en España estarán mejor. Saben que otros niños han muerto o han desaparecido, pero el boca a boca cobra fuerza en los dominios de Mohamed VI, en donde no se dan alternativas de futuro a su pueblo.
La mayoría de los menores que han cruzado a Ceuta desde el pasado viernes coincide en lo mismo, lo han hecho porque en su tierra no tienen futuro.
Sufian entró en Ceuta una semana antes de la visita de ‘Karlotta’. Tiene 16 años. A su llegada se fotografió con sus compañeros recién acogidos en el centro de La Esperanza. No tiene padre, su madre desconocía que iba a cruzar el pequeño de sus 4 hijos. Se enteró porque no volvió a casa de la actividad deportiva que seguía en Castillejos y confirmó sus sospechas al ver la fotografía publicada en este periódico.
Moha cruzó el pasado fin de semana huyendo de un hogar desestructurado, roto a base de malos tratos.
Todos aspiran a encontrar un trabajo y todos repiten lo mismo, buscando emular lo que ven en cada Operación Paso del Estrecho cuando familias marroquíes establecidas en Europa vuelven a su tierra de origen empobrecida y sin alternativas con un trabajo y la posibilidad de mantenerse.
No hay más: un cúmulo de imágenes distorsionadas. Eso y la televisión, las luces que ven al otro lado de los espigones, el boca a boca en demasiadas ocasiones lleno de falsedades cuando se les ‘vende’ la existencia de oportunidades en muchas ocasiones inciertas…
¿Volverían a cruzar después de la experiencia vivida? Cuando se les ha preguntado dicen que no. No lo dicen solo ellos, sino también adultos que se encuentran en España y que han terminado con una vida bien alejada a la que pensaban que se estilaba.
Esa imagen distorsionada que les llevó a marchar supone una bofetada sin manos para aquellos que ahora deben intentar mantener a sus padres y hermanos negándose a aceptar la verdad de una vida ajena a la que pensaron, muchas veces solo por vergüenza. Sin más.
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