Apedrear un autobús, quemar un contenedor o atacar a los servicios públicos son sucesos que han terminado por moverse en el margen de la normalidad en una ciudad que debe repudiar y plantar cara a estas acciones.
La repetición de este tipo de actos es preocupante. El daño que hacen es grandísimo. Tras un ataque a un vehículo de servicio público se pone en peligro la atención a los vecinos, tras las quemas de depósitos de residuos se merma su recogida y genera un problema de salud pública, tras los ataques se perjudica a toda la población.
Qué hay detrás de estos sucesos es algo difícil de entender. Qué mueve al lanzamiento de piedras a un autobús cargado de pasajeros no ha podido tener una explicación durante años de persistencia de este tipo de delitos. A pesar de ello se repiten de forma cíclica evidenciando un problema social grave al que no hemos sabido dar solución.
Recuerdo la de grupos de trabajo creados en la Delegación del Gobierno para abordar estas problemáticas. Los resultados, con todas las eminencias sentadas alrededor de una mesa que buscaba soluciones, han fallado. Los hechos demuestran que siguen sucediéndose sucesos de mayor o menor gravedad que comparten el mismo punto de origen que no es otro que provocar un mal general.
Esa es la diferencia con otro tipo de sucesos, aquí el daño que uno hace calcinando o dañando bienes comunes lo es para toda la sociedad. El que promueve dichas acciones lo sabe, nada es casual ni accidental.
Y eso es lo grave, el ánimo de generar problemas en una sociedad que se afana en vivir con normalidad.
Pasar por alto este tipo de sucesos es hacer un flaco favor a esa búsqueda de cierta paz que todos buscamos. Ahondar en las causas que los generan debiera ser una asignatura ya superada que tristemente no hemos sabido siquiera aprobar.