Si algo caracteriza a la política de todos los tiempos y todos los lugares es la manifiesta voluntad de no asumir responsabilidades frente a cualquier dislate por muy grave que este sea. A lo sumo, bajo el eufemismo de dimisión política que ocurre en singulares ocasiones, se pretende tapar un desastre aireado por los medios de comunicación, acallar voces intentando calmar situaciones que harían sonrojar a cualquiera menos al caradura de turno que se resiste a abandonar la poltrona política ni a asumir responsabilidades que vayan más allá del gesto lastimero con el que algunos retornan a su vida real, que las más de las veces, fuera de la política, están llenas de fracasos e infortunios personales, fundamentalmente socioeconómicos.
No crean que esto de asumir responsabilidades es deber incumplido exclusivamente por los gobernantes, sino también de una oposición que no tiene escrúpulos a la hora de realizar de las suyas en la búsqueda desesperada del voto que nunca les llega ni les legitima para asaltar, más que ganar democráticamente, ese ambicionado poder que se les resiste.
Desde el pueril e incomprensible enquistamiento del PSOE, bajo la satrapía de Pedro Sánchez, que quizá haya asestado la definitiva y mortal puñalada a un partido que fue hegemónico, destruyendo toda posibilidad de una oposición madura, moderada y responsable; hasta el encajamiento de Rita Barberá, paradigma de la deriva del caciquismo a la corrupción y viceversa; pasando por manifestaciones y declaraciones de insolvencia intelectual severa de algunos líderes políticos territoriales, cuyo único propósito es la agitación, con la obscena intención de pescar en río revuelto. Son síntomas evidente de que en ningún momento, bajo ningún concepto han estado dispuestos a asumir responsabilidades por sus actos deshonestos.
Carpe díem, es una propuesta que no debemos ni podemos tomar al pié de la letra, porque una cosa es vivir sin agobios, y otra muy diferente es ignorar la transcendencia de nuestras acciones deliberadas.
El cúmulo de ataques que actualmente recibe Delegación de Gobierno con manifestaciones difícilmente legitimadas en el marco de un Estado de Derecho, y que poco o nada tienen que ver con la acción del gobierno español, es un indicador de la escasa capacidad de respuesta que tienen los críticos con las políticas derivadas del Ejecutivo nacional.
O explicado de otra forma, la oposición aspira dar una bofetada en cara ajena aunque esto conlleve la agitación social y política, dejando en muy mala situación pública, e irreal identificación, los verdaderos intereses de Ceuta.
Ha llegado a tal punto la irreflexión de la oposición radicalizada de Ceuta, que es más difícil pensar que ya no les asiste ni la razón ni el raciocinio político, que caer en la conclusión de la protervia de sus acciones. Les importa un bledo como queda Ceuta si con ello son capaces de golpear y arañar un puñado de votos. A eso se le llama irresponsabilidad.
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