Ceuta vive secuestrada por la desidia. En todos los órdenes de la vida social se percibe una actitud generalizada entre omisa y decadente que alimenta una evasión psicológica cada vez más acusada y más preocupante. Esto sucede porque, entre todos, estamos dejando y alentando que Ceuta se configure (o mejor dicho se desfigure) como una comunidad amorfa, en la que los principios básicos de la convivencia democrática están devaluados o retorcidos, cuando no directamente dinamitados. Hace mucho tiempo que los ceutíes renunciamos a nuestra responsabilidad histórica de diseñar un modelo de Ciudad con identidad propia, insertado en las coordenadas actuales. Nos negamos rotundamente a saber quién somos y cómo tenemos que organizarnos. Resulta imposible emprender cualquier proceso de reflexión que no concluya de manera precipitada y abrupta con una catarata de tópicos o descalificaciones, que sepultan la razón y ocultan la verdad. Mientras tanto, la vida fluye al dictado de un peculiar entramado de relaciones sociales sin orden ni concierto, sin fundamento ni objetivos, sin afecto mutuo ni cohesión grupal. ¿Hasta llegar a donde? o ¿Hasta cuándo? Estas son las dos incógnitas existenciales que nadie se atreve a despejar (ni siquiera de manera intuitiva); y que nos traen por la calle de la amargura (al menos a los que aún seguimos queriendo a esta tierra). Este pútrido estado de catatonia es el que explica que los hechos más excéntricos se asuman con una naturalidad impropia de una ciudadanía civilizada. Hace mucho tiempo que los ceutíes renunciamos a nuestra responsabilidad histórica de diseñar un modelo de Ciudad Expongo el caso concreto que me ha llevado a escribir este artículo. Se ha publicado en el Boletín Oficial de la Ciudad el listado de aspirantes a las diez plazas de bomberos que ha convocado el Ayuntamiento. Es una relación de ciento veinte personas. Entre ellas, sólo figuran dos musulmanes. Incomprensible. Son puestos de trabajo muy atractivos. La titulación exigida es el bachillerato. Los ceutíes musulmanes con menos de treinta años, con bachiller, y en paro, se cuentan por centenares. ¿Por qué no lo intentan? No se trata de un fenómeno aislado. Las listas de maestros interinos, por ejemplo, están afectadas por idéntica anomalía (no se puede entender tan escandalosa desproporción). Yo creo que esto debería ser objeto de preocupación, análisis, reflexión, debate y conclusión. Pero no se encuentra ni donde, ni como, ni con quién. Sencillamente, se ve “normal”. Voy a transcribir, casi literalmente, la opinión al respecto de un compañero (musulmán) de impagable inquietud intelectual, gran conocedor de la realidad ceutí y del colectivo musulmán en particular. Decía lo siguiente: “Los musulmanes tenemos un “techo de cristal”. Nos hemos educado durante décadas en la profunda convicción de que “esos puestos de trabajo” (los de funcionarios) no son para nosotros. Lo llevamos grabado en el subconsciente. Concebimos los estudios universitarios cómo un reto personal por la “dignidad” (una especie de “yo también puedo”); pero en ningún caso como un medio para acceder al empleo público” Es una opinión (como todas) discutible. Pero sin la menor duda, interesante y digna de ser tomada en consideración, que debería suscitar el correspondiente debate. Sobre todo para extraer conclusiones constructivas. Haré un breve recordatorio En estos momentos el setenta por ciento de la población escolar de educación primaria, son musulmanes y musulmanas. ¿Puede esta Ciudad concebir su propia viabilidad manteniendo este “techo de cristal”?. Sería muy necesario, además de apasionante, profundizar en esta cuestión. La pedagogía social es un instrumento esencial e imprescindible que nos seguimos negando a utilizar. Este enésimo exhorto a la reflexión correrá la misma suerte que los anteriores. La experiencia nos muestra que cuanto he expuesto se traducirá del siguiente modo: “ya está Juan Luis defendiendo a los moros”. Todos cieguitos, ofuscados y malhumorados.