Atendiendo a las ofertas para Navidad del Parque de las Ciencias de Granada, decidí aprovechar estos días de relativo descanso para llevar a mi nieta, nuevamente, al museo. Me apetecía mucho pasar una mañana con ella. Pero, también, volver a recorrer sus infinitos pasillos llenos de ciencia, visitar sus salas repletas de conocimiento y saludar a los amigos con los que compartí largos meses durante mi última estancia de investigación. Aunque, lo que más me atraía era averiguar si, pese a todas las dificultades por las que está pasando, su corazón seguía latiendo con la fuerza de siempre, a la vez que se mantenía activa su capacidad para seguir sorprendiendo. La cuestión no fue fácil.
Lo primero que nos encontramos fue una larga cola de personas que esperaban para sacar sus entradas y que llegaba hasta el exterior, pese al intenso frío que hacía. Eran las consecuencias de las extremas medidas de seguridad sanitaria por el COVID. Los mensajes de ánimo de los empleados y colaboradores eran constantes. Uno de ellos nos decía que cuando estuviésemos en el interior, la cola se bifurcaría en dos, una para los poseedores de la Tarjeta Amiga, y otra para el resto, pero que hasta entonces la cola era única. Sin duda era la decisión más justa y eficaz, pues la “teoría de colas” nos enseña que una única cola es preferible a dos separadas, es decir, un servidor rápido es preferible a dos servidores que trabajen a la mitad de su velocidad, siempre que el único servidor pueda variar la intensidad con la que se trabaja. Fue la primera señal positiva. Ni el frío, ni la Navidad, ni la pandemia, habían disminuido el interés de los ciudadanos por visitar el Parque.
A continuación, fuimos a la sala en la que se desarrollaría la actividad programada, “imprimiendo solidaridad”. Se trataba de aprender a imprimir en 3D, de la mano del Club de Robótica de Granada. Ellos habían diseñado unas cajitas de plástico, en las que se introducirían las fichas de un juego, que después se repartirían entre niños sin posibilidades económicas de acceder a juguetes para estas fiestas. La idea era que cada uno de los asistentes hiciera una modificación en el diseño de la caja para que en el fondo se grabara un mensaje personal. Muchos niños habían escogido la palabra Paz. Otros, Salud. Mi nieta escogió “suerte”. En principio, me sorprendió. Yo me esperaba otra cosa. Pero después, cuando lo he pensado mejor, me ha parecido un mensaje oportuno, pues estos niños de familias más desfavorecidas, además de la solidaridad y ayuda colectivas, muchas veces lo que necesitan es suerte para vencer todas las dificultades y situarse en la vida. Fue la segunda señal positiva. El Parque mantenía activa su capacidad para seguir sorprendiendo. En este caso eran cosas sencillas, pero cargadas con un mensaje de solidaridad muy potente. Y, además, con capacidad para despertar la curiosidad en los más pequeños. Mi nieta, aunque ya conocía este tipo de actividades informáticas, le sedujo muchísimo la posibilidad de poder grabar un mensaje que le llegaría a otro niño. Y en los mayores. Yo no había visto funcionar aún una impresora en 3D. Pero tampoco me esperaba una reacción tan positiva de la niña.
La siguiente actividad era una visita al “Biodomo”. Como se había programado con un largo tiempo de espera, pudimos ir a tomarnos un cafetito a la “Vía láctea”.
Allí nos encontramos con algunos amigos de la dirección del Parque, que nos confirmaron que, pese a los problemas, seguían trabajando con la misma ilusión de siempre.
Alguno de ellos no había podido disfrutar aún de ningún día de descanso en estas fiestas tan familiares. A pesar de todo y, aunque el cansancio y el agotamiento se asomaba a sus rostros, en ningún momento faltaron las sonrisas y los mensajes de ánimo. Esta fue la tercera señal positiva. El corazón del parque seguía latiendo con fuerza, a la luz del estado de ánimo de parte de su dirección.
Por fin comenzó nuestra visita al “Biodomo”. No era la primera. Mi nieta me fue explicando con todo lujo de detalle el tipo de animales que veíamos y los microclimas por los que pasábamos. Se los conocía bastante bien a consecuencia de sus actividades escolares y de alguna que otra visita que había hecho conmigo. Sobre todo, me iba guiando perfectamente respecto a las cosas que debía y no debía hacer, para así respetar la necesaria seguridad sanitaria, además de la tranquilidad de los animales.
Una vez concluida la visita, antes de abandonar el parque nos dimos una vuelta por su tienda. Allí, siempre puedes encontrar cosas interesantes. Por ejemplo, adquirimos algún juego educativo para la nieta más pequeña, además de un agradable “peluche” para ella.
También pudimos encontrar algunos libros. Yo tenía ganas de tener algún libro del insigne pedagogo e investigador Francesco Tonucci, amigo y asesor del Parque en cuestiones relacionadas con los niños. “Con ojos de abuelo”, fue uno de los libros. “Los niños y las niñas piensan de otra manera”, fue el segundo. En la lectura de ambos estoy en estos momentos, mientras transcurren los días de semiconfinamiento de estas fiestas. Esta última fue la cuarta y definitiva señal positiva. El Parque sigue resistiendo, pese a los enormes problemas por los que atraviesa.
La conclusión a la que llego es que merece la pena seguir siendo amigo y colaborador del mismo.