La verdad, con tanta convulsión en lo político, en lo económico, en el cambio climático causando costes, y en muchos más asuntos como la inmigración, la violencia de género, la revolución de la 5G, etc. no hay claridad sobre, ¿qué grado de optimismo y de riesgo desafía la normalidad de nuestra vida cotidiana?. Así, entre otros discursos, Christine Lagarde como Presidenta del Banco Central Europeo, plantea que la incertidumbre que está marcando la economía global, y esa guerra de tarifas o aranceles entre Estados Unidos y China (que también nos afecta), puede ser una oportunidad para construir un mercado interno más fuerte. Y, habría que entenderlo como la construcción, por parte de los diferentes Gobiernos, de un mercado interno más fuerte en la Unión Europea y en sus Estados.
Claro, un mercado interno más fuerte y rico, traería consigo un aumento de la inversión procedente del sector privado, y mayor inversión pública (si bien gestionada y sin corrupción). Todo hacia un futuro optimista más solidario, más digital y más verde. Sin embargo y en consecuencia, el riesgo vendría del escenario político de los Gobiernos. Gobiernos formados alrededor de un partido vencedor pero sin una mayoría clara y sin una estabilidad asegurada. Como es el caso no solo de España, sino también de, por ejemplo, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Alemania, Holanda, etc.
Y a este riesgo se le suma otro. El de dos grandes socios comerciales y en lucha por la colonización de una Europa irresistible. La insaciable China y Los Estados Unidos que cada vez es más hostil y menos fiable, y especialmente lo será si Trump (América primero) es reelegido en las próximas elecciones. Xi Jimping, Presidente de China, ha dejado claro las ambiciones globales de su país y la estrategia por avanzar comercialmente a través del grupo 17+1: 17 países de la CEE más China. Mike Pompeo, Secretario de Estado de Estados Unidos advierte a Europa de arriesgarse a ser sorbida por una red China despiadada que se extiende ya por Asia, África y América latina. Y, en medio nosotros con la vulnerabilidad de la fragmentación. Los Gobiernos de Europa políticamente fragmentados. Y el nuevo Parlamento en nuestro país aún más fragmentado tras cinco fracasos electorales. Con la incertidumbre de un Gobierno que tendrá que explorar “lo progresista” que podrá ser en sus políticas y en su durabilidad.
Pues, en este modus operandi progresista, la dinamización de la actividad económica y la riqueza y fortaleza de un mercado interno, no se va a entender, ni en el diálogo ni en la economía real, con la subida de impuestos y el aumento de la presión fiscal. Entendiendo, y partiendo de, que la supresión de la progresividad del impuesto produciría más riqueza, según estudios económicos realizados y realidades consumadas. Para ello, la gobernabilidad, sea la que sea, progresista o no, podrá sumar la experiencia o el hacer del PSOE y las convicciones de Unidas Podemos. Pero ahora, más debilitadas, frente a la disponibilidad del resto de los Partidos, para conseguir estabilidad y, al mismo tiempo, políticas que nos lleguen a los ciudadanos de a pie con optimismo. Entre ellas, la aprobación de unos nuevos Presupuestos Generales del Estado, bloqueados desde hace casi más de un año.
Si esta puesta en escena saliese adelante, van a ser los Presupuestos de uno de los pocos Ejecutivos de izquierda que gobiernan en Europa. Gobernando con un punto de fricción en medio: el radicalismo separatista catalán imponiendo una independencia unilateral. Este radicalismo y el tiempo perdido tras cinco fracasos electorales, nos están dejando en tierra y sin coger ningún tren o reforma para ir gestionando, cuanto antes mejor, la situación económica en España. Y en esta situación, está claro que para partidos tales como ERC y peor aún JxC y la CUP, democráticamente, “España no es primero”. De modo que optimismo sí que podemos tener, el de recuperar el tiempo perdido frente a la desaceleración económica y dejadez política. Pero nos arriesgamos en la manera o en la gobernabilidad en que lo hagamos.