En contra de la frecuente invitación que nos hacen algunos críticos y profesores para que leamos muchos libros y sobre cualquier asunto, me permito decirles -estimados amigos- que, en mi opinión, es preferible que seleccionen con esmero las obras y, en segundo lugar, que las lean con atención, con parsimonia y reflexivamente, y, sobre todo, que lean los libros relacionados con sus intereses, los que tengan que ver con sus pensamientos, con sus sensaciones y con sus sentimientos o, en resumen, con sus vidas. Sí; lean esos que les aporten alimentos, medicinas o diversión. Teniendo en cuenta la brevedad de nuestras vidas, es indispensable que administremos hábilmente las tareas y los descansos. Este principio de economía vital me ha servido como criterio para valorar la oportunidad de este libro de José Ortega y Gasset titulado Meditaciones y publicado por Hermida Editores. Parto del supuesto de que todas las actividades humanas poseen una esencial dimensión temporal (Kant, Hegel, Husserl, Heidegger e, incluso, Lévinas). Por esta razón aplaudo la decisión de la Editorial Hermida de publicar esta cuidada selección de textos extraídos de la revista unipersonal orteguiana. Este libro de bolsillo es una herramienta útil que nos ayuda a interpretar, a valorar, a disfrutar y, en resumen, a vivir más conscientemente nuestras vidas.
En mi opinión, esta selección de pensamientos tomados de El Espectador resume acertadamente ese “desbordante caudal” de análisis con lo que Ortega nos explica “el porqué de las cosas” y nos muestra su clara voluntad de dirigirse a un público de “amigos de mirar”, su decisión expresa de conectar con nosotros, con los lectores a quienes nos interesan los asuntos importantes de la vida. Pero, además, es que, como declara Francisco Fuster, autor del imprescindible prólogo, este libro merece ser degustado por “la brillantez de una prosa excelsa y sensual, llena de metáforas sugerentes y de un vocabulario riquísimo, exuberante”.
En la actualidad -como en toda la historia de la humanidad- resultan especialmente agudas, por ejemplo, las reflexiones de Ortega sobre el peligro de la política que, concebida como “el pensamiento útil”, puede convertirse en el imperio de la mentira. Fíjense en la oportunidad que nos proporciona para que reflexionemos sobre la frecuencia con la que el “progreso” se identifica con las ideas de quienes, desde las diferentes opciones ideológicas, definen sus propuestas como “progresistas”, o para que nos percatemos cómo los “tradicionalistas”, más que reconocer el valor del pasado, se esfuerzan inútilmente para que siga siendo “el presente”, o cómo los frívolos piensan que el progreso humano consiste en acumular bienes o ideas en vez de ahondar en los “misterios cardinales” de la vida. A mi juicio, son especialmente importantes las consideraciones sobre la necesidad de mejorar nuestras destrezas de la lectura crítica y sobre el frecuente error en el que nosotros caemos cuando confundimos una reseña literaria con un panegírico entusiasta o con un apasionado aplauso. Fíjense, por ejemplo, en sus agudas elucubraciones sobre el placer estético, el bienestar, la felicidad, la bondad, la ternura y sobre el amor.
Tras esta consideración me permito proponer su lectura a los profesores y a los alumnos de las diferentes Ciencias Humanas y, por supuesto, a los escritores, periodistas y lectores que necesitan conceptos bien definidos como herramientas necesarias para descifrar, para interpretar y para valorar la realidad social, económica, política y cultural actual.
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