La democracia es un proceso complejo y continuo de toma de decisiones colectivas, en el que intervienen una multiplicidad de factores en diversos grados de intensidad y dirección. Por ello no resulta sencillo emitir un voto. En un país como el nuestro, en el que sólo está asentada la democracia formal (la cultura democrática está en estado embrionario), es muy poco frecuente que el voto sea la conclusión de un proceso reflexivo. Es más bien el fruto de una intuición, o bien momentánea, o bien provocada por una impresión (o sensación) fugaz. No es fácil comprender las razones por las que una persona elige una opción determinada. Pero lo que sí es evidente es que en su inmensa mayoría no obedece a un análisis previo de (casi) nada. Se podría decir que hemos convertido la democracia en una singular versión del juego de la “gallinita ciega”. Nos dejamos una venda puesta en los ojos y tanteamos, convencidos de que como “todos son iguales” no corremos riesgo alguno si cometemos un error. Este es un mantra infalible que agota la vía racional. Esta forma de entender y practicar la democracia no es inocua. Siempre tiene un coste. Lo que sucede es que no siempre es el mismo. Lo tasa cada coyuntura.
El próximo domingo, los ceutíes tenemos que votar para definir la Asamblea que regirá nuestros destinos durante cuatro años. Es una decisión difícil y comprometida porque afrontamos un periodo muy inquietante. Convendría que la sociedad ceutí elevara la vista para divisar el horizonte. Ahora, más que en otras ocasiones, se requiere altura de miras. Hoy más que nunca es necesario votar con calma. Eso significa orillar filias y fobias, aparcar intereses particulares (por legítimos e importantes que puedan parecer), borrar del escenario todo lo accesorio (que es mucho, muy difundido y excesivamente sobredimensionado), sortear todos los señuelos electorales; y concentrarnos en buscar la verdad de nuestro pueblo. Pensar y votar desde la grandeza y el orgullo se sentirnos ceutíes.
La historia reciente de Ceuta está jalonada de humillaciones y frustraciones que nos han ido desgastando paulatinamente hasta la desesperanza y la resignación. La prueba más evidente de esta derrota política en toda regla es la debilidad extrema del “localismo”. Este fue un movimiento político de gran vigor e influencia fundamentado en la idea de que “sólo los ceutíes unidos podremos resolver nuestros grandes y graves problemas” (la lucha por aplicar la Transitoria Quinta y constituir Ceuta en Comunidad Autónoma fue su principal, aunque no único, exponente). Aquel grito surgió como una reacción de rebeldía, cuando comprobamos que los partidos políticos de implantación nacional, que se alternaban en el Gobierno de la Nación, habían pactado tratar a Ceuta como una “cuestión de estado” (un eufemismo que quiere decir que todo lo relacionado con Ceuta debe ser consultado previamente y “autorizado” por Marruecos). Quedamos relegados a la condición de incómoda reliquia que se trata con delicadeza (para evitar conflictos) pero sin el menor interés. La imponente fuerza del estado logró derrotar a la dignidad de nuestro pueblo y terminamos asumiendo que no había posibilidad alguna de revertir ese pacto. Sólo nos quedaba intentar que el decadente proceso de extinción fuera lo más largo y decoroso posible.
Pero desde aquel momento la situación no sólo no ha mejorado, sino que ha empeorado ostensible y sustancialmente. Todos los nuevos ingredientes de la relación entre España (Europa) y Marruecos han fortalecido la posición de Marruecos en detrimento de los intereses de Ceuta. La alianza para contener la inmigración; el control del terrorismo internacional; y la notable intensificación de los flujos económicos; han terminado de despejar todas las dudas, si es que alguna vez hubo alguna. La redefinición del mapa político español, una vez desbordado el bipartidismo, no ha aportado absolutamente nada en este sentido. Los nuevos partidos políticos ni siquiera se han tomado la molestia de analizar esta cuestión y adoptar una posición clara, más allá de la rutinaria inercia que supone el seguidismo del “pacto el bipartidismo, vergonzantemente avalado por la monarquía”.
La conclusión es que los ceutíes seguimos estando solos. Como al principio. Pero en esta ocasión ante una tesitura más adversa. Marruecos, fortalecido y envalentonado, consciente de que España no opondrá la menor resistencia, ha iniciado el despliegue de su “plan de asfixia”. Todos sabíamos que este momento llegaría. Hacíamos como el avestruz (esconder la cabeza debajo del ala, como si lo que veíamos ante nuestros ojos no fuera verdad). Pero en nuestro fuero interno sabíamos que este momento era inevitable. Y efectivamente ha llegado. El punto que marca el inicio de esta nueva (y fatídica) fase, fue el cierre unilateral de la aduana comercial de Melilla. Una vejación inconcebible sino es fruto de un acuerdo opaco. El lenguaje diplomático es sencillo, discreto y gestual, pero igualmente contundente. Marruecos, firme, anunció: “se acabó la fiesta”. Y España respondió como un lacónico: “ok”. Las coordenadas han cambiado. Entramos en una nueva etapa que va a modificar de manera fundamental el devenir histórico de Ceuta.
Los ceutíes tenemos que interrogarnos introspectivamente para decidir cómo responder a este nuevo desafío. Porque este es el nudo gordiano del futuro. Y la única respuesta para quienes sigan queriendo a esta tierra (y no se hayan evadido ya psicológicamente) es la revitalización del localismo. Ceuta debe recuperar el espíritu reivindicativo, el orgullo, la combatividad y la pasión por defender nuestra dignidad de pueblo. La experiencia nos enseña que disimular, esconderse, llorar, rogar o dar lástima no conduce más que a la más insultante marginación. Ceuta se tiene que levantar. Alzar la voz. Reclamar sus derechos constitucionales. Esto no está al alcance las “siglas grandes”, condicionadas por hipotecas impagables y supeditadas a otros intereses muy distantes de Ceuta. En las elecciones del domingo decidimos qué tipo de asamblea queremos. Podemos optar por una dócil, sumisa y favorable a los intereses soberanistas de Marruecos; o por una asamblea luchadora y comprometida con el porvenir de Ceuta. Del peso específico que tenga el localismo en la institución en la que reside nuestra soberanía va a depender su naturaleza y acción. Por eso, lo más inteligente y útil para Ceuta y su futuro es votar a Caballas.
¡VOTA CABALLA! PERO NO VOTES A CABALLAS QUE NOS TRAERÁ LA RUINA,!
Yo voto a Caballas si tú votas a Vox.