Lo que más nos gusta es lo que más valoramos. Es por eso, por lo que los críos no estudian para ser ganaderos ni agricultores, sino tiktoquers e influencers. La vida da tantas vueltas que no sabemos dónde acabaremos, al igual que Ana Acevedo que estudió Arquitectura para terminar siendo la Reina de la fabada. Deberían llevarla a hablar a los institutos, porque lo que enseña es básico para la supervivencia. Pero seguiremos dando vueltas de peonza sin saber a qué carta atenernos. En una sociedad en la que los niños son los reyes del mambo es difícil ser estricto, enseñante o conservador porque te tildan de fascista. Y no estoy hablando ni de religión, ni de política sino que todo vale y los géneros, las devociones o los adoctrinamientos caen a las dos de la mañana en una duna introduciendo carne fresca en una guantera.
No quiero ser zafia sino realista como la misma vida. Ana Acevedo cuenta que lo que más le costó de ponerse a trabajar en lo que siempre había sido el negocio paterno era la conciliación, porque tiene dos hijos menores de diez años. Eso sí, ya los lleva durante el verano a que vean y palpen (de primera mano) cómo se trabaja en el campo que es de donde ellos comen. Mi marido tenía la misma mentalidad de gente apegado a un negocio que era forma de vida desde la más tierna infancia. Eso le nutrió mucho a la hora de educar a nuestros hijos en el esfuerzo y la entrega. Tras su ida de la vida, me cuesta enderezar cuerpos adolescentes que no son malos, pero que pueden ser arrastrados por la corriente con tecnificaciones y boberías varias que son aceptadas por la generalidad como rutina. Todo me da incertidumbre, más aun ver que el esfuerzo de estudiar o el de los padres por llevarte a una Universidad no basta para asegurarte un sitio en este ecosistema que solo se alimenta de dinero. Solo valoramos lo que tenemos, no la bendita pereza que reclamaba Julio Camba como elixir de vida o la entrega a lo que siempre fue tu ADN mitocondrial de Ana Acevedo. Estoy desubicada porque me esfuerzo como lo hacían los padres de ella en que mis hijos lleguen a un lugar donde puedan vivir con comodidad de lo que ganen con el sudor de su frente-fíjense a donde puede llegar la estulticia materna que no quiero que les toque la lotería, ni se me conviertan en magnates-. Siempre había creído que si estudias y te preparabas, llegabas como cuento de hadas. Pero miren ustedes que mis hijos mayores son enfermeros y sí que trabajan los dos, pero en contratos temporales. Y sí que les pagan, pero con sangre después de haber estudiado y haberse machacado por llegar. Los dos siguen estudiando y esforzándose, pero tras lo de Ana Acevedo y sus fabes milagrosas, díganme dónde entra el verbo “acertar” que no conjugamos los padres ni a tiros. Así que creo que los estudios no vienen mal, ni poder estudiar aquello que te gusta aunque termines de camarero en jornadas maratonianas de 20 horas, porque el mercado laboral es el que es y nos gobiernan aquellos a los que les debemos mundialmente dinero. Somos tan inocentes que creemos importar porque en las tertulias de barbacoa nos hinchamos las yugulares y cantamos al honor del que nos pone en esos momentos cruciales en que no nos damos cuenta que nos han fagocitado, pero aún no han escupido nuestros huesos porque tenemos todavía tuétano.
Los ticktoquers se reciclarán en dependiente del Zara, las influencers en azafatas de presentación de vinos, los que estudien y acierten en las teclas del mercado laboral prosperarán hasta donde los dejen las circunstancias, los vaivenes mundiales o medioambientales. Recuerden Ucrania y aprieten los riñones porque siempre puede aparecer un Putin en nuestras vidas. Preparémonos para lo peor, sonriéndole al presente. Porque lo es todo…el sol, las risas, el calor de los nuestros , pero lo más-bien por Homero- el camino que transitamos con nuestras plantas rugosa día a día, hasta la anochecida. ¿Qué más da que cambien la hora, los precios, que la cesta de la compara se empequeñezca o los jubilados no puedan gozar de la soberanidad de Isabel hasta el último suspiro?.
La muerte iguala una vez producida. En cambio, la jodida vida es caprichosa y fútil como ala de mariposa.