Ya empezó la Navidad hace mucho tiempo. El pistoletazo de salida no lo marca el calendario, ni el frío. "Septiembre, y ya huele a Navidad”, dijo Nicolás Maduro adelantándose cuatro meses. Para eso son dictadores.
Los décimos del 22 de diciembre se pueden comprar el 1 de julio y en Doña Manolita se hace alguna cola que otra a cuarenta grados.
Black Friday nos pone a punto para las compras navideñas, el 29 de noviembre las calles son un hervidero de ofertas de todo tipo: ropa, juguetes, móviles, aparatos eléctricos, y un etcétera innumerable. Después de este acontecimiento de tradición estadounidense se empiezan a encender luces, se montan mercadillos, se arman belenes, se adorna el abeto o se compra en el chino con toda su parafernalia.
En Ceuta ya ha llegado la chocolatería La Perla del Mediterráneo y se puede disfrutar con esta tradicional bebida caliente y con los churros o buñuelos que allí se sirven. La Marina funde el olor del mar, la humedad y el aceite en que se van friendo las porras o los buñuelos.
Dos puestos de castañas anticipan que Dios nacerá pronto y el humo de las ollas recuerda la infancia que fuimos cuando el cartucho caliente debería llegar pronto a casa.
El encendido del alumbrado navideño será uno de los actos más esperados, que se celebrara el 23 de noviembre.
En la plaza Nelson Mandela comenzó el martes el Mercadillo Navideño, una iniciativa a la que este año se han sumado puestos artesanos llegados de fuera de nuestra ciudad que ofrecen productos como embutidos o dulces. Creo que lo de los embutidos es una novedad, no sé si le habrá hecho mucha gracia a "la despensa de Marta".
Ceuta luce de nuevo la estrella de Navidad en la fortaleza del Hacho. A 190 metros de altura y 800 de distancia del casco urbano. 1.500 vatios de potencia hará que no se pierdan los reyes magos.
La cantinela de los niños de San Ildefonso está al caer y los afortunados se bañarán en Sidra o Champagne, según sea el premio. Recuerdo que antes los banqueros perseguían a los premiados para ofrecerles lo que se les antojase...ahora los bancos son más elegantes, ladrones de guante blanco.
Llegará la cena del 24 y su majestad repetirá el discurso de todos los años mientras que Papa Noel toca la puerta de casa.
Fin de Año, campanadas, brindis, Rafael cantando el tamborilero y el niño pequeño de la familia dándole a la matraca.
Los Reyes Magos se acercan y hay que comprar el roscón y que no te toque el haba pues si es así deberá pagar el importe del dulce mientras que quien encuentre la figurita tendrá mucha más suerte ya que esto significa que disfrutará de un próspero año nuevo. También habrá que hacer la cola en La Africana para adquirir este dulce
La cabalgata, el rey negro que debería ser negro y no tiznado o pintado con betún, pero eso ya es cosa del concejal de fiestas que querrá quedar buen con alguien.
Los regalos, las devoluciones, el sorteo del niño, lo importante es la salud, y los polvorones que no se terminan hasta el verano.
A los 60 años la pátina de tristeza recubre estos días, lo mismo son las cataratas de la edad o en la inmensa superficialidad de la sociedad que hace del consumismo una forma de vida.
Los villancicos a toda voz, el gentío, los bares, las cenas de empresa, el amigo invisible, los cuartos de las campanadas que siempre nos confunden con las campanadas.
Todo se repite una y otra vez, año tras año, lo mismo de siempre: cariños fingidos, alegría programada, gastos obligatorios, el pescado por las nubes, el pavo, el cordero.
Esa melancolía se te mete en el alma y te dejas llevar como un títere para no dar la nota.
Creo que cada navidad estoy más viejo y a los viejos no nos hace caso nadie salvo para ponernos un gorro, dar el aguinaldo o insistirnos que nos comamos una gamba pues para los centollos ya no tenemos dientes.