Mérida es la querida ciudad donde nací. Sin embargo, tanto porque me lo dicta mi alma como porque también me lo manda mi corazón, yo, de verdad siento, quiero, me tengo, pienso y vivo en mí, que mi auténtico y verdadero pueblo es Mirandilla. Y es que, mi nacimiento en Mérida fue meramente casual y anecdótico, porque yo tenía que haber nacido en Mirandilla, y no Mérida. En Mirandilla vivían mis padres; donde se enamoraron, contrajeron legal y cristiano matrimonio por Dios bendecido; cuyo evento natal mío tuvo lugar el 25 de enero de 1942, a las doce de la mañana. Fui su hijo primogénito, que estaba destinado, en principio, desde que mis padres se casaron y decidieron que yo fuera el primer fruto de su feliz amor, a nacer en Mirandilla. Pero, luego, las cosas se torcieron y, en lugar de nacer en Mirandilla, pues nací en Mérida. Y en esas estamos.
Sucedió que, unos años antes de yo nacer, en el curso de la llamada Guerra civil 1936-1939, un matrimonio de Mérida, él, Pedro Díaz Laína y su esposa, María Pacheco, que eran propietarios de la antigua fábrica de hilaturas “Los Telares” de Mérida, pues en aquel cruel enfrentamiento bélico entre los mismos españoles, en el que tuvieron que combatir en algunos casos padres, abuelos, hijos, tíos y demás familiares entre sí, unos con otros, pues la Aviación bombardeaba Mérida a diario y toda su población se vio obligada a huir despavorida de la ciudad para refugiarse en los pueblos y lugares de los alrededores; de manera que, en una de esas huidas, los propietarios de dicha fábrica “Los Telares”, llegaron hasta el cortijo de la dehesa los Arenales, donde mis abuelos, Julián Caballero Pulido e Isabel Higuero Torremocha, que eran los guardas de dicha finca, les dieron refugio y acogimiento donde ponerse a salvo de las bombas, abriéndoles las puertas del cortijo de par en par, y dándoles protección y sustento desinteresadamente durante más de tres meses, hasta que los bombardeos de Mérida ya cesaron y pudieron regresar a dicha ciudad. El matrimonio emeritense, Díaz-Pacheco llevaban con ellos dos hijos, niños pequeños de muy corta edad, Pedro y Pepe, más un adulto, hermano de la esposa, Manuel Pacheco, que todos fueron acogidos por mis abuelos.
Pasados unos años de la finalización de aquella cruenta guerra, mis padres, que todavía no lo eran, pues contrajeron ya matrimonio en abril de 1941. Y, el 25 de enero de 1942, mi madre me trajo al mundo en Mérida. Pero, sólo tres días después me llevaron definitivamente a Mirandilla, donde ya permanecí siempre hasta la edad de 16 años, que emigré a Ceuta. De modo que, Mirandilla, mi pueblo, significa para mí muchísimo más que Mérida. Y conste que no lo digo en demérito de tan relevante capital, que siempre fue cuna de las más puras esencias extremeñas, ni tampoco para que sea tenido lo que digo como minusvaloración como capital de Extremadura. Mérida, lo quiera yo o no, es mi lugar de nacimiento. Me honro mucho, me vanaglorio y para mí es un gran honor haber nacido en tan relevante capital emeritense. Mi nacimiento en ella, lo he tenido siempre como timbre de honor.
Pero, con independencia de haber nacido en Mérida, luego, fue en mi querida Mirandilla donde yo me crie; en ella di mis primeros pasos, aprendí mis primeros juegos, en ella tuve mis amigos de la infancia, fui a sus Escuelas Públicas hasta los 14 años; por sus campos crecí a la par que el trigo y la hierba; en ella, están las raíces de mis orígenes y en ella descansan eternamente mis antepasados queridos, mis abuelos, mis padres, mis tíos y la mayoría de mi familia; también están allí, su buena gente del pueblo llano, que es gente modesta y sencilla, como yo, en la que siempre se cruzan todos cordiales saludos al pasar, encontrándose, también siempre, una mano tendida y un gesto generoso. Por eso, y por muchas cosas más, yo soy y me siento orgulloso de Mirandilla y de su calle Arenal, más que de Mérida.
Y quiero mucho a Mérida. Pero eso sí, más todavía quiero a Mirandilla. Mérida, fue, y también sigue siendo, todo un emporio de arte romano. Fue una de las primeras metrópolis eclesiásticas desde el siglo III hasta el siglo XI, que el Obispo gallego Bernardo se llevó la capitalidad de Extremadura a Santiago de Compostela, deliberada e injustamente, para que su iglesia santiaguista tuviera arzobispado que, hasta entonces, nunca lo había sido. Y a los extremeños les costó luego recuperarlo 875 años, cuando en 1994 ya se hizo justicia y le fuera restituido el Arzobispado Mérida-Badajoz, gracias a su creación, “ex novo”, por el gran arzobispo Antonio Montero Moreno, fallecido en 2022.
Y es que, a Mérida, nunca nadie le puede negar que fue la antigua Emérita Augusta, capital de la vieja Lusitania (actual Extremadura), que, en la época romana, fue llamada la Segunda Roma; fue también varias veces capital de la Hispania visigoda y capital de toda la Nación española. Y es también todo un emporio monumental y una auténtica joya arquitectónica de arte romano, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, ensalzada por numerosos poetas y escritores. En el siglo IV el poeta francés Ausonio Galo dijo que “con Mérida no se podían igualar ciudades tan grandes (entonces) como Córdoba, Tarragona ni Braga, y que toda España debe reconocimiento y sumisión a su grandeza”. El rico legado patrimonial romano de Mérida comprende, entre otros importantes monumentos, el Teatro, Anfiteatro, Circo, Puente romano sobre el río Guadiana, Acueducto los Milagros, Templo de Diana, Arco Trajano, Casa del Mitreo, Pórtico del foro, Embalses de Proserpina y Cornalvo, Termas de San Lázaro y Reyes Huertas, Mosaico Romano, Museo de arte romano, etc.
Mérida fue una de las primeras metrópolis eclesiásticas desde el siglo III hasta 1119 que el Obispo gallego, Bernardo, se llevó deliberada e injustamente su arzobispado a Santiago, para que su iglesia santiaguista tuviera tal dignidad arzobispal, que, hasta entonces, no la había tenido. Y a los extremeños les costó luego recuperarlo 875 años, cuando en 1994 ya se hizo justicia y recuperó el Arzobispado para Mérida-Badajoz, gracias al gran arzobispo que fue, Antonio Montero Moreno, fallecido en 2022. Ahora queda pendiente corregir la segunda injusticia flagrantemente por entonces cometida contra Extremadura, que es: que Guadalupe pase a ser extremeña, en lugar de depender eclesiásticamente de Toledo, que es otro monumental agravio que rezuma injusticia por todas partes y que tanto nos duele a los extremeños. Es demasiado triste que Guadalupe, estando geográficamente enclavada en territorio extremeño, luego sea gestionada, dirigida y patrocinada desde fuera por el arzobispo de Toledo, en base a un mero capricho del que fuera su arzobispo Bernardo, que incluso la Santa Sede revocó en el arzobispo Bernardo, pero cuya ejecución luego el mismo no acató.
Mérida fue también monumental, artística y una auténtica joya histórica y arquitectónica de arte romano, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1993, junto con Cáceres y Guadalupe; Mérida fue ensalzada por numerosos poetas y escritores. El rico legado romano de Mérida comprende, entre otros importantes monumentos, el Teatro, Anfiteatro, Circo, Puente romano sobre el río Guadiana, Acueducto los Milagros, Templo de Diana, Arco Trajano, Casa del Mitreo, Pórtico del foro, Embalses de Proserpina y Cornalvo, Termas de San Lázaro y Reyes Huertas, Mosaico Romano, Museo de arte romano, etc.
Dice la leyenda, que Mérida fue fundada por Túbal, nieto de Noé. Pero su auténtica y documentada refundación tuvo lugar el año 25 antes de Cristo (a.C.) por Publio Carisio, por orden del emperador romano Augusto César, para que los soldados romanos victoriosos de las campañas contra los astures y los cántabros pudieran descansar y llevar en ella una vida de jubilados (eméritos, de ahí su nombre: Emérita) lo más parecida a la vida de Roma. Y le otorgaron el Derecho itálico, con el que tenían el privilegio de ser libres y estar exentos de tributos, el mismo de que gozaban en Itálica, por oposición al Derecho del Senado que sólo concedía a los demás lugares de Hispania la condición de súbditos. Con los romanos Mérida alcanzó su más alto grado de florecimiento y esplendor.
Su época de mayor esplendor duró hasta que el año 713 que la conquistaron los árabes. Muza, tras derrotar a Don Rodrigo en la batalla del Guadalete, avanzó hasta Mérida al mando de un potente ejército. Cuando se asomó a ella desde el cerro de Calamonte, documentado está que exclamó: “Parece que todos los hombres han reunido su arte y su poderío para engrandecer esta ciudad: venturoso el que logre rendirla”. Lo intentó él, pero los emeritenses ni siquiera quisieron oír hablar de tal indignidad. Entonces la sitiaron y les costó catorce meses tomarla, hasta que el 30-06-713 capituló por falta de víveres. Los árabes saquearon todos sus tesoros y destruyeron gran parte de sus monumentos, que habían sido construidos con los mejores mármoles de Oriente. Declara el ceutí Al-Idrisi que los numerosos vestigios y restos arqueológicos que en su época hubo en Mérida demostraban la grandeza y el poderío de la reina Marida, hija del Rey Horosus, que era servida en platos de oro y plata que bajaban flotando hasta su mesa repletos de deliciosos manjares.
Hace unos 125 años, el Teatro Romano de Mérida y su Anfiteatro contiguo, estaban enterrados bajo toneladas de tierra y escombros. Sólo sobresalían algunos centímetros siete de las gradas más altas, que el pueblo atribuía a las sillas de siete reyes árabes. De ahí nació el nombre del lugar: “Las Siete Sillas”, en las que trabajó como cantero para rehabilitar muchas y monumentales piedras de granito, mi padre, José Guerra Molina. A finales del siglo XVI existía la leyenda en Mérida de que quien excavase encontraría los “siete tesoros de los reyes moros”. Los niños de todas las épocas han buscado galerías y “piedras escritas” que ofreciesen alguna pista. Se corrió la noticia de que debajo de una de las galerías había un tesoro escondido.
El Ayuntamiento tuvo que intervenir para poner coto a las excavaciones clandestinas que se realizaban y puso cuatro vigilantes para que, si el tesoro era hallado, pasara a ser propiedad del Consistorio que era el dueño del terreno. Entonces el tesoro no apareció; pero el verdadero "tesoro" que debajo se ocultaba y que fue descubierto tres siglos después, era uno de los mejores teatros romanos del mundo: el de Mérida. El arqueólogo José Ramón Mélida fue el que en 1910 comenzó a dirigir las excavaciones que llevaron a desenterrarlo.
Pues, a pesar de que Mérida en cierra tan importantísimos valores a lo largo de su historia. Tras mi nacimiento en ella, luego, fue a Mirandilla donde varios días después me llevaron y donde ya me crie y allí tuve mi cuna y mi niñez. Y, para mí, mi patria chica es, el solar querido en el que fui niño y pasé mi adolescencia; o sea, Mirandilla. Y allí fue donde, en el cariñoso recinto familiar, di mis primeros pasos, me crie hasta la edad de 16 años, allí tuve mis primeros amigos de la infancia con los que fui a la Escuela; por la dehesa Los Arenales, anduve mucho entre encinas y canchos, por ellos gateé cazando conejos, nidos y lagartos; jugué y correteé por la calle Arenal, donde siempre viví, y por todas las demás calles de mi pueblo, por sus eras y regatos; allí me nacieron mis primeros sentimientos, mi gran amor por Mirandilla, por Extremadura y por todo lo que es extremeño. Y cada vez que regreso a Mirandilla, al asomar a ella por el Cerro de la Carretera y verla, a veces hasta me emociono y siento que se me ensancha el corazón y se me alegra el alma.