Clara Maeso, la mujer más anciana de Ceuta, falleció a los 105 años de edad y lo hizo en su hogar, cumpliendo así el deseo de su único hijo, Joaquín, cuya última voluntad fue que su madre jamás terminara sus días en una residencia de mayores. “Siempre vivió con ella y quería que se quedara en casa atendida las 24 horas del día”. Así lo explica Carlos Aguilar, sobrino nieto de Clara y su tutor legal desde la desaparición en 2017 de Joaquín. Desde entonces, Carlos y su mujer, María Lozano, que actualmente residen en Madrid, se habían trasladado puntualmente hasta nuestra ciudad para visitar a su familiar.
“Él tenía a su madre como única heredera porque sabía que, aunque ella estaba en cama, iba a sobrevivirle”. Es la frase que mejor puede describir a una mujer que sus familiares recuerdan “llena de fuerza y energía”. Así fue durante toda su existencia porque desde bien joven aprendió a enfrentarse a las dificultades y los golpes que le dio la vida. Quizá uno de los más duros fue enviudar con tan solo 23 años, dos después de haber contraído matrimonio con un militar.
Con un hijo a su cargo, Clara o Clarita, como muchos la llamaban, no volvió a casarse nunca más y dedicó toda su vida a cuidar de su primogénito, quien le devolvió el cariño no separándose jamás de ella. “Sentía pasión por su madre y siempre vivieron juntos. Llegó un momento en que la gente pensaba que, en vez de madre e hijo, eran matrimonio”.
Mujer de extraordinaria belleza, Clara siempre fue “coqueta”, como recuerda María. “Estando ya en cama fuimos a sacarnos una foto con ella y me pidió que le llevará algo de ropa y que la peinara”.
En esa coquetería jugaba a su favor que la propia Clara podía jactarse de quitarse algún que otro año. “Siempre contaba que la inscribieron en el Registro Civil año y medio más tarde de su nacimiento, por lo que se podía quitar edad”, recuerda su sobrino nieto, calculando que en junio de este año habría cumplido 106 años “o 107 de haberse inscrito correctamente”.
Mujer de gran “fortaleza y empuje”, tuvo que afrontar la viudedad en una época muy dura, aunque nunca se amilanó y vivió su existencia de forma muy positiva. “Le encantaba bailar y escuchar la radio. Era una persona muy viva y se sentía muy caballa”.
Todos los domingos, un sacerdote acudía a su domicilio para rezar con ella, “pero no el padrenuestro de antes, sino el de ahora. Y también se ponía sus cascos y escuchaba la misa por la televisión”, rememora Carlos.
Con 54 años obtuvo el permiso de circulación y lo hizo junto a su hijo, aunque siempre fue ella la que llevó la voz cantante al volante del vehículo. “Nunca dejó que Joaquín condujera. Era ella la que llevaba el coche”.
Clara se ha ido con el cariño de todos los que la conocían y también el de las trabajadoras de Clece que cuidaron de ella hasta su último suspiro, el de una gran mujer que ha tenido más de un siglo para dejar huella en todos los que la conocieron.
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