Ya calentamos motores con respecto a la Navidad. Es la fiesta anual de los gastos que nos lleva a comprar lo que no necesitamos y a endeudarnos por quedar bien con todos.
Se sacaron de la manga el Black Friday para que las compras empezaran antes y les ha funcionado. Ahora compramos más y peor porque no vemos el color del dinero sino cuando el banco nos restringe la nómina para pagar lo adeudado meses antes.
Somos animales evolutivos que sacian sus afanes depresivos con cosas que luego vendemos en plataformas hechas para ello, porque nos cansamos de todo en cuanto lo tenemos. Con los animales igual. Ésta es época en que criadores, particulares y tiendas hacen el diciembre fantástico con animalitos que crecerán, jorobarán y serán abandonados no más allá de la primavera. Los de raza pura lo tienen un poco más fácil. Pero no crean que es una verdad absoluta, porque tengo una mastina dando lo más grande con espolón de pata y verbigracia y antes tuve un teckel y un cocker, igualmente abandonados a su destino.
Dan lo más grande porque o son cachorros y en su inventiva está solo el romper, partir, morder y dar por saco a cada rato, o también porque han sido maltratados y les cuesta volver a confiar o porque son ancianos testarudos que ya vienen con sus manías a cuestas.
A la mastina hubo que desparasitarla y ponerla a dieta porque su estómago no estaba para muchos trotes después de haberse pasado en la calle -no sabemos ni qué tiempo -comiendo basura abandonada. No es la primera vez que recojo juguetes rotos, pero les confieso que el ser humano se me hace cada vez más cuesta arriba. Antes podía ponerme más en la piel de algunos que son inconscientes perpetuos y creen que un perro, un gato o lo que sea que esté vivito y coleando, está a su servicio y voluntad, sin ano, sin apetito, ni vacunas, horas y horas de soledad esperándolos. Los animales -en verdad- son trabajosos como los hijos, pesados, costosos, cabreantes y duraderos. Tengo una perra mestiza que recogí de una gasolinera, que no sabemos ni la edad que puede tener, pero que como lleva con nosotros más de diez años, está desdentada y ciega, creemos que es una abuela centenaria para su rango de edad perruna.
No les diré que fue una alegría adoptarla, porque solo llegar defecó en la cama de uno de mis hijos; Tampoco se lleva bien con el peluquero que no entiende cómo la aguanto y encima a medida que tiene más años empieza a desvariar y hace cosas propias de la demencia, con lo que eso acarrea. Pero aun así, es uno de los nuestros, infinitamente más afín o querida que esos humanos con los que se supone que tenemos antecesores comunes.
Como les decía antes, a los animales de dos patas que abandonan a estos seres tan puros, antes no les guardaba rencor. Es más, el teckel que se llamaba “Dorado” y que cuando lo adopté ya tenía más años que Matusalén, cuando se le iba la mirada a ancianos con los que nos cruzábamos, yo imaginaba que recordaba a un compañero fiel que había fallecido, por eso los hijos lo habían dejado a su suerte abandonándolo al igual que se hace con todo lo que no tiene valor una vez la herencia está liquidada. “Dorado” no pudo ser más mi perro, ni más noble, ni más fiel. Nunca pude tener mejor perro que ese abuelo tan guapo, tan divertido y tan contento de estar con nosotros, que una vez que vino un repartidor creyó que era un cachorro de tan feliz como estaba. Murió de viejo porque la vida no les da para mucha durabilidad, pero dejó un recuerdo imperecedero. A los malditos animales que abandonan, ya no les comprendo , porque sé que es un engorro la responsabilidad, que hay que enseñarles todo y a veces no se tienen ganas, que hay que ponerse firme y decir que sí y que no y estar para todo , restándote libertad de hacer cosas en las que lo mismo no es bien recibido un perro. Pero eso hay que saberlo ANTES de adoptar a un perro.