El Gobierno de la Ciudad abrió, hace unos días, el tarro de las esencias para atacar a los varios centenares de parados que, diariamente, se manifiestan entre el Palacio Autonómico y la Delegación del Gobierno. Unas manifestaciones que van camino de los dos meses y que ponen en evidencia que Ceuta no es la imagen oficial y propagandística que el Gobierno de la Ciudad quiere proyectar a sus votantes: una Ceuta en la que no hay ningún problema realmente importante.
El derecho a manifestarse en un derecho fundamental amparado por la Constitución de 1978. El ejercicio de un derecho fundamental prevalece ante la propaganda del Gobierno de Juan Vivas y por mucho que ellos quieran no se pueden impedir ya que ni hay peligro de grave alteración del orden público y ni de comisión de delito. Casi dos meses de pacíficas manifestaciones demuestran que este peligro no existe.
El Gobierno de Juan Vivas, por boca de su inefable portavoz, ha acusado a los manifestantes de causar todos los males pasados, presentes y futuros. Unos manifestantes que pasan en unos pocos minutos por las vías (en su mayoría peatonales) del centro de la ciudad. Son acusados del caos circulatorio y del descenso de ventas de los comerciantes, pero sin valorar que en quince minutos no se produce ni lo uno ni lo otro.
El hecho de que los comerciantes vendan poco se debe a dos factores: el escaso nivel adquisitivo de buena parte de la población y el poco atractivo de los productos que ofrecen. El hecho de que el tráfico sea un caos es responsabilidad del Gobierno de la Ciudad que no ha sabido diseñar una estructura viaria sensata, establecer una red de transporte público digna del siglo XXI e incentivar la posibilidad de dejar el coche en casa.
No sé si es más lamentable que penoso, que Juan Vivas ataque a unas personas que quieren un trabajo y que les quiera quitar hasta el ejercicio de uno de los más antiguos derechos fundamentales: el derecho a manifestarse públicamente. No es por el bien de nosotros, por lo que hablan Juan Vivas y su inefable portavoz, sino por su propio bien político, por su permanencia en la poltrona.
Los derechos fundamentales, en la concepción que tiene de ellos el Gobierno de la Ciudad, están para no ser ejercidos. Los derechos fundamentales son lo que para ellos es la Constitución donde se encuentran: papel mojado. Los derechos fundamentales, en la concepción del “Vivismo”, solamente son correctamente ejercidos si con ello se contribuye al ridículo culto mesiánico del Presidente de la Ciudad.
En una ciudad tan asimétrica como la nuestra, donde en pocos kilómetros cuadrados, se concitan condiciones vitales tan diferentes, hay un amplio sector que vive el paro y las protestas desde una lejanía que se confunde con la indiferencia. Incluso habrá a quienes las manifestaciones les parezcan poco estéticas, por si las ve uno de esos turistas que nunca vienen (prefieren que el paro y la pobreza se esconda bajo la alfombra).
Las manifestaciones presentes no sólo son el ejercicio legítimo de un derecho fundamental, sino que son garantía de que cualquiera, cuando en conciencia lo considere oportuno, puede hacer lo mismo y no habrá Presidente, inefable portavoz o “replicante” de las consignas del Gobierno que se lo pueda impedir. El sitio para manifestarse es la calle, donde está realmente lo público, por más que duela al Presidente que las calles céntricas se les llene de personas sin empleo.
El Gobierno quiere controlar todo lo que que vemos, leemos y escuchamos. Quiere dar a los ciudadanos, cada día, la dosis de propaganda que tienen preparada. Que la realidad les salte en la cara y que se manifieste en la calle constituye un fallo de guión con el que no contaban.