Como todos sabemos, la luna tiene dos caras. Una de ellas es la que vemos a diario. Tan espléndida y atractiva que nos quedamos, muchas de las noches en que aparece llena, ensimismados, contemplándola y dejándonos seducir por su resplandeciente perfección.
Al igual que la luna, la vida que nos toca vivir tiene dos caras. Una, es la que nos marca las ilusiones por disfrutar y tener, aunque sea en un sentido poético y fabuloso. Podemos pasarnos la eternidad divagando como queremos vivirla y disfrutarla. Me gustaría tener, hacer, conseguir, llegar, poder, y un sinfín de sueños que consiguen que la mente llegue a agotarse. De tal forma, que tras tanta glucosa consumida lo único que necesitamos en esos momentos, es un buen descanso. ¡Y nos echamos a dormir!
Dicen por ahí que de las ilusiones también se vive, y están en lo cierto. Para poder vivir y disfrutar de la vida hay que estar ilusionado. Este sueño hay que hacerlo realidad, y qué mejor fantasía para la mente que llevar a cabo nuestros deseos.
Si viésemos la otra cara de la luna no nos gustaría su aspecto, toda llena de cráteres y grietas. Polvorienta, ténue, y tan desconocida para nosotros que no le damos importancia. Es una gran desconocida y olvidada para la gran mayoría de la humanidad; es la parte a la que le toca soportar esos impactos, y como no la vemos, parece que el sol nunca le regala parte de su luz.
Al igual que esta luna, hay personas que nos regalan su parte más amable, y no nos dejan ver esa otra, la del sufrimiento, la de la constancia, la del esfuerzo. Sólo juegan con nosotros ya que no nos dejan que miremos el lado oscuro del éxito.
¿O somos nosotros los que no queremos ver esa cara oculta?
¡Sí! Hay una parte de la vida que no nos gusta contemplar. La del esfuerzo, la lucha, la insistencia, y sobre todo esa parte en la que el cerebro ordena al cuerpo para que éste obedezca.
¡Sí! Todos tenemos dos caras. Pero la gran mayoría utilizamos sólo una. Es la parte que aparece llena e iluminada ante nuestro propio ego. Es la que mostramos a nuestros semejantes en un intento de engañar a nuestro ser oculto. La otra, la del sacrificio y dedicación, queda eclipsada, como glucosa quemada por un cerebro que sólo aborda lo dulce, rechazando lo amargo.
Como si se tratase del amargor de un medicamento que nos tomamos para curar una enfermedad, hay algo que tenemos claro hacer para lograr una meta en este mundo.
Sufrimos los impactos de meteoritos contra nuesrto cuerpo.
Es decir, si no nos esforzamos, insistimos, y no sufrimos; si en nuestro cuerpo no se tatúan las huellas del sufrimiento, no lograremos desenvolver las dos caras del triunfo.
Sedúcete y demuéstrate a ti mismo que puedes con tus dos caras. Que eres capaz de vivir una vida plena y llena de obstáculos, saliendo siempre airoso con tu esfuerzo.
No carbonices tu potencial quemando glucosa. Los astros brillan con luz propia, y la propia luz es energía.