La UNESCO define la biblioteca como aquella institución que colecciona y organiza libros, impresos, revistas, o cualquier otra clase de materiales gráficos o audiovisuales, para facilitar su uso conforme lo requieran las necesidades de información, investigación, educación y esparcimiento de los usuarios. Por esta razón, para muchos, la biblioteca en un centro universitario, por ejemplo, es como el corazón en una persona. Cumple sus mismas funciones, pues debe ser el lugar al que acudan todos sus componentes a proveerse de los materiales necesarios para el ejercicio de su labor.
El concepto actual de biblioteca pública tiene sus orígenes en el siglo XIX y está ligado al mundo anglosajón. Según algunos autores, nace para proporcionar libros a las clases sociales cuyos miembros no habían tenido acceso a los mismos en siglos anteriores. De esta forma se pretendía facilitar a las clases menos pudientes formación profesional, moral y recreo. La sociedad industrial, el abaratamiento del libro y la continua demanda de instrucción y lectura, hicieron que el desarrollo de la biblioteca fuese en aumento desde entonces. Esto desembocó en el surgimiento de la denominada Biblioteconomía científica, que en sus orígenes se correspondía con las funciones de las bibliotecas como centros de información, educación y recreo sociocultural, y que concebia a los bibliotecarios como agentes difusores de la información.
De la importancia de las bibliotecas se ha hablado en otras ocasiones. Si accedemos a las informaciones que publica el Instituto Nacional de Estadística sobre recursos bibliotecarios nos percataremos de ello. Así, por ejemplo, conforme a estos datos podemos saber que en España la media nacional de personas por cada centro bibliotecario existente es de 5.518; que el porcentaje de bibliotecas con acceso a internet es superior al 87%; o que el número de visitas medias por persona y año es de 4,48, y el número de préstamos de libros solicitados, también por persona y año, asciende a 1,63. Sin embargo, en las Comunidades de mayor bienestar económico, como es el caso de Navarra, hay una biblioteca por cada 4.016 personas, las visitan al año 7,79 veces (el número más alto del país) y solicitan 2,53 préstamos de libros al año (también de los más altos del país). Por el contrario, en Ceuta, que según el reciente informe FUNCAS ha sido la Ciudad que mejor ha resistido la crisis económica, los resultados son de 5.168 personas por cada centro bibliotecario, que no está nada mal, pero el número de visitas al año ha sido sólo de 1,31, y el de préstamos de libros solicitados no ha superado 0,30. Es decir, los ceutíes no utilizamos prácticamente los recursos bibliotecarios existentes, lo que a su vez está en consonancia con los índices de fracaso escolar, con el bajo número de estudiantes que llegan a la Universidad, o incluso con el desarrollo económico. Para ayudar a superar esta situación, una de las claves estaría en la realización de una adecuada planificación bibliotecaria.
Cuando hablamos de planificación bibliotecaria debemos entenderlo como el conjunto de técnicas que permitan adaptar los objetivos de cada una de sus capacidades a las necesidades de su entorno, concretándose en un conjunto coherente de proyectos y actividades a realizar. Conceptos como diagnostico de la situación, simulación de resultados, normalización, homogeneización, minimización de costes, o mayor rentabilidad social, son básicos para entender la planificación bibliotecaria.
Los tiempos en que la información contenida en nuestras bibliotecas era inaccesible para la mayoría, y donde los que la poseían, o sabían buscarla, tenían el poder, ha acabado. De la misma forma que también ha terminado la Biblioteconomía dedicada, exclusivamente, a revisar una y otra vez el número de puestos de lectura, de obras de referencia, de publicaciones periódicas, las normas de descripción, la ordenación en las estanterías, o las necesidades de mobiliario. Todo esto pasó a la historia hace mucho tiempo. Actualmente la investigación dedicada a las bibliotecas y centros de documentación se dedica ya a nuevas formas de gestión y planificación, llevadas de la mano de las nuevas funciones que asumen con el crecimiento imparable de la información en todas sus formas y las demandas de los nuevos usuarios.
En este contexto, si los bibliotecarios no son capaces de comprender el nuevo papel que tienen encomendado, acabarán gestionando simples almacenes de libros impresos, muy bien organizados y descritos, pero sin lectores, y sin usuarios.
Es algo así como el abogado que confunde el concepto de constitucionalismo moderno con saber recitar de memoria su articulado. Por esto, los bibliotecarios que conocen y aman su profesión, se niegan a ello y están dispuestos a demostrar que son capaces de hacer de las bibliotecas organismos vivos, elementos dinamizadores, y focos de cultura integrados en la sociedad.
Como siempre ocurre, para llevar a cabo un proyecto de esta naturaleza se necesita, por un lado, haber comprendido el concepto moderno de planificación bibliotecaria y de la profesión de bibliotecario, y por otro, estar dispuesto a esforzarse para desarrollarlo. El problema es que en esta ciudad, algunos responsables de estos asuntos prefieren seguir con la rutina de toda la vida, y poco más. Este es el drama.