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La odisea de los leones del Congreso

Los leones que están instalados delante de la fachada del Congreso de los Diputados en Madrid cuentan con un largo historial y una simpática odisea que en adelante refiero. Resulta que antes de 1843 las Cortes comenzaron a reunirse en los salones de baile del Teatro Real de Madrid. Pero el Partido Progresista entonces en el poder, decidió construir el actual Congreso sobre el solar del antiguo Convento del Espíritu Santo; cuya

construcción fue iniciada el 10-10-183, según el proyecto neoclásico del arquitecto Narciso Pascual Colomer, quien había diseñado una fachada inspirada en los palacios renacentistas con una entrada monumental de seis grandes columnas de estilo corintio sobre las que situó un frontón triangular donde figura un bajorrelieve que representa a España con la Constitución, flanqueándola las representaciones simbólicas de la Fortaleza, la Justicia, el Valor, las Ciencias, la Armonía, las Bellas Artes, la Agricultura, el Comercio, los Ríos, la Abundancia y la Paz. Este bajorrelieve fue obra del escultor aragonés Ponciano Ponzano, que también fue el protagonista del otro gran símbolo por el que  hoy es conocido el Congreso: sus leones. El edificio fue inaugurado el 31-10-1850 por la Reina Isabel II, y contaba por delante de la fachada con dos grandes farolas de hierro. La entrada principal al Congreso sólo se utiliza cuando el Rey inaugura las sesiones parlamentarias. El resto del año se utiliza la puerta pequeña de la calle Floridablanca.
 A aquellos viejos “padres de la Patria”, que ya empezaban a conciliar su actividad parlamentaria con el despilfarro del dinero público, el edificio no les pareció mal por su gran pompa y fastuosidad; pero lo que no les hizo ni chispa de gracia fueron las dos farolas de hierro, por lo que exigieron que fueran desmontadas y reemplazadas por otro ornato que le diera mayor realce y vistosidad, decidiendo que debían ser dos grandes leones, tal como correspondía a la alta acometividad y poderío con que los “tribunos” del pueblo debían defender a sus representados. Y es que el león es el animal que tradicionalmente ha representado a los viejos reinos de la antigua Hispania, y su sola presencia tiene ya una carga emblemática que no podía faltar ante el Congreso, a fin de que viendo a diario los Diputados su ferocidad quedaran impregnados de su ímpetu peleón para que también ellos se sintieran fuertes y pudieran enseñarse los dientes unos a otros en sus peleas “leoninas” en el Hemiciclo a base de abucheos, pateos, insultos y descalificaciones como a los que nos tienen tan acostumbrados. El modelo de felinos elegido debía estar en consonancia con los altos relieves esculturales del frontón, debiendo conjugarse su relieve escultórico con la calidad artística y simbólica propia de la fastuosidad del edificio. De manera que encargaron el proyecto al escultor aragonés Ponciano Ponzano, que ya había realizado el frontón, quien en principio rehusó tomar como modelo a los leones, porque era supersticioso y creía que podían traerle mala suerte. Tan mal presagio se hizo luego realidad, porque dicen que murió de repente tras haberle convencido para que se pusiera manos a la obra.
 Ponciano ideó que los leones fueran de mármol del bueno. Pero como ya por entonces España atravesaba otra crisis económica parecida a la actual, pese a que todavía el Erario Público no estaba tan esquilmado como ahora lo está por las Autonomías, pues tan maltrecha situación, generada por la corrupción que ya empezaba y por las largas y costosas guerras mantenidas con las colonias, pues hubo que desechar el proyecto tan caro y, en su lugar, se acordó que los leones fueran de yeso corriente; aunque, eso sí, debían llevar encima untada una disimulada capa de pintura de imitación al bronce para que el pueblo los tuviera como si hubieran sido construidos con tan valioso metal. Pero con la lluvia y la mucha polución que ya empezaba a tener Madrid, al poco tiempo la pintura había desaparecido y ambas figuras quedaron de un color parduzco deplorable; lo que obligó a retirarlas, al haberse percatado la prensa y los astutos madrileños que lo que los políticos les habían dado eran más bien “gatos pardos por leones de bronce”, por aquello de que lo prometido en elecciones no se cumple.
Pero para que el boato y buen gusto de que Sus Señoría habían hecho gala no decayeran, se acordó que los leones no podían faltar en la puerta del Congreso, costaran lo que constaran, para la mejor guarda del edificio. Y debían aparecer con sus zarpas sobre la bola o esfera del mundo, para que ni siquiera se notara que el Nuevo Mundo lo acabábamos de perder en América. Si bien, para que el presupuesto fuera algo más asequible, se acordó hacerlos de piedra dura que denotara fortaleza. Contrataron a un escultor con un “caché” más económico, al abulense José Bellver Collazos. Terminados los pétreos leones, se expusieron al público y prensa, de los que recibió las más duras críticas porque los encontraron tan pequeños y desproporcionados en comparación con la suntuosidad del edificio, que a muchos les parecieron, más que leones, perrillos rabiosos; de manera que hubo que desmontarlos de nuevo y se los llevaron a Monforte, en Valencia, y allí creo que continúan.
Enterada Isabel II de tantas peripecias ocurridas con los leones, y que a pesar de ser de yeso se habían ya pagado más que si fueran del más caro metal, se llevó las manos a la cabeza como en estos casos suelen hacer las mujeres, ya que las obras dos veces realizadas más parecían pertenecer a las que en la actualidad se terminan casi por el doble coste del que se adjudican. De todas formas, como al final el que siempre paga es el pueblo y el dinero público dicen que es de todos, sin que nunca tengan que pagarlo los que aprueban los presupuestos, pues los “tribunos de la plebe”, para que no les faltara de “ná”, volvieron a contactar con Ponciano encargándole un tercer presupuesto para que definitivamente los hiciera de metal, porque, a resumir cuentas, si así lo hubieran hecho desde principio hubieran salido mucho más baratos. Tras su nuevo diseño, en noviembre de 1864 llegaron a Sevilla desde Madrid los anteriores moldes de yeso para ser copiados en otros de metal. En el embalaje, uno de los leones llegó destrozado, pese a que el coste del transporte importó 8.250 reales de los de entonces. El 17-12-1864 se trasladó a Sevilla el personal de la Fábrica de Trubia que, junto con los de Sevilla, comenzaron a gestionar el bronce para la fundición.
Pero, pensando en todo lo que los leones podían aumentar la deuda pública, que ha llegado hasta este año y va ya por el 97% del PIB, cayeron en la cuenta de que el General O´Donnell había ganado la batalla de Was-Ras librada el 23-03-1860 en la Guerra de África, tras haber sido Ceuta atacada por los  rifeños, a los que el Ejército español les capturó numerosos cañones y otro material de guerra; de manera que decidieron que, para aliviar a España de los enormes gastos de aquella contienda, parte de esos cañones se entregaran a Ponciano para fundirlos y fabricar los leones.[ Y con el resto del material se construyó el monolito de la Plaza de África de Ceuta como homenaje a los bravos soldados españoles que tan heroicamente lucharon para hacer posible tan brillante gesta. Terminada la fundición, los moldes de yeso fueron llevados a Capitanía General de Sevilla, donde creo que todavía están. Los leones de bronce merecieron esta vez el agrado y alabanzas del pueblo, excepto de un grupo de Diputados de esos que siempre ponen en valor lo que hacen los demás países y critican al nuestro, que empezaron a criticar el origen bélico del metal fundido, argumentando que no podían representar al Congreso dos leones hechos con material de guerra, y pidieron su destrucción. O sea, como siempre, tirando piedras a nuestro propio tejado. Pero, por fin, el debate pareció zanjado y el 26-05-1872 se colocaron en el lugar que ocupan en la actualidad. A uno de los leones le pusieron “Daóiz” y al otro lo llamaron “Velarde”, en homenaje a los heroicos Capitanes que en la Guerra de la Independencia contra Francia tanto valor derrocharon en defensa de España. Personalmente pienso que los leones debieron ser tres, para que el tercero llevara el nombre del bravo y valiente Teniente Ruíz de Ceuta, que igual que los anteriores vertió su sangre y dio su vida por la Patria, dejando tan alto el nombre de Ceuta.
 La composición del bronce utilizado en los leones fue del 88%, el 10% de estaño y el resto de otros metales. El peso de los leones es de 2.668,53 y 2.219,44 kilos, porque al segundo le faltaban los atributos masculinos. Sus dimensiones son similares: altura de 2,10 metros, longitud 2,20, anchura en el pecho de 0,8. A su puesta de largo o presentación en sociedad acudieron la prensa y el público, causando favorable impresión. Pero pronto surgió la eterna polémica tan española, ya que uno de los felinos deja a la vista sus genitales, pero el otro no; uno mira a la izquierda y otro a la derecha, lo que debió sentar fatal a los políticos que militaban en partidos distintos a cada dirección. Incluso la discusión sobre los testículos del que no los tiene ha llegado hasta la actualidad, porque en 2012 el Canal de Historia inició una campaña publicitaria para pedir que se le trasplantaran al que no los muestra. La campaña fue a través de la prensa y redes sociales, e incluso obtuvo un premio del Festival Iberoamericano de la Comunicación Publicitaria. Pero la misma era totalmente errónea, ya que la ausencia de testículos se debe a que los leones representan a Hipómenes y Atalanta, un héroe y una heroína de la mitología griega convertidos en leones; por lo que el que representa a la heroína, está más que claro que no se le podía practicar cirugía alguna para su cambio de sexo, dotándole de los atributos  que antes no había tenido.
               

               

             

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