Aunque el término “nueva izquierda” nació en los años setenta en Estados Unidos, la primera vez que lo escuche referido al caso de España fue en boca de Santiago Carrillo en el año 2003. Durante una entrevista televisiva el viejo comunista predijo, con proverbial clarividencia, el futuro de la izquierda en España. La izquierda partidista de ese momento se vería superada por algo aparentemente nuevo: no iba a ser un partido sino un movimiento (sic), que agruparía a varias corrientes de la izquierda, que se basaría en un ideario ambiguo como los derechos humanos, la ecología o la paz, y que además sería especialmente comprensible con los nacionalismos fraccionarios.
Sorprende la capacidad de predicción de este siniestro personaje porque cuando se refería a esa nueva izquierda que superaría el marco de los partidos tradicionales de la izquierda, especialmente del PSOE, aun teníamos que pasar por el golpe de estado del 11-M, el periodo de “Pensamiento Alicia” de Zapatero y su descalabro económico e institucional y el periodo de tancredismo de Rajoy. Podemos es por tanto, no un proyecto surgido con la crisis económica y la incapacidad de regeneración de los dos grandes partidos, sino un diseño anterior a la espera de un momento propicio.
La nueva izquierda que predijo Carrillo seria una continuidad del viejo comunismo aderezado o suavizado, al menos formalmente, con todos esas sensibilidades propias de la izquierda indefinida. En el crecimiento y asentamiento de este movimiento más allá de los ámbitos minoritarios e incluso marginales en los que se hallaban desde los años ochenta, hay un protagonista fundamental: Zapatero. El último presidente socialista vacío de contenido ideológico al partido socialista y lo relleno con ocurrencias radicales que han llevando al país a una dinámica de polarización que ahora pasa factura al propio PSOE. Desde la recuperación del guerracivilismo al desprestigio de la Transición, de la corrección política coactiva a la connivencia con el nacionalismo catalán y la rendición ante el vasco, de la negación de la nación española (concepto discutido y discutible) a la degradación de la clase política. Todas ellas banderas retomadas por el discurso populista de la nueva izquierda. No en vano, Zapatero es el referente socialista de Podemos.
Frente a la capacidad de predicción del viejo comunista, un servidor creyó que un movimiento izquierdista de tipo radical tendría los días contados. Error grave que partía del prejuicio de que una sociedad occidental tras cuarenta años de régimen democrático habría alcanzado un cierto grado de madurez política, sin alcanzar a apreciar la fuerte infantilización de la sociedad, especialmente las últimas generaciones, acostumbradas a vivir en una sociedad opulenta suministradora de bienes y derechos con escasas exigencias y cargada de relativismo, capaces de asumir sin critica y sin pestañear las afirmaciones de los políticos (¿saben que Marx y Engels eran socialdemócratas?). Ahora, Podemos, en confluencia con el viejo partido comunista (“Unidos y Unidas Podemos”, bienvenidos a la gramática), se ha convertido en la segunda fuerza política del país como lo hiciera Le Pen en Francia. Los experimentos con gaseosa y recordando al gran Jovellanos: cada pueblo tiene el gobierno que se merece.