Hace unos días se cumplió el cuarenta aniversario del fallecimiento del general Franco y con tal motivo algunos medios de comunicación han publicado diversos artículos sobre el franquismo como periodo histórico.
De entre todos destaca el elaborado por el sociólogo Amando de Miguel, que se centra en la herencia del franquismo. Con la certeza que le caracteriza, De Miguel nos recuerda cómo algunas de las estructuras del franquismo continúan formando parte de nuestra vida política y social: los sindicatos, incrustados en las administraciones como lo eran los verticales, el apoyo económico a partidos y asociaciones políticas y a los grupos de presión más potentes o la RTVE como réplica exacta de la diseñada durante el régimen. Pero desde el punto de vista sociológico lo más interesante es la interiorización por parte de la sociedad española de creencias promovidas por el franquismo durante décadas como el convencimiento de que el gobierno puede crear puestos de trabajo “como el mago que saca conejos de la chistera” o esa desconfianza en la democracia representativa y el paternalismo obrerista tan propio de los azules del régimen y que ahora tienen su máxima expresión de continuidad en Pablo Iglesias.
Sin embargo, en el análisis de Amando de Miguel noto a faltar la principal de las herencias del franquismo: el miedo. Durante cuarenta años, el régimen removió constantemente el fantasma de la guerra civil hasta tal punto que los españoles lo interiorizaron como algo consustancial. Durante cuarenta años, el franquismo inculcó unos nuevos valores basados en el consumo y asentó el régimen sobre una creciente clase media cuyo único objetivo vital consistía en adquirir una minipimer y pagar los plazos del seiscientos. El régimen consiguió así desactivar completamente a la sociedad española hasta el punto de que la oposición al régimen fue minúscula y la mayoría observaba con benevolencia al sistema, lo que permitiría hacer de la Transición una reforma interna del régimen en lugar de una ruptura. Pues bien, ese miedo ha hecho de nuestra sociedad una amalgama de personas regidas por la cobardía y la comodidad. Algunos se han sorprendido ante la reacción del pueblo francés (que ha agotado las existencias de banderas de su nación) y la de sus líderes políticos arropando a la Presidencia. Los terroristas han mordido en hueso duro. En el 11-M los españoles y en especial sus elites, se comportaron de forma indigna atenazados por el miedo. La guerra de Irak había sido la causa de la masacre, las guerras, todas, son rechazables. Los terroristas sabían bien de nuestra idiosincrasia y consiguieron su objetivo: cambiar el gobierno. Es más, los terroristas han recomendado a los franceses que se comporten como los españoles. Durante muchos años los españoles miraron para otro lado cuando ETA asesinaba a militares y policías. Mientras que no les afectara a ellos, “algo habrían hecho”. El cambio de estrategia de ETA atacando a políticos fue un error estratégico porque a partir de ese momento y de forma lenta, las elites comenzaron a convencer a la sociedad española de que era un problema que les incumbía. Pero cuando la banda se encontraba más acorralada policialmente se le dio un respiro a cambio de una tregua (la paz a cualquier precio) y ahora la sociedad española está tranquilamente asentada en su confort y los terroristas han vencido alcanzando sus objetivos políticos: gobernar (de momento en ayuntamientos, luego ya se verá). Mientras occidente se encuentra inmerso en una nueva guerra, la izquierda heredera del franquismo agita el miedo bajo los lemas del ‘No a la guerra’ aunque nuestro país se mantiene al margen del conflicto. Todas las guerras son injustas, gritan, hay que dialogar con los asesinos y empatizar con ellos (Carmena dixit). Podemos filosofar sobre si hay guerras justas o injustas, o defender que hay guerras legales o ilegales (como si una resolución de un ente antidemocrático como la ONU tuviera algún tipo de legitimidad), pero lo que es inevitable es la realidad y que si queremos sobrevivir como sociedad, habrá ocasiones en las que tendremos que tomar decisiones incomodas por mucho miedo que agite la izquierda franquista.