Después de asistir atónito al sin fin de aberraciones, ilegalidades y patochadas que desde la caverna sectaria han aflorado este pasado 12 de octubre, día de la hispanidad, no puedo más que achacar a la indigencia cultural, ese vomitivo maremágnum antiespañolista con el que, unos sufridores de su propio odio visceral, nos han intentado amargar el día en el que conmemoramos la existencia de una de las culturas más extraordinarias que ha cultivado la humanidad.
Es inútil sacar a relucir estudios acreditados, eruditos de reconocido prestigio, o el tan difícil uso de la razón. Para quien sufre de falta de medios para alimentarse culturalmente, es imposible discernir entre la verdad y la mentira.
Y no es que se trate de una falta de medios materiales cuando precisamente hoy día sobreabundan; es que se trata de una falta de medios espirituales, que no son otros que aquellos que empujan al ser humano a conocer y saber más, por cierto, uno de los principios fundamentales de la cultura española.
Indigencia arraigada en la vetusta y decimonónica casta política, que pese a tener la renovada faz del color nazareno, y por mucho que sus líderes manifiestan haber pasado por la universidad, la universidad no ha pasado por ellos. Algo fácil de entender cuando en ningún momento el título universitario, mucho menos el ejercicio de la docencia, son garantía de sabiduría.
Siempre se ha hablado de una supuesta intelectualidad de izquierda, confundiendo la bohemia con la generación de bienes culturales, y esto ha elaborado una corriente de opinión de lo políticamente correcto, y lo que es peor, una corriente de exclusión al que no es participe del pensamiento único y gris, la “progresía”.
Tachar al colonialismo español de genocidio, es algo muy de moda, incluso las posturas cobardemente equidistantes que intentan hacer un falso acto de justicia colocando en una balanza, por un lado el terrorífico imaginario que los sectarios dibujan con la espada, y en el otro la entrega de la cultura hispana. Pero la moda no es verdad, y además en este caso hace daño, a quienes la siguen, a quienes no la siguen, y a quienes se sienten ofendidos por ello.
España colonizó y lo hizo como nunca se había hecho hasta entonces. La espada que se utilizó era la propia de los nativos, fue Isabel la Católica la primera Jefe de Estado que promulgó leyes contra la esclavitud, y los abusos que existieron fueron denunciados por la Iglesia, y sus culpables juzgados y condenados.
La colonización no estuvo exenta de malos actos que fueron un ínfimo precio a pagar por introducir a tribus que todavía jugaban a una especie de baloncesto con las cabezas de sus enemigos, a un nuevo mundo en el que ya existían escuelas de cirugía, se estudiaba filosofía en universidades, y la Administración Pública era una gran aproximación a lo que hoy entendemos por un Estado de derecho.
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