Ceuta siempre se ha sentido profundamente preocupada por su imagen. Los ceutíes hemos sido conscientes de que el concepto de Ceuta que prendiera en el imaginario colectivo de España escribiría nuestro futuro. Porque será el afecto y el cariño de nuestros compatriotas hacia nuestra tierra el que informe en última instancia las decisiones políticas trascendentales. Durante mucho tiempo hemos luchado por fortalecer la idea de una Ceuta honrada, trabajadora, solidaria, patriótica y comprometida.
Un digno trozo de España del que sentirse plenamente orgulloso. Y esto ha sido así porque sabemos perfectamente que existe otra forma de entender Ceuta que, desgraciadamente, está presente y latente, y se propaga a gran velocidad haciendo un daño tremendo. La imagen de Ceuta se ha visto perjudicada tradicionalmente por dos motivos. Uno. La condición de Ciudad fronteriza y el carácter de puerto franco, han unido secularmente Ceuta al término contrabando.
Es inevitable. En Ceuta siempre se ha practicado el contrabando (de diverso tipo). Pero hacíamos un esfuerzo ímprobo para disociar ese tipo de actividades punibles de nuestras señas de identidad (una cosa es que en Ceuta, por razones obvias, haya gente que viva del contrabando, y otra muy diferente que “Ceuta sea una Ciudad de contrabandistas”).
Dos. Nuestro régimen económico y fiscal especial es percibido por mucho españoles como un privilegio injusto que atenta de forma inaceptable al principio de igualdad. Para quienes no conocen la realidad de Ceuta (y se cuentan por millones), pagar la mitad de impuestos o cobrar el plus de residencia, no encuentra una explicación suficiente ni convincente.
Por eso nos afanábamos en combatir la imagen de una “Ceuta de funcionarios privilegiados” intentando demostrar que estas medidas son mecanismos de compensación de desigualdades estructurales objetivamente justificables. Más recientemente, se han añadido factores de distorsión de la imagen de nuevo cuño, en especial los derivaos del fenómeno poliédrico generado en la frontera (desde las concertinas a las avalanchas, pasando por el porteo). El amor a Ceuta nos llevaba a estar permanentemente en guardia.
Prestos y dispuestos a repeler cualquier daño que se infligiera a nuestra imagen desde la convicción de que eran agresiones intolerables hacia nuestra propia razón de ser. Cuando nos sentíamos atacados, abandonábamos las diferencias, nos uníamos como hermanos, y respondíamos.
Teníamos miedo (lógico) de que al final terminara por imponerse en la opinión española la imagen de la “Ceuta mala”. ¿Quién querría mantener un foco de contrabando, tremendamente costoso para todos y fuente de permanentes conflictos internacionales? El vértigo ante la respuesta no espoleaba.
La condición de Ciudad fronteriza y el carácter de puerto franco, han unido secularmente Ceuta al término contrabando. Es inevitable
Pero ya no es así. Desde hace algún tiempo sostengo que el precio más caro que ha pagado el pueblo de Ceuta por depositar la hegemonía política en el PP es el exterminio del sentimiento de ceutí. Ha llevado a la mayor parte de la ciudadanía a la conclusión de que no podemos cambiar nuestro destino. Sólo nos queda administrar los estertores.
Las autoridades monetarias españolas han cursado instrucciones a las entidades financieras que operan en Ceuta para que no acepten ingresos (de empresas locales) de billetes superiores a cincuenta euros. Una aberración en sentido estricto.
Es una forma de decir “todas las empresas de Ceuta son sospechosas de blanquear capitales” (es como prohibir que los vehículos de Ceuta pudieran cruzar el estrecho para combatir el tráfico de droga). Analicemos por un instante la magnitud de la ignominia. La banca, probablemente el sector más influyente de nuestro país, ha dictaminado que Ceuta es sospechosa de blanqueo de capitales.
No que aquí existan personas (como en todas partes) que practican este delito y a los que habría que perseguir con el mayor celo posible siguiendo los procedimientos establecidos al efecto; sino que el mero hecho de “ser de Ceuta” te convierte en sospechoso.
Estremecedor. Pero más descorazonador ha sido la respuesta de nuestro Gobierno, el que nos representa a todos y defiende (o debería defender) los intereses de Ceuta: “no podemos entrar ni salir, son entidades privadas y pueden actuar como quieran”. Portentoso. Una respuesta de este calibre solo es concebible en quien ya lo ha dado todo por perdido. La imagen, también.