Cada instante de la vida - la de cualquiera - nos presenta algo nuevo, algo a lo que no siempre se le presta la atención debida pero que, de alguna forma, deja una señal en nuestro ánimo.
Puede que pase bastante tiempo, a veces casi la vida entera, para que vuelva a nuestra mente y a nuestro corazón aquello que, en realidad, fue una llamada a nuestro ser. Es en ese momento de recuerdo cuando se hacen unas reflexiones que nunca se hicieron y ahora cobran no sólo actualidad sino importancia y hasta vitalidad. Cada día somos distintos, aunque mantengamos un cierto bagaje del pasado y por el que se nos suele conocer. Es la capacidad que toda persona tiene de ir amoldando su conducta a lo que conoce a lo largo del tiempo; a veces de forma acelerada otras pausadamente y hasta podría decirse que formando parte de una cadena de conocimientos y de sensaciones de un todo, amplio y profundo. El ser humano necesita esa cadencia en el proceso de su formación interior y no pocas veces se dice, a sí mismo, que debe reflexionar más profundamente algunas cosas. No importa el cuando y el cómo; en cualquier lugar y a cualquier hora se tiene la oportunidad de nuestra sensibilidad capte algunas particularidades del ambiente que lo rodea. Cada persona recibirá unas determinadas sensaciones que no tiene por qué ser recogidas por otras personas. No debemos olvidar que cada persona tiene su propia forma de percibir lo que nos rodea. La gran aventura de la vida es algo personal aunque reciba no pocas enseñanzas de la vida misma y de aquellas personas que nos quieren de verdad y nos muestran las dificultades del camino que seguimos. Ayer, Domingo, salí de casa, por la mañana, con tres de mis hijos y un nieto. Dos de ellos conocían un pequeño lugar donde se podía tomar, entre otras cosas, un buen pescado frito. Llegamos allí y ya estaba todo lleno excepto la mesa que se había reservado para nosotros,. Dos cosas me llamaron la atencíón, nada más entrar: mucha gente joven alrededor de esas mesas altas propias para que ocupen poco espacio y, algo más allá una mesa normal ocupada por un matrimonio de edad bastante avanzada. La cadena de la vida, jóvenes y ancianos, estaba allí. El pescado que nos sirvieron, excelente y yo disfrutaba pensando que todos, allí, vivían un rato de la aventura de sus vidas. Parecían felices y más que cualquiera el matrimonio anciano al que antes me he referido. Llegó un momento en que ese matrimonio se dispuso a abandonar el local. Él con un bastón en una mano ayudaba a su mujer con la que tenía libre mientras ella se apoyaba en un carrito para poder caminar. ¡Qué maravilla de vida la de esas personas! Toda su vida juntos y en la ancianidad saliendo a tomar pescado frito como parte de la gran aventura de su vida.