No es otro el destino de estas palabras que despertar la conciencia sobre esa realidad que es la salud mental, y partiendo de la visión, o territorio conceptual, que predomina en la colectividad.
Aquí, entiendo por conciencia la máxima expresión del ser, el juez que decide nuestra identidad, el sentido que elige nuestro camino, la luz que ilumina nuestra circunstancia. Cuantos más elementos de juicio tengamos mayor será la calidad de nuestros actos, y mayor será la proyección de la condición humana.
Partimos de la base. El primer aspecto, o elemento de juicio, que hay que hay que diferenciar, y sobre el que hay que llamar la atención, es que solo evocamos la salud mental cuando se manifiesta como problema, cuando su deterioro dificulta el desenvolvimiento en sociedad de la persona afectada.
Es común el entendimiento que la persona con rasgos de afectación acuda a la Unidad de Salud Mental para recibir tratamiento. Sin embargo, en riguroso lenguaje, debería llamarse “Unidad de recuperación de la salud mental”, ya que en la práctica no existe una cultura de la prevención, y nadie acude al psiquiatra para comprobar si su constante de salud mental discurre con normalidad.
Es quizá el principal vacío de la práctica social: reducir la salud mental a un problema sanitario que hay que solucionar, y no otorgarle la dimensión de cuidado. Sirva de contraste lo que sí ocurre con la noción de cuidado cuando el órgano es el pulmón, el corazón, o el páncreas.
¿Y por qué es tan importante la conciencia de cuidado de la salud mental en cuanto a fuente de bienestar? Pues por dos ventajas fundamentales.
En primer lugar, si se introdujese la idea de prevención, se podría intervenir de forma temprana, cuando aflora alguna señal de alarma, y facilitando sobremanera el proceso de recuperación.
Con síntomas leves, la mayoría de los casos son reconducibles en primera instancia. Por el contrario, si esperamos a que se desate una crisis, el problema se agudiza, se hace muy difícil romper el círculo de la afectación, y corremos el riesgo de cronificar los cuidados.
El segundo beneficio que habría en un entorno de conciencia colectiva sería el de romper el silencio, el de darle normalidad a los problemas de salud mental; acaso la barrera más alta.
La mejor forma de vencer el estigma, los prejuicios, o los mitos infundados, es la de establecer un vínculo de comunicación entre la persona que sufre el problema y su entorno social.
Sería un avance que nos acostumbráramos a exteriorizar nuestras emociones y sentimientos, y comprobar si todo va bien en el interior de aquellos que nos rodean. Al revés, en un ambiente de ocultamiento de la realidad, por miedo al rechazo, la persona tiende al aislamiento, presenta un complejo de culpa que lo aboca al sufrimiento, y su autoestima mermada le hace caer en la desesperanza (lo peor). No hay evolución.
Cabe decir aquí, que después de veinticinco años, nadie me ha parado por la calle a preguntarme qué tal va la esquizofrenia. Y esto que parece antipático traería muchísima enseñanza, y si lo proyectamos a la práctica social como algo habitual, tendríamos los elementos de juicio necesarios para interactuar en conciencia.
Rompamos el silencio. En puridad, la salud mental es el principal condicionante del bienestar, y más allá de la propia felicidad. No es posible la plenitud del ser humano en ausencia de salud mental.