El año 711 unos 50.000 árabes y bereberes mandados por Muza embarcaron en Ceuta y cruzaron el Estrecho de Gibraltar para invadir España. La gran mayoría eran bereberes naturales de las montañas del Atlas y del Rif del actual Marruecos, mandados por varios cientos de árabes procedentes de Siria, de los que el siglo VII anterior también habían invadido todo el Norte de África.
Refiere la leyenda que a Muza y su ejército invasor les permitió pasar el Estrecho por Ceuta el conde Don Julián, actuando en connivencia buscada de propósito con los invasores, en represalia por la traición que el rey visigodo Don Rodrigo había perpetrado antes contra el conde ceutí haciendo objeto de sus deseos lascivos y lujuriosos a su guapísima hija Florinda, enviada por Don Julián al rey para que fuera formada en la corte real y recibiera una “esmerada educación”.
Don Rodrigo salió con su ejército al encuentro de Muza, siendo derrotado por éste en la batalla del Río Guadalete. Tras su victoria, los árabes avanzaron ya sin obstáculo hacia el norte por Sevilla hasta Mérida por la llamada Ruta de la Plata. Sólo encontraron leve resistencia en Fuente de Cantos, a poco de haber entrado en Extremadura. Pero donde encontraron una resistencia férrea fue en Mérida, que se defendió tenazmente frenando el virulento ataque que los africanos le lanzaron. Conquistada la ciudad, Muza apresó a la esposa de rey Rodrigo, llamada Egilona, y esta buena mujer terminó como botín de guerra de Muza, imponiéndole por la fuerza el “derecho de pernada”, a modo de “lobo solitario”, o “macho alfa”, actuando fuera de la “manada”.
Llama la atención que en el laberinto de la invasión árabe se cometieran hasta cuatro traiciones: 1ª. La del rey Rodrigo a su amigo el conde Julián por el contubernio que mantuvo con su hija, la bellísima Florinda. 2ª. La del conde contra Ceuta y España, al dejar pasar a los invasores cuando precisamente él estaba obligado a impedir que pasaran. 3ª. La del rey Rodrigo a su esposa Egilona, por las reales carantoñas con que mimaba a la bella Florinda. Y 4ª. La de Muza a Don Rodrigo, al abusar de su esposa Egilona. El resultado final no pudo ser más favorable para Muza: ganó todas las bazas posibles en la partida de tan belicosa invasión.
Mérida había sido la Emérita Augusta romana, capital de Lusitania, tan grande y esplendorosa que fue llamada la Segunda Roma. Tuvo reconocido el derecho imperial que se aplicaba a los romanos, más extenso y libre de impuestos, frente al derecho senatorial dado a las colonias que era más limitado y obligaba a pagar tributos. Fue una de las tres primeras Archidiócesis eclesiásticas de Hispania: Emérita Augusta, para Lusitania; Hispalis (Sevilla), para la Bética y la Tarraconensis, para Cataluña. También fue algún tiempo primera capital de la España visigoda. Actualmente, Mérida es capital de Extremadura y Ciudad Patrimonio de la Humanidad, contando con un rico patrimonio histórico, cultural, arquitectónico y monumental de varias culturas.
Cuando Muza llegó a Mérida, se puso a contemplarla desde fuera en el cercano cerro de Calamonte. Y, nada más verla, exclamóo asombrado: “Parece que todos los hombres han reunido su arte y su poderío para engrandecer esta ciudad. ¡Venturoso el que logre rendirla!”. Ávido de tenerla cuanto antes en su poder, le lanzó un fortísimo ataque. Pero los emeritenses opusieron tan tenaz resistencia que catorce meses después todavía no se habían rendido. Los invasores no fueron capaces de ganar el Puente Romano para salvar el río Guadiana y poder entrar en Mérida, viéndose obligados a pactar con los emeritenses, que en eso fueron más ingenuos que valientes. Muza les prometió que respetaría sus vidas y haciendas; promesa que incumplió nada más franquearles el paso el 30 de junio del año 713, destruyendo Mérida saqueando todos sus tesoros y gran parte de sus monumentos construidos con los mejores mármoles llevados de Oriente.
Refiere el geógrafo árabe Hisamm B. Abd al-Aziz, que un general árabe le comentó sobre Mérida: “Yo tenía gran deseo de mármoles para adornar las construcciones nuevas que mandaba edificar, y realicé un viaje a Mérida después de que fuera destruida, y hallé bloques de mármol y piedras de gran belleza. Hice levantar y llevar los que yo pensaba que agradarían a mi padre (...) Un día encontré una piedra luminosa empotrada en una pared (…) Tenía grabada una inscripción que, traducida, era un acta que concedía el derecho de saquear libremente a las agentes de Jerusalén que construyera quince codos de la muralla”. Ello prueba que muchos tesoros de gran valor que Mérida entonces tenía habían sido traídos de Jerusalén cuando Nabucodonosor destruyó su templo el año 587 a.C. También el escritor árabe Al-Razi, dijo: “Mérida es muy reputada en todas partes. Ninguna persona podría describir completamente sus maravillas”.
Asimismo, el historiador árabe Ibn Jaldun, escribió: “La población de estas comarcas se compone de beréberes ((Amazigh), pueblo organizado en tribus las cuales cada una es animada por un fuerte espíritu de solidaridad tribal, pero sin resultado alguno, optando por repetidas insurrecciones y de apostasía; a cada momento se levantan en armas, sin dejarse contener por los rigurosos mandatos”. Como se sabe, los bereberes no son árabes, sino antiguos aborígenes del actual Marruecos; aunque eran mandados por los árabes. Tras la ocupación de Extremadura, el territorio se lo repartieron quedándose la minoría árabe las tierras más fértiles y dejando las menos productivas a la mayoría bereber.
Organizaron el territorio extremeño en “Hahida”, región. “Qora”, provincia o ciudad importante mandada por un walí o gobernador. “Iqlim”, comarca o ciudad. “Alquería” o pueblo, mandado por un Qaid o alcalde. Y “Al-daira” o aldea. Se movían con gran fluidez por toda Extremadura en busca de tierras más feraces; de manera que en un mismo lugar coincidían variedad de ellas. Como ejemplo, desde que llegaron el año 712 hasta el siglo X, se cuentan las siguientes tribus y lugares que ocuparon, aunque éstos eran cambiantes:
En Alange (próximo a Mérida), tribus: Kutama y MaSmuda. En Azuaga: Zuwwaga y Zanata. En Badajoz: Zanata y Miknasa. En Coria: MaSmuda, Nafza y Miknasa. En Fuente de Cantos: Zanata. Maguilla o Magila. En Medellín: Hawwara, MaSmuda y Sadfra. Miknasa. En Mérida: MaSmuda, Hawwara, Kutama y Miknasa. Umm Yacfar: Nafza. En Trujillo: Nafza y Miknasa. Las tribus más pobladas fueron Nafza, Miknasa, Hawwara y MaSmuda. Luego había denominaciones diversas aplicadas a los cristianos y a los musulmanes, según la situación que vivieron. “Mozárabes”: Cristianos que vivían con los árabes en tierras que éstos dominaban. “Muladíes”: Cristianos que se convirtieron al Islam tras la invasión. “Mudéjares”: Musulmanes que permanecieron en territorio ocupado por cristianos durante la Reconquista. Y “Moriscos”: Musulmanes que continuaron en España tras haber terminado la Reconquista. Sólo en Hornachos (Badajoz) hubo más de 3000. De 1086 a 1142, invadieron Extremadura los almorávides, y de 1147 a 1212, los almohades.
Los bereberes eran muy belicosos y valientes guerreros. Tenían la tendencia general a sublevarse contra el poder de los emires que fundaron el Califato de Córdoba tras haberse éste independizado del de Damasco. En Extremadura, los dos principales focos de rebelión estuvieron en Mérida y Badajoz. Durante los 517 años después de la invasión que tardaron los cristianos en reconquistar Mérida el año 1230, el territorio extremeño fue declarado de “frontera”, cuyos límites estuvieron mucho tiempo en los ríos Duero y Guadiana; de manera que ambos ríos sirvieron a árabes y cristianos de límites que basculaban entre sus orillas norte o sur, según los fueran ganando o perdiendo, sucesivamente, árabes o cristianos en numerosas ocasiones.
De tan dilatada lucha de árabes y cristianos por dominar el Guadiana y el Duero, nació el nombre de Extremadura. Hay dos teorías sobre el origen del topónimo regional. La primera, que nació de la composición de dos palabras: “extrema” y “dura”, atribuyéndolas a lo “extremado” y “duro” que allí es el clima durante inviernos y veranos. La segunda, más cierta, porque la mayoría de de historiadores coinciden en señalar que el nombre de Extremadura trae causa del hecho de que los cristianos reconquistadores llamaban “extremos” al territorio más avanzado que iban ganando a los árabes de norte a sur. Y como aquellos extremos o frontera duraron casi seis siglos, cuando llegaron al río Duero, a esa parte de frontera llamaron Extrema Durii (extremos próximos al Duero), que luego, por deformación de su uso, transformaron en “Extremadura”. Oficialmente, se le denominó así en las primeras Cortes de Burgos del año 1301.
Para poder guarnecerse y defenderse mejor contra los cristianos, los bereberes construyeron las Alcazabas (Kasbah) que mandaron edificar, sucesivamente, los emires del Califato de Córdoba (Abderramán I, II y III, Alhakén I y II, más Almanzor, este último el más aguerrido general árabe que ganó hasta 52 batallas a los cristianos, hasta que éstos lo derrotaron definitivamente en la de Calatañazor (Soria). Estas Alcazabas eran grandes fortalezas edificadas en puntos estratégicos y normalmente amurallados, donde residía el walí, o gobernador nombrado por los emires de la Córdoba califal. Eran una especie de ciudadela fortificada, con un fuerte dispositivo militar con la finalidad de servirles de protección personal, defender el territorio, controlar las sublevaciones y asegurar el orden público.
En Mérida fue erigida por Abderramán II la primera Alcazaba de España el año 835, a orillas del Guadiana. En viejo edificio está la actualidad sede del gobierno autonómico extremeño, conocido como Conventual Santiaguista, porque cuando en 1230 Mérida fue reconquistada por el rey Alfonso IX de León y entregada a la Orden de Santiago, fue residencia de los Maestres de dicha Orden. La segunda Alcazaba extremeña fue la de Badajoz, que es la más grande de toda Europa. El primero en ocuparla como rey de Taifa fue Ibn Marwan, un muladí nacido en Mérida, que tuvo que huir de ella para fundar luego Badajoz (Batalyos, en árabe), al que hizo independiente del Califato autoproclamándose su primer rey de Taifa el año 875, hasta que el año 930 Abderramán III lo sometió. Pero en 1032 Badajoz volvió a ser independiente con los aftasíes.
Los árabes también construyeron numerosas fortificaciones, torres vigías y atalayas, en sitios altos desde los que poder vigilar los movimientos y ataques cristianos. En mi querido pueblo, Mirandilla, construyeron una torre denominada “Atalaya”, ya derruida y de la que apenas quedan vestigios, que estuvo en la sierra del pueblo, en el lugar conocido por El Puerto, o especie de desfiladero entre las sierras del pueblo y la llamada “Del Moro”, en la que había una huerta y un naranjal que cultivaron primero los romanos, después los visigodos y también los árabes. En la huerta todavía quedan restos romanos y una vieja noria árabe, cuyo sistema de extracción de agua de pozos introdujeron los bereberes, que eran muy aficionados a la agricultura, a la producción de cereales, hortalizas y frutas. Hubo también ciudades-fortaleza árabes, como Cáceres, Coria, Alcántara, Azuaga, Reina, Usagre, etc.
La cultura árabe nos legó numerosísimas palabras del mismo origen que después quedaron incorporadas al idioma castellano. Por sólo citar algunas: albarda, atalaya, zaga, zagal, acequia, alberca, tahona, maquila, almazara, adelfa, alhelí, jara, retama, taza, badana, jarras, almirez, zaguán, alcoba, zahúrda; alcahuete, desván; formas de saludo como adiós, condiós, vaya condiós, buenos días nosdédiós. También nos legaron el gusto por las fuentes, norias, macetas, patios de las casas, y otros muchos vestigios, como nuestra preferencia por la agricultura y el comercio.
Fueron aquéllos 781 años de vida en común, desde el 711 al 1492, con mayor o menor intensidad, que no cabe duda dejaron una huella indeleble muy marcada tanto a árabes como a cristianos. Y pienso que, tan dilatado pasado común, prolongado luego con la conservación por ambas partes de tales expresiones, usos, costumbres y tradiciones, con sólo extraer por ambas partes los aspectos positivos de tan prolongada convivencia, pues es seguro que redundaría en bien de la empatía, amistad y buenas relaciones de los unos con los otros, que siempre resultarían muy fructíferas para Marruecos y España.
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