La masiva difusión de vídeos de todo tipo a través de redes sociales, muchos de ellos con una antigüedad reconocida pero todos teniendo en común la excesiva carga de violencia, no persigue más que alimentar el miedo entre la ciudadanía. Se está ante un interés manifiesto por dibujar Ceuta como una ciudad completamente perdida, sin control. Se está ante ese mismo interés en el ‘envío’ de menores a provocar quemas de contenedores. Al margen de las investigaciones de la Policía para saber lo principal: quiénes son los responsables del crimen de Ibrahim con las pruebas suficientes como para que jueces y fiscales puedan actuar con la contundencia debida, debería investigarse quién o quiénes están detrás de esa extensión del clima psicológico de inseguridad con envíos masivos de vídeos antiguos, de peleas con katanas, de agresiones y de mensajes que no casan con la realidad. Ese alimento psicológico del miedo en un momento como el que estamos viviendo es peligrosísimo y, como tal, debería tener su propio castigo. Y esto es así porque puede provocar otros males mayores entre quienes, confundidos, den veracidad a contenidos que no son actuales. Tan nefasto es enviar este tipo de contenidos como colaborar en que se hagan virales.
Ceuta, ciudad pequeña dada a este tipo de manipulaciones, puede sufrir un daño irreparable de no cortarse este tipo de prácticas.
Los actos de vandalismo que estamos viendo en las últimas jornadas no generan más que un intento de distracción a las fuerzas de seguridad que solo buscan aclarar qué pudo suceder en la noche del pasado Viernes Santo cuando un disparo en la cabeza terminó, horas después, con la vida de un adolescente. Ese es el objetivo principal, bien alejado de los intentos por despistar, de las intoxicaciones masivas o incluso de las difusiones de vídeos con un contenido atentatorio contra la intimidad de quien ya no está en este mundo.
La Policía pide confianza en su trabajo, hay que dársela. Pero de igual forma debe saber reconducir su manera de estar más cerca de las barriadas, de su gente y de los problemas más allá de controles ‘vendidos’ mediáticamente cuando, al final, tenemos a unas bandas armadas cuyos dirigentes, como buenos cobardes, usan a niños.