Frontera e Inmigración

“Tenemos miedo a la deportación”

Sábado en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) en el Jaral. Los residentes dedican la jornada a lavar sus ropas, a jugar al fútbol o a escuchar música con sus compañeros, mientras otros prefieren aislarse, rezar, comer o estar más tranquilos.

Pero no es un fin de semana cualquiera: hace 24 horas este punto era un hervidero de emociones, de exaltación por haber logrado entrar a España, de quejas por quitarse las irritaciones que algunos presentaban en los ojos tras haber sido rociados con gas pimienta, de gritos de victoria. La explanada frente al centro de estancia temporal, que el viernes estaba llena de gente y custodiada por la Policía, este sábado solo era un espacio vacío con contenedores de basura y varios dibujos hechos en las paredes donde se puede leer ‘boza free’.

Gran parte de los 155 subsaharianos se encuentra en el CETI a la espera de rellenar los documentos de identificación y proceder a sus solicitudes de asilo. Los residentes más veteranos han tenido tiempo de conocer a sus nuevos compañeros, algunos de ellos compatriotas de Guinea Conakry, de donde procede la mayoría.

“Son jóvenes, de 20 a 25 años”, comenta Ibrahim, un guineano que lleva un par de meses en el centro y que hace de interlocutor de algunos residentes que prefieren no hablar. “Muchos de ellos tiene heridas en los brazos y en los pies, alguno tuvo que ir al hospital pero en general están todos sanos y tranquilos”. Ante la pregunta de cómo están los ánimos, responde que “entre nosotros hay buen ambiente y respeto”, pero añade que los recién llegados comparten con él que “tienen miedo a la deportación”. “Están contentos aquí y ninguno quiere volver de donde viene. Yo llevo ya dos meses y estoy calmado, pero ellos no saben qué pasará en estos días”.

Boza, el grito que supone la libertad de los inmigrantes.

Este miedo es el principal contraste con la alegría y la exaltación del viernes. El Gobierno aún no ha dado instrucciones sobre qué hacer con ellos, por lo que el protocolo establecido debe seguir su curso: afiliación e identificación ante la Policía Nacional, comenzar a tramitar las solicitudes de asilo y esperar en un CETI que hace tiempo que no ve salidas numerosas a la Península.

Fuera del centro, subiendo hacia el Jaral, dos inmigrantes llegan de hacer unas compras. Traen ropa y provisiones de comida cargadas en una bolsa de basura que llevan a cuestas. Miran el periódico El Faro para buscarse en él y ver cómo cuenta la prensa local su entrada en Ceuta. No logran reconocerse en las fotos pero ven a algunos amigos suyos. “Nosotros conseguimos entrar pero otros se quedaron en Marruecos”, indica uno de ellos señalando las fotos de portada de este diario en las que se ven a dos jóvenes subidos a la valla rezando y la Guardia Civil llevándose a otro de vuelta al país vecino.

Cerca de la playa del Trampolín otro grupo numeroso carga con bolsas de compras. Esta vez vienen también de la Jefatura Superior de Policía de rellenar sus fichas de identificación. También se detienen ante las fotografías del viernes, pero esta vez sí se reconocen y se emocionan. “¡Mira, soy yo y aquí estás tú!”, exclama uno de ellos a otro compañero, reconocibles a simple vista por sus adornos que cuelgan del pelo.


“Estamos bien, venimos de la Policía de rellenar unos papeles”, explica Barry, guineano que logró entrar, según indica con gestos, “sin saltar, por la puerta”. Su compañero, que presenta una gasa en la cabeza, dice que pese a ese golpe se siente “sano”.

Pasan unos minutos viendo las diferentes páginas del periódico, asumiendo cómo se ve desde un medio occidental su situación límite. No explican cómo ocurrió todo, cómo se tomaron las decisiones ni por qué se enfrentaron a los mehanis o a la Guardia Civil. Solo quieren ir asimilando que están a salvo de su pasado, que pueden vivir en tranquilidad durante unos días, hasta que el Gobierno decida tramitar sus peticiones de asilo o, por el contrario, devolverlos a Marruecos. Son chavales amistosos, que dicen a todo el que les saluda un “hola, amigo”, francoparlantes en su mayoría y que viven (y vivirán durante unos días) en tensión entre la paz del CETI y la incertidumbre de su destino.

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