Se ha conocido en estos días que a más dos mil mujeres en Andalucía no se les ha informado del resultado de su prueba de detección precoz de cáncer de mama durante más de dos años, pese a que los resultados eran dudosos. Una negligencia grave del Sistema Andaluz de Salud, que puede costar vidas. No se sabe si el problema es solo con este número de mujeres. Tampoco si se circunscribe a este tipo de cribado, o también hay que investigar otras tipologías.
En un magnífico y documentado artículo de opinión publicado el 8 de octubre en el Independiente de Granada, firmado por el que fuera Viceconsejero de Salud en el último Gobierno socialista de Andalucía, además de Gerente de la Escuela Andaluza de Salud Pública, se explica el proceso de transición del ejemplar programa de cribado de cáncer de mama, desde la excelencia al caos, por un fallo sistémico provocado por el actual Sistema Sanitario de Moreno Bonilla. Al mismo me remito.
Voy a destacar algunos aspectos. El primero, que dicho programa se puso en marcha en 1995, siendo extendido progresivamente hasta alcanzar la cobertura total en 2004. También que su gestión se realizó con rigor técnico por un sistema informático de la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) hasta 2023. No han fallado los radiólogos. Ni el sistema informático. “Se ha roto la gestión: la trama humana que aseguraba que el resultado dudoso se transformara en una llamada, una cita, una prueba adicional, una decisión clínica a tiempo, una vida salvada”. Como nos dice Martín Blanco, hasta hace poco el tejido organizativo existía. En distritos y hospitales había equipos que supervisaban resultados, coordinaban seguimientos, analizaban casos y daban la voz de alarma. Hasta 2022 era la propia Escuela la que evaluaba y actualizaba el programa. No se ha desplomado el diseño de 1995, sino la arquitectura de gestión que ha decidido el actual Gobierno andaluz.
El texto que ordena todo el circuito es el denominado PAI (Proceso Asistencial Integrado). La eficacia del PAI de Cáncer de mama en Andalucía, fue analizado en un trabajo de investigación, en el que tuve el honor de participar, junto a la doctora Mª José Sánchez, responsable del Registro de Cáncer de Granada, el profesor y estadístico de la Universidad Complutense, César Pérez y al autor de este artículo, Martín Blanco.
Nuestro objetivo era evaluar si la decisión de adherirse o no al PAI-CM, había influido en la supervivencia de las mujeres, residentes en Granada y diagnosticadas por primera vez de cáncer de mama en el año 2011. La población de estudio fueron unas 400.000 mujeres. Se incluyeron como variables independientes la fecha de diagnóstico, tipo histológico, base del diagnóstico, estadio en el diagnóstico, procedimientos diagnósticos y terapéuticos, además de los índices de morbilidad de Charlson. La variable dependiente era el tiempo de supervivencia desde el diagnóstico.
Los resultados fueron muy significativos. La adhesión o no al programa era efectiva en términos de supervivencia. Los días de supervivencia media ganada por las pacientes adheridas al PAI fue de 106 días en una primera estimación. Esta supervivencia subía a 352 días, si la detección precoz permitía una intervención temprana en un plazo de 40 días.
En aquellas fechas asistí a mi madre en sus últimos días de vida. Padecía un cáncer de mama. Lo que ocurrió lo dejé escrito en un artículo titulado “El rostro del dolor”. Todo comenzó con un pequeño bultito en la axila, que cada vez se hizo más grande y doloroso. Lo ideal hubiera sido tratarlo cuando apareció, como aconsejaban todos los protocolos. Esto habría evitado las duras sesiones de quimioterapia y sus peligrosos efectos secundarios. Pero ella no informó a nadie y se negó a acudir a los especialistas, hasta el último momento. Intuía que con el tratamiento que le darían, se le caería el pelo. ¡No quería!.
Según el registro de cáncer de Granada, la supervivencia relativa a cinco años para el total del cáncer, excepto piel no melanoma, fue del 49% en hombres y 59,4% en mujeres. Por especialidades, en el de próstata fue del 84,5%, vejiga urinaria del 68,5%, cáncer de mama, del 85,5%, cuerpo de útero del 76,1%, testículo o tiroides del 90% y esófago o páncreas del 10%. Estos datos, impensables hace unos años, eran debidos a las mejoras en las últimas décadas de las técnicas diagnósticas, así como de los métodos terapéuticos, junto con las actuaciones orientadas a impulsar la difusión de una estrategia de promoción de la salud y prevención primaria.
Como nos dice Martín Blanco en su artículo “…Hay que recomponer los equipos de gestión clínica y de seguimiento en distritos y hospitales; abrir una auditoría independiente que mida el alcance del fallo y el estado real del programa; fijar un calendario público y verificable para revisar las mamografías afectadas y comunicar personalmente a cada mujer; y devolver a la EASP su papel en la planificación, y actualización y, por qué no, evaluación del cribado. No se trata de un debate técnico, sino de una ética de la responsabilidad: a qué le damos valor cuando el tiempo apremia y la vida está en juego”.
No es suficiente con pedir perdón, o cesar a una consejera. Tampoco con indignarse. Hay que reclamar medidas concretas que eviten estos casos en el futuro.
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