Sí, repito… ¡Feliz Navidad a todos!, pero sobre todo… sobre todo a los pobres, es decir a esa gran masa social que tan mal lo está pasando en estos momentos de crisis. ¡Porque la Navidad es para los pobres! ¡Porque es la época de la solidaridad, del reencuentro, de la pena de las ausencias, de cómo compartir lo poco que se tenga… y sobre todo de sueños y risas de los niños! La otra Navidad tantas veces vendida e impuesta, es simplemente Navidad comercial donde se enriquecen unos pocos. Por eso, y solo por eso, la Navidad, que es fiesta de las gentes cristianas, es momento de recuerdos y ayudas a todos y entre todos. ¡Miren… quizás estas Navidades sean un buen momento para recuperar ese espíritu navideño, que tantos añoramos! Porque yo, al menos, así lo recuerdo. Cuando no se ataban los perros con longanizas, la Navidad era magia para nosotros. Y así, recuerdo cómo junto a mis hermanos espiábamos a mi padre que de noche nos hacia los juguetes de madera. Espadas, fuertes de vaqueros e indios que él mismo pintaba a mano, coches de madera e incluso patinetes con rodamientos desechados. Juguetes que dejaban junto a nuestros zapatos limpios el día de Reyes. Y con ello, dejando que nuestra imaginación nos acompañase creábamos nuevos mundos de ingenio y felicidad. Y todo ello lo compartíamos entre todos los demás niños de la escalera y del barrio, y ellos compartían los suyos con nosotros. ¡Porque la Navidad era para compartir!
Sin embargo… ¡Ahora, solo hay juguetes, cada vez más caros, donde todo está hecho y que solo exigen un manejo más o menos dirigido por un empresario perteneciente a un mundo formidable de consumo y beneficio! Mas… ¿es un arte social este del comercio vendible y consumible sin dulzura alguna? ¿Dónde quedan los sueños de ilusión de los niños? Y también me embargan los recuerdos de la cena de Nochebuena, cuando esperábamos comer un primer plato exquisito para nosotros, que consistía…fíjense, qué simpleza... ¡En una coliflor cocida! Que nosotros los niños llamábamos arbolitos blancos de navidad y nos pegábamos por coger el árbol más grande. Luego había otras cosas, nada caras y por fin los dulces. ¡Y éramos felices con casi cualquier cosa! Sé que son caminos antiguos los que marcan mis recuerdos, pero... ¡tan difícil es asfaltarlos de nuevo para nuestros hijos y nietos!
Pero, esos eran otros tiempos, luego llegó ese estado llamado del bienestar y todo se hacia conforme al dinero disponible. ¡Y se disparó lo que conocemos como sistema financiero! Que simplemente no es más que codicia insaciable de beneficios. Y los estados entraron en quiebra por deudas imposibles de pagar que solo repercuten en los ciudadanos.
Por ello, ahora, con la crisis financiera, el desempleo y la pobreza son los nuevos jinetes del Apocalipsis que nos azotan. Jinetes apocalípticos que dejan cada día más vidas desmoronadas por la pobreza. Y mientras la miseria aumenta, seguimos escuchando a nuestra casta política como se compadecen de la situación actual. Eso sí, desde su mesa bien surtida, manifestando su solidaridad con aquellos necesitados que no ven y que solo conocen por las estadísticas. Y sobre todo… ¡que no me hablen de patriotismo! Por eso, y a pesar de ello... ¡Feliz Navidad a todos… los pobres! Ya que aunque sea para algunos una arriesgada y atrevida aventura, el espíritu navideño es un buen momento para recuperar muchos de los valores sociales de solidaridad, de convivencia y de caridad tan necesarios. Y creo que esto no es ninguna tontería, ya que cada vez es mayor el grupo de pobres, y esta pobreza en aumento es como la propia tierra, capaz de crear verdaderas montañas nuevas. Se rompería entonces con estas montañas artificiales y con tanta frontera social como la que actualmente se está creando en nuestro… ¿envidiable mundo occidental del bienestar?¡Y ahora, nos suben aún más un bien básico de primera necesidad: la electricidad! ¡Anda ya!