Creo que Emilio Carreira estaba cargado de razón cuando, como portavoz del PP ceutí, planteó la pregunta de qué sería de Ceuta en la hipotética España federal que los socialistas vienen preconizando en su desatinada búsqueda de una fórmula que trate de contentar a los nunca satisfechos nacionalistas catalanes y a su vez, se diferencie de la nación unitaria que consagra nuestra Constitución y que defienden los populares. Que yo sepa, nadie ha salido a aclarar tal cuestión, que dista mucho de ser baladí.
En el Derecho de las naciones, una federación es aquella conjunción que de modo voluntario deciden crear diversos Estados, los cuales acuerdan constituir entre sí una comunidad en la que diversas competencias –por ejemplo Defensa, Asuntos Exteriores, fronteras o algunas otras- son cedidas para ser ejercidas por el Gobierno federal, quedando las demás en poder de las autoridades de cada Estado federado, que mantienen su organización interna.
Nunca olvidaré cierta frase atribuida por Benito Pérez Galdós a uno de sus personajes en el episodio nacional titulado “La Primera República”, cuando, al aludir a la fiebre federal surgida en España durante ese periodo, reflexionaba al respecto, exponiendo su creencia de que para constituir una federación se necesitaban aguja e hilos, nunca tijeras. ¿Por qué federar lo que previamente ya está unido? ¿Por qué separar y desunir para después juntar otra vez, pero de modo más inseguro? Supongo que Galdós, al escribir la idea expresada por aquel personaje, se limitaría a recoger un más que razonable pensamiento en boga, en aquella época, entre los defensores de la España unitaria.
Ahora, desde las filas socialistas, vuelve a surgir el modelo de las tijeras. Recortemos España en pedazos, para luego recoserla con aguja e hilos. Rompamos la Nación única e indivisible, Patria común de todos los españoles, en la que se fundamenta la Constitución, para después volver a reunir los trozos resultantes, en una federación cuyos integrantes incluso podrían salirse libremente de ella, si así lo desearan.
¿Cómo se llegaría a esto? ¿Transformando en Estados lo que ahora son Comunidades Autónomas? ¿Volviendo a los cantones de la Primera República, el más famoso de los cuales fue el de Cartagena? ¿Dónde quedarían, entonces, Ceuta y Melilla? Estas dos ciudades han sido pueblos de las provincias de Cádiz y de Málaga, respectivamente. Después, como Plazas de Soberanía, pasaron a depender del Alto Comisario de España en Marruecos, en su faceta de Gobernador General de tales Plazas. Posteriormente, quedaron como dos ciudades aisladas, directamente vinculadas al Gobierno central. Más tarde, se vieron excluidas de la comunidad andaluza, a la cual pertenecían por afinidad histórica y por la propia idiosincrasia de sus poblaciones, y a la que, por razones obvias, les convenía seguir perteneciendo (basta leer, al respecto, el interesante librito de Francisco Lería, aquel ilustre ceutí, sobre las tristes jornadas vividas en Torremolinos por los entonces parlamentarios de ambas ciudades, cuando se gestó dicha exclusión). Finalmente, han sido dotadas de sendos Estatutos de ciudades con autonomía, que las convierten en más que Ayuntamientos, sin llegar a ser equiparables a las Comunidades al uso.
¿Qué papel les correspondería en un Estado federal? ¿El de Ciudades Estado, como las “polis” de la antigua Grecia, o como las medievales de la Liga Hanseática, de Venecia, de Génova o de Milán? ¿El de Distritos federales, como son, por ejemplo, Washington en USA, la ciudad de México en ese país o Delhi en la India, que pertenecen a la federación sin ser Estados, dependiendo del poder central? ¿Acaso el de pedanías, como irónicamente sugirió Emilio Carreira? ¿Por qué no responden los defensores del Estado federal a la pregunta que les formuló? Mucho me temo que, en su repentino fervor federalista, ni siquiera se han planteado la respuesta. Lo que si resulta claro es que ni a Ceuta ni a Melilla les conviene el uso de las tijeras. Siempre estarán bastante mejor dentro de un Estado unitario, aunque esté integrado por autonomías.