Dos familias, desplazadas por la guerra civil, solicitan asilo en España. Los padres aseguran que el régimen les persigue por su defensa de la paz.
La guerra civil en Siria ha provocado, hasta el momento, seis millones de desplazados y dos millones de refugiados. Dos familias que escaparon de las armas químicas, las masacres y los atentados en este país de Oriente Próximo que atraviesa uno de los capítulos más convulsos de su historia, narran las circunstancias de su salida de Siria. La primera está compuesta por Khaled, su mujer Namat y su hija Khaldie. La segunda, por Ibrahim, su esposa Zainab y sus dos hijas Zizo y Tafida, de tres y seis años.
Zainab entró en la ciudad de forma clandestina con sus pequeñas hace unos días. Era inminente que diera a luz a su tercer vástago y decidió arriesgarse a acceder por vía marítima. Necesitaba una cesárea que en Marruecos nadie le costeaba, pero sabía que en Ceuta le podían ayudar. Éste era su último paso antes de alcanzar Europa tras un año de viaje desde Baniyas, en Tartus. Mientras, su marido seguía en Marruecos.
Khalil nació sano el sábado pasado en el Hospital Universitario, “donde nos trataron muy bien”, puntualizó Zainab. La Policía, que dio de comer a las niñas porque llevaban un día y medio sin ingerir alimento, trasladó a las pequeñas con otra familia siria puesto que no podían permanecer junto a ella en el clínico.
El matrimonio sirio Kheder y Namat, entonces residentes en el CETI, acogieron a las hermanas Zizo y Tafida. Dos amigas para su hija Khaldie, de un año, a quien le gusta mucho los bebés y pronto verá como su madre le dará un hermano al estar embarazada de ocho meses aunque lleva dos sin pasar por revisión. Ellos proceden de Latakia, otra enclave costero.
Días después también llegó de manera irregular Ibrahim, marido de Zainab, que se reunió con sus niñas Zizo, Tafia y el recién nacido Khalil. “Los dos se encuentran bien pero nos han recomendado que continúen unos días en la Enfermería del CETI”, señaló este residente del Jaral al explicar su ausencia en la entrevista.
“Escapamos del hambre y de la guerra civil en nuestro país”, coincidieron Ibrahim y Kheder, aunque cada familia arrastra su propio drama. “Participé en un manifestación pacífica, sin armas, pidiendo libertad y desde entonces nos persiguen”, comentó el primero, pescador y a quien quemaron sus dos embarcaciones. “Tomaron nuestros nombres y el régimen nos busca”, prosiguió Ibrahim, quien evitó mencionar a Bachar al Asad, presidente sirio.
A pesar de que casi 4.000 kilómetros les separan del Gobierno de Damasco, ambas familias temen represalias y rehuyeron de hablar al respecto. Sin embargo, no dudaron en criticar los efectos de la guerra civil en la población. “Hace un año y medio murió mi madre y mi hermano pequeño. Ella estaba cocinando en casa cuando, de repente, un proyectil cayó sobre la vivienda y estalló todo”, recordó Ibrahim.
“Entendemos que España atraviesa una crisis económica; pero para nosotros es una oportunidad”, señalaron antes de añadir que España fue la mejor alternativa porque se sienten atraídos por el país. “Me encantaría asistir a un partido del FC Barcelona”, dijo Khener, quien tiene a la capital catalana como su destino cuando les concedan la protección.
Los adultos de ambas familias han solicitado asilo y confían en que pronto les conceda el estatus de refugiado para regular su situación y conseguir así un empleo con el que mantener a sus familias. “A mí me gustaría tener un barco pesquero como en mi país”, desveló Ibrahim. Sienten urgencia por una necesidad básica: la escolarización de sus hijas. “Queremos que nuestros pequeños vayan al colegio porque han perdido muchas horas de estudio en nuestro viaje de un año por Líbano, Argelia y Marruecos”, indicó Ibrahim. La familia de Kheder abandonó el CETI hace unos días porque consideran que “no es un lugar para tener a unos niños” por diversos motivos. No obstante, agradeció su atención.
Cuando comenzó a recrudecerse el conflicto
Kheder “Me negué a entrar en el Ejército y eso está castigado con la pena de muerte”
Kheder, portavoz de una de las dos familias, se dedicaba a la albañilería en su país. Cumplió el servicio militar y el Ejército sirio le obligó a alistarse coincidiendo con el recrudecimiento de la guerra, oferta que declinó porque rechaza la violencia indiscriminada, también contra su propio pueblo. “La deserción está castigada con la pena de muerte”, destacó. Tanto él como Ibrahim añoran visitar a sus difuntos y ver a sus familiares que, subrayaron, “se encuentran en campamentos de refugiados en Turquía, Jordania, Líbano o Egipto”. En la actualidad, Siria mantiene contactos con la comunidad internacional por el uso de armas químicas en distintos puntos del país.