Ya está de regreso Trump, Donald Trump. Y resulta que ha ganado prácticamente en cualquier colectivo que se considere como variable estadística a la hora de proporcionar explicaciones relacionadas con la politología. Y en demasiadas ocasiones las cosas son sencillas de explicar aunque complejas de argumentar. En nuestro país vemos como poco a poco los denominados “cinturones rojos”, por ser barrios de clase obrera donde el voto era eminentemente progresista, han virado hacia el azul del PP e incluso en ciertas ocasiones hacia el verde de VOX. Debemos tener en cuenta cómo afecta en unas elecciones el voto derivado de la migración, ya sea de primera, segunda e incluso tercera generación. Cada una de ellas tiene características propias con significados concretos desde un punto de vista social y político. Pongamos un ejemplo, migrante de primera generación que huye de un país comunista de Iberoamérica y que pertenece a la iglesia evangelista ¿qué opción política elegirá? Centroafricano/a proveniente de un régimen dictatorial militar y musulmán ¿qué opción política escogerá? Norteafricano/a mediterráneo de sociedad democrática y musulmán. Asiático/a de país comunista con libertades cuestionables que sea budista o taoísta. A esto debemos añadirle entorno laboral actual, situación económica en estos momentos, etc. Nos vamos ahora a EEUU. El voto latino ha sido para Trump. Entre otras cosas por las promesas del nuevo mandatario estadounidense de mano dura contra la inmigración ilegal, teniendo muchos de ellos familiares que residen ilegalmente en EEUU. Este voto latino ¿a qué generación de llegada al país de las libertades pertenece? ¿Qué ideología previa tienen estos votantes? ¿Qué situación económica y laboral tienen hoy día? Recurriré a un aforismo bien antiguo: “Dinero llama dinero”.
Ante las promesas de luchar contra la inflación y mejorar la economía, frente a la inoperancia de una Kamala Harris, junto al resto de sus asesores, más el legado Biden, no podía ocurrir otra cosa más que la que ha ocurrido.
La respuesta de Europa va a ser sin dudas más liberalismo económico. O lo que es lo mismo, potenciar un capitalismo más despiadado para ponerse a la altura de lo que vendrá desde EEUU. Ya saben, aranceles desorbitados a productos europeos, trabas a la exportación, compromiso de una mayor inversión en armamento, es decir, eufemismo para esconder que Trump nos obligará a comprarle armas para mejorar su economía a cambio de no presionar en exceso a la UE.
Estamos asistiendo a unos momentos que serán cruciales en el devenir de varias generaciones de europeos. Aquí no estamos sabiendo, o pudiendo, hacer frente a lo que nos han preparado, primero en Ucrania y luego en Gaza. Un europeo tiene ahora más fascismo en su parlamento, menos poder económico, y mermadas ciertas libertades, sin contar con la desinformación galopante que campa a sus anchas por el continente, entre otras “lindezas” que solo presagian un futuro precario y repleto de amenazas.
Ante lo expuesto hay una característica común y generalizada: la inoperancia de la izquierda para hacer frente a este panorama, casi, apocalíptico para las personas de mi generación. Que venimos de dónde venimos para que nos vuelvan a enviar al lugar de donde veníamos. Como en el Juego de la Oca cuando caías en la casilla de la muerte. El mundo ha cambiado pero las transformaciones a las que nos están sometiendo son conocidas. No hablaré de déjà vu, o paramnesia, sino de eso tan manido de no olvidar la historia … Por cierto, que quiero aquí reconocer el trabajo de George Santayana, el padre madrileño, profesor en la Universidad de Harvard, de la frase: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.
Miren atrás, ahora lo tenemos muy fácil, tiren de internet y estudien las sociedades de postguerras europeas y algo después, las de los grandes gurús de la desigualdad, Thatcher y Reagan. Saquen sus conclusiones.
Soul Etspes: “Lo peor no es el olvido sino que te conviertan en realidad lo que deseaste olvidar”.