Parece que los tiempos van rulados, con páginas roídas por la espera. Los mosquitos se reproducen y a las ratas les ponen cebos para partirlas por la mitad y tirarlas a la basura. Creemos que hemos evolucionado, pero no, solo envejecemos como especie.
Los inquisidores se multiplican en el anonimato, apaleando a todo lo que se menee, a aquel que se atreva a sacar cabeza o ganar popularidad, porque ser uno más de entre tantos espermatozoides nunca nos parecerá suficiente como lema de existencia.
Antes nos bastaba con comer, vivir, reproducirnos -si nos dejaban- y morir en paz. Ahora todo es movible, cambiable, deleznable y ejecutable.
Debemos estar más que ser, salir más que pensar y representar más que cultivarnos porque nos hemos convertido en animales perecederos, dignos de la extinción a la que hemos condenado al resto del Planeta.
Se nos ha muerto un Papa más de los muchos que a mi madre le habría hecho contabilizar como muesca de la edad longeva, porque los antiguos que nos precedieron daban por sustituir a los calendarios y las fiestas de cumpleaños- que nunca tuvieron- con retar a la vida de cuántos Papas pasaban por la suya.
Mi madre, que casi llega a la centena, contabilizaba los pontífices como si fueran un seguro biológico contra la posteridad. También es cierto que los cogen con franjas de edades que ya no tiene ganas de casi de nada y si son más jóvenes – curiosamente- sucumben al cargo, supongo que porque - como decía mi padre- no hay nada como meterte en algo público y político para extraerte todas las ganas de vivir.
Frente a artistas varios, cantantes y locos el espectáculo que parecen inmortales, los que sustentan poder político, o se lo comen o se los comen a ellos, porque no hay otra en esta tonta ecuación que nos hicimos cuando el primer homínido se fundió todo lo que le iba molestando, o lo reciclaba como a los neardenthales, sin olvidarnos de nuestra vena de conquistadores sin límites en donde nunca nadie nos dio la bienvenida.
Cuando vemos a hordas virtuales ondear la bandera de la intransigencia, meter brutales palizas verbales a gente que solo tontea con las redes o incluso se saca un lícito beneficio que otros no pueden o no quieren, nos da la risa tonta que una adolescente gasta cuando le preguntan un término sexual que asegura no conocer, pero que está harta de catar en privado.
Porque los tiempos han cambiado como las cartas del tarot, ahorcándonos a todos, mancillando a la Emperatriz, mientras coquetea con el Ermitaño.
No sabemos quién nos sobrevivirá en esta tierra, ni siquiera si seguirá habiendo tierra, o el mar nos engullirla mientras- como en las series catastrofistas – corremos como locos siendo retransmitidos por miles de cámaras anónimas a todo el mundo.
Creíamos que el Gran Hermano del Estado nos llevaría a no tener privacidad, pero hemos vendido nuestra alma a compañías de telefonía para que retransmitan al segundo vidas absurdas y veniales que llevarnos a la boca para criticarlas, exponerlas y tirarles piedras digitales, para sentirnos mejor.
No es que la tecnología nos vulnere, sino que lo hacemos nosotros mismos con nuestro afán insaciable de destacar, con nuestras ganas de que nos halaguen con cantos de fama, que no son más que cólicos biliares que nunca harán que nazca una sonrosada criatura que nos dé felicidad colmada, sino una mugrienta piedra que arrojar-con saña- en casa ajena.