Una reciente eyección de masa coronal (CME) de alta velocidad ha puesto en alerta a agencias espaciales de todo el mundo y que podría notarse en lugares como Ceuta. La Agencia Espacial Española (AEE) informó este domingo sobre el fenómeno, que ha sido clasificado con un nivel G4 en la escala de tormentas solares, uno de los más altos.
Este tipo de evento, aunque visualmente puede generar fenómenos como auroras boreales visibles en latitudes inusuales, también conlleva riesgos importantes: desde interferencias en las comunicaciones, errores en sistemas de navegación por satélite, hasta fluctuaciones eléctricas que podrían comprometer infraestructuras críticas. La gran pregunta es inevitable: ¿existe la posibilidad de que haya un nuevo apagón?

Riesgos tecnológicos por tormentas geomagnéticas
Las tormentas solares severas pueden afectar directamente a la magnetosfera terrestre, el campo magnético que protege al planeta. Cuando se produce una eyección de masa coronal como la registrada, las partículas solares impactan contra este escudo natural generando tormentas geomagnéticas.
Entre las consecuencias más comunes está la disrupción de señales de radio de alta frecuencia, utilizadas en aviación o servicios de emergencia, así como errores temporales en el GPS, fundamentales para sectores como el transporte, la logística o la geolocalización civil y militar.
Otro de los efectos más preocupantes tiene que ver con las infraestructuras eléctricas. Las corrientes inducidas por las fluctuaciones geomagnéticas pueden recorrer las redes de transmisión, sobre todo en países con sistemas eléctricos muy extensos como Canadá, provocando sobrecargas o incluso apagones si no se aplican medidas preventivas.
Satélites en riesgo por el calentamiento de la atmósfera
Uno de los efectos menos visibles pero más relevantes de estos eventos es el impacto sobre la termosfera, la capa superior de la atmósfera terrestre. Cuando la actividad solar se intensifica, esta región se calienta y se expande, aumentando la densidad del aire a altitudes donde normalmente es casi inexistente.
Esto supone un desafío para los satélites en órbita baja (entre 300 y 1.000 km de altura), que al encontrarse con más fricción pierden velocidad y descienden progresivamente, lo que puede alterar sus trayectorias, reducir su vida útil o afectar su funcionamiento si no se corrige a tiempo.
De momento, no se han registrado daños relevantes, pero desde la Agencia Espacial Española subrayan la importancia de mantener la vigilancia constante. El monitoreo del clima espacial es clave para prever posibles incidentes y proteger tanto las infraestructuras como los servicios tecnológicos que dependen del entorno orbital.