Mi compañera Gero me propone cañonazos alguna mañana cuando abre las puertas del instituto y charlamos de urgencias y con una sonrisa de buenos días.
“¡Tienes que escribir sobre los gritos a altas horas de la noche que despiertan hasta el más sordo!”
Y así es. Esto de los gritos y los ruidos es un mal endémico en todas las ciudades en las que he vivido.
Botellones, coches con la música que te rompe los tímpanos, peleas de parejas, risotadas regadas en alcohol y cubata en ristre, vehículos pitando y otras lindezas acústicas que ni los tapones de insomne pueden actuar de tapadera.
Luego ya no te digo: recogida de basuras a horas intempestivas, limpieza y baldeo de calles al amanecer, juventud que regresa a su casa a las cinco de la mañana cantando la canción de Chakira, la nana de Blanca Paloma con la que hicimos el ridículo europeo o “el vino que tiene Asunción ni es blanco ni es tinto ni tiene color’ propia de los tunos de mis años mozos.
Y reza para no tener cerca un pub, discoteca, bar o un bingo mal insonorizado: ¡BINGO! ¡han cantado bingo! La madre que te parió, otra vez despierto.
Ya no hay serenos que mandaban a callar en menos que canta un gallo
¿No hay una normativa municipal que regule esta algarabía? ¿Qué podemos hacer si el Ceuta mantiene la categoría y los aficionados pasan la noche con palmas, tambores, himnos o insultos al contrincante?
Yo, que paseo con mi perra cuando despunta el día, me chirrían los tímpanos todos los jueves por chavales desmelenados que, a ritmo de rap, ahuyentan hasta las pobres ratas asustadas por el estruendo.
Y luego los vecinos: televisión, radio, discusiones, padres mandando a sus hijos al carajo como si los progenitores fueran Monserrat Caballé o la mismísima Mónica Naranjo con esa voz capaz de romper los cristales.
En ocasiones he oído, que no es lo mismo que oír. Oímos sin escuchar a algunos vecinos jadeando mientras utilizan el lenguaje propio de estas ocasiones; todo ello acompañado con el soniquete del chirriar de la cama.
Otras veces un pedo, otras un ronquido.. Y es que las paredes de ahora no eran como las de antes.
Y como se organice una fiesta en el edificio, apáñatelas como puedas.
En fin. Lo de siempre. Varios despertadores a cualquier hora te irán despertando: el del cuarto A, el del tercero B o el del quinto C. Ya no nos sorprende la llamada a los animales de Tarzán que antes nos dejaba con el pecho encogido. El mismo Tarzán se sentiría ridículo con la fuerza de su voz.
Y para colmo, el CAÑONAZO de las doce; pero ese CAÑONAZO es otra cosa.
Hoy vi a Gero, mi compi, con unas ojeras que le llegaban hasta los pies; un trompetista ha alquilado el piso de arriba.